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Dos novelas de tema cristero
Este País | José M. Murià | 01.01.2013 | 1 Comentario

Este artículo rescata de la penumbra dos novelas importantes— tanto por su calidad literaria como por su contenido histórico— de temática cristera. De paso, el autor critica los esfuerzos desplegados por distintas instituciones para marginar o deslavar obras que, como estas, dan una visión propia de aquella guerra intestina.

J. Guadalupe de Anda fue el autor de dos novelas de tema cristero que hemos tenido a bien mantener relegadas en un rinconcito del Parnaso mexicano, no obstante que ambas tienen las credenciales necesarias para superar por mucho a cualquier otra de la misma hebra.
Nadie digno de tomarse en cuenta por sus conocimientos literarios se ha expresado mal de ellas. Más bien ha sido lo contrario: no escasean las plumas de prestigio que han elogiado Los cristeros —publicada por vez primera en 1937, y después en 1941— y Los bragados —que apareció por vez primera en 1942. No obstante, fue hasta el año 2011 que un editor de gran prestigio decidió entrarle a una publicación con toda la barba. En más de 70 años las ediciones de estas obras han sido muy pocas, casi todas de escasa calidad y tirajes cortos, además de que algunas de ellas, misteriosamente, desaparecieron con suma rapidez del mercado, no se vieron en bibliotecas públicas y apenas se vieron en manos de lectores interesados en el tema en particular y en las letras mexicanas en general.
Como sabemos, la mentada revuelta armada fue consecuencia de las cortapisas oficiales aplicadas a la Iglesia católica, cuando esta decidió cerrar los templos y suspender los servicios religiosos, y no empezó a diluirse sino hasta que, en 1929, casi todos los obispos firmaron unos Acuerdos con el Gobierno Federal y dejaron abandonados a la buena de Dios a los mismos alzados a quienes había entusiasmado, ayudado y alentado durante más de dos años.
Después de ello el Gobierno y el alto clero coincidieron, cada uno por su cuenta, en correr un tupido velo sobre los acontecimientos, que dejaron en ciertas regiones de México mucho rencor e inquina contra ambos, sentimientos que fueron imposibles de acallar del todo.

©iStockphoto.com/danleap
Por muchas partes fueron apareciendo textos sobre la materia cristera; más que testimonios, en buena medida respondían al coraje y al rencor más que a la calidad de sus autores. En su inmensa mayoría eran letras totalmente procristeras, auténticos panegíricos que, con el tiempo y la desaparición natural de los actores de aquella gesta, han servido de mucho a ciertos sectores especialmente reaccionarios de la jerarquía católica para retomar el tema y —ya sin quien les echara en cara su traición de antaño con la autoridad moral de haber sufrido la lucha en carne propia— proceder a valerse de esa historia, bien acomodada a su modo y mintiendo descaradamente donde fuera necesario, para ayudarse en el embate contra el Estado laico y ganar posiciones que habían perdido como resultado de la Revolución.
Pero las novelas de J. Guadalupe de Anda debían quedar al margen. No tanto porque fueran anticristeras, como se ha dicho, sino porque simplemente no estaban abiertamente a favor de aquellos rebeldes y presentaban el fenómeno que envuelve al argumento novelesco tal y como lo percibió su autor, por cierto oriundo de San Juan de los Lagos y gran conocedor del terreno en el que se desenvuelven los hechos y de la gente que participó en ellos. Bien podría decirse que De Anda, como quien no quiere la cosa, le pone los puntos sobre la íes a la Guerra Cristera mejor que nadie.
De ahí que una de las primeras virtudes que los estudiosos y escritores famosos le han encontrado a estas novelas sea el modo de hablar alteño, mediante una cantidad enorme de giros y modismos regionales, algunos de los cuales incluso han desaparecido. Lo mismo el lenguaje que las descripciones del modo de vivir y de hacer, puestas todas en un estilo muy bien estructurado y sumamente ameno, resultan sumamente atractivas para cualquier lector.

Tal vez por ello mismo se haya optado por una discreta purga y no por un enfrentamiento abierto en contra de la obra y su contenido. Incluso hay una lamentable edición —antes de la primera que hizo Miguel Ángel Porrúa en 2011—, también de ambas novelas juntas, que corrió por cuenta de la Secretaría de Educación Pública; está fechada en 1994 y el tiraje fue de 42 mil ejemplares. Desde el título cambiado se ve la mala fe: le pusieron La guerra santa, respondiendo al ánimo de confundir y hacer creer que dichas novelas son más bien procristeras y no lo que en verdad son. El otro recurso fue, sin explicación alguna, dejar fuera cuatro capítulos medulares de Los cristeros y ocho de Los bragados. Finalmente, fue adornada con un “Álbum de mártires”, todos cristeros, haciendo caso omiso de los profesores martirizados por los propios cristeros que ocupan una buena parte de Los bragados.

