El Congreso de Panamá
Desde hace varios años he observado que en octubre y noviembre se programan más actividades culturales que en otros meses, ignoro si se debe al cierre del año y de los presupuestos o a las ganas y deseos de presentar los resultados del trabajo o a la rendición de cuentas que obligan los informes o a mera coincidencia de fechas institucionales, como el animado Cervantino en Guanajuato y la concurrida FIL de Guadalajara. Días para cosechar. Lo cierto es que, como anunciamos el mes pasado, nosotros esperamos noticias del VI Congreso Internacional de la Lengua, celebrado en Panamá del 20 al 23 de octubre. Hasta ahora, ha trascendido poca información a los medios a pesar de que la programación del Congreso era por demás provocadora y de que su página electrónica ha permitido seguir el desarrollo de los trabajos por medio de un “Congreso virtual”, que contiene los textos de las ponencias principales de las distintas secciones y blogs que reseñan algunas mesas y ponencias.
Los organizadores mostraron interés por una discusión de los mayores problemas y temas relacionados con la cultura y la palabra así como por su vehículo emblemático: el libro. Vean ustedes. Las cuatro secciones del programa fueron las siguientes: I. El libro entre el Atlántico y el Pