La teoría de la expiación de René Girard tiene que ver con la necesidad humana de encontrar culpables. ¿A quiénes podemos colgar la responsabilidad por los males del mundo? Siempre hay a quiénes y muchas veces son los mismos. Así, por ejemplo, una parte del pueblo ruso y el mismo Vladimir Putin parecen saberlo muy bien: los inmigrantes, los homosexuales, los ateos o los rebeldes. Por desgracia, aunque esto sucede hoy con más énfasis en Rusia y nos la muestra arcaica y silvestre, no es un mal exclusivo de ese país.
René Girard hace la cronología del mecanismo primitivo pero vigente de señalar responsables. La primera solución del ser humano fue presumir el enojo de los Dioses. Porque seguro que estaban molestos y a fin de calmarlos inventaron los sacrificios tan comunes a las civilizaciones prehistóricas. Era evidente que los creadores querían sangre pues toda su obra se manifestaba violenta, sanguinariamente devorándose a sí misma. Así, el chivo expiatorio cumplía la función de hacerles donación de su propio producto. No la sangre de todo el pueblo sino la de algunos elegidos que cargaban de responsabilidad para el sacrificio.
El chivo expiatorio cumple así una función importantísima: permite la identificación colectiva contra el elegido por distinto y, en épocas de crisis, trae la paz una vez que lo culposo, lo innombrable y lo siniestro han sido depositados en algún lugar “fuera” de la comunidad. El chivo expiatorio tiene que salir de la comunidad por la fuerza, mediante la muerte o el ostracismo.
René Girard llega a estas conclusiones apoyado en los análisis de la antropología estructuralista: culpar es una necesidad tanto del ser humano como del funcionamiento de sus colectivos y en ese sentido, se trata de la norma, de la primera solución posible al dilema de la identidad: si yo soy respetuoso de las reglas y venero a los dioses, la peste desatada o las hambrunas que nos diezman no son responsabilidad mía sino de alguien más. Se trata de una necesidad de la cual es muy difícil escapar a menos que el colectivo haya alcanzado un descubrimiento arduo: no existen dioses que quieran nuestra sangre y peor aún, simplemente no hay divinidad interesada en nosotros ni tampoco nadie a quien culpar por nuestros males.
De haber aprendido esta lección, los reyes católicos no habrían expulsado a los judíos y musulmanes, los nazis no habrían asesinado a los homosexuales, Francia no estaría volcándose a la extrema derecha y Rusia no perseguiría a los extranjeros. Tampoco existirían las simplificaciones políticas populistas que tanto gustan a los radicales de derecha o de izquierda: ni los narcos tienen la culpa de todo ni tampoco las grandes corporaciones o los villanos empresarios. Las teorías de la conspiración perderían mucho terreno frente a las verdades siempre temporales, caóticas y complejas.
En nuestro país no faltan los chivos expiatorios: Salinas, el chupacabras, los maestros de la CNTE, Elba Esther, los dinosaurios priístas, los pactistas, el Peje, los azules y un largo etcétera. Ni porque estamos poniéndonos de acuerdo para lograr un Estado más responsable y robusto dejamos de buscar culpables o de rechazar responsabilidades. Hace poco escuchaba decir a gente tan privilegiada como todos aquellos que hemos podido estudiar una carrera universitaria, decir que sólo pagaría más impuestos cuando pudiera confiar en el seguro social o cuando las grandes empresas pusieran su parte. Me parece que detrás de esta “protesta” se esconde el mismo mecanismo primitivo y teísta de los chivos expiatorios, algunos pocos culpables de los males en los que participamos todos.
[…] me parece que detrás de esta “protesta” se esconde el mecanismo primitivo y teísta de los chivos expiatorios: algunos pocos culpables de los males en los que participamos todos; un automático rechazo a […]