Alguien dijo que las obras de J. Guadalupe de Anda eran el mejor ejemplo de lo que ahora se llama “literatura cristera”, pero habría que agregar que entre estas dos y las demás hay un enorme abismo de calidad.
En el estudio introductorio de la edición de Miguel Ángel Porrúa hay una larga relación de autores y críticos mexicanos y extranjeros que manifiestan su entusiasmo por tales obras; solamente mencionaré a cuatro: Juan Rulfo, quien incluso les dedicó un programa entero en Radio unam, allá en los años cincuenta; Alberto Moravia, quien se lo manifestó a Hugo Gutiérrez Vega a efecto de ver si este le podía conseguir un ejemplar para regalar a no sé quien; Arturo Azuela, quien hizo sobre De Anda un espléndido ensayo que se agrega a la edición de M.A. Porrúa, y finalmente el propio Hugo, quien lo sigue haciendo cada vez que las circunstancias se ponen de modo.

No son estas las únicas obras de J. Guadalupe de Anda. Luego apareció Juan del Riel, que se nutrió de las diversas experiencias del propio autor durante los muchos años que trabajó en los ferrocarriles; no obstante —aunque hay quien discrepe—, los personajes de esta novela no llegan a ser tan vívidos ni tienen, en general, la fuerza de quienes aparecen en las primeras dos obras.
Los cristeros se editó por primera vez en 1937, aparentemente sufragada por su propio autor; pero cuatro años después, en 1941, gracias a la acreditada recomendación de Octavio Barrera —quien además hizo el prólogo—, volvió a salir por cuenta de Compañía General Editora, una empresa que conjuntó al propio Barrera, a Enrique González Martínez, a Francisco Monterde y a otros de no menos valer literario.

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Los bragados se publicó al año siguiente en la misma editorial, lo mismo que Juan del Riel. Al parecer, Los bragados había sido escrita en 1940 para un concurso de novela en el que no sacó premio porque su extensión era menor que la requerida por los organizadores. Pero un capítulo de dicha novela había sido publicado ya una década antes, cuando apenas se había establecido el Acuerdo que puso fin a la Guerra Cristera. Lo hizo en la famosa revista tapatía Bandera de Provincias, que dirigió Agustín Yáñez. Ya ahí el autor anunciaba que estaba preparando una novela sobre Los Altos de Jalisco. Quiere decir que fue un tema que estuvo rumiando durante mucho tiempo.
De Anda ocupó varios cargos políticos y administrativos, pero su estrella comenzó a menguar en 1928 con el asesinato de Álvaro Obregón, escena que le tocó presenciar desde muy cerca. Es de suponer que hubiera ocupado un cargo muy alto en el Gobierno que iba a formarse, pues había sido precisamente él quien había fungido como tesorero de la campaña del sonorense. Se dice, probablemente con razón, que entonces se tomó más en serio la idea de escribir, pero sabemos que el interés por su tierra, sin duda, venía de tiempo atrás.
No obstante, salió de ella temprano y solo hizo un intento de reinstalarse en San Juan de los Lagos, en 1904, cuando falleció su padre. Era este un ameritado profesor de la localidad, quien influyó sobremanera en él. Aunque económicamente no parece haberle ido mal, con una fábrica de sombreros y un hotel, de todas maneras se acabó marchando seis años después, en el simbólico año de 1910. A partir de entonces prefirió mantenerse a la distancia. Tal vez influyó en ello que era un hombre de convicción liberal y la hegemonía y la omnipresencia del clero en San Juan de los Lagos y sus alrededores, como muy bien describe en sus libros, debe habérsele hecho muy farragosa.
A final de cuentas, su apertura de miras, frente a la cerrazón comarcal que prevalecía entonces, debió haberlo hecho poco grato a sus paisanos hasta después de muerto; de ahí que el interés por leer sus novelas haya resultado escaso durante mucho tiempo en su propia tierra. Aun los jaliscienses en general, siempre proclives a presumir sus glorias, no parecen hacerle mucho caso. ¡Claro que 18 años de gobiernos del pan en Jalisco se tenían que dejar sentir de muchas maneras! EstePaís

José M. Murià, doctor en historia por El Colegio de México, es miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia desde 1993. Fue presidente de El Colegio de Jalisco y director general de Archivos, Bibliotecas y Publicaciones de la SRE. En 1979 recibió el Premio del Consejo Mexicano de Ciencias Históricas. Colaborador de El Informador, entre otros medios, sus más recientes libros son Orígenes de la charrería y de su nombre (Miguel Ángel Porrúa, México, 2010) y Jalisco: historia breve (FCE, México, 2011).

Una respuesta para “ Dos novelas de tema cristero
  1. Hampy dice:

    hola. Me parece buena sugerencia para leer. Una pregunta puede decirme de quien es la novela titulada De los Altos? Gracias.

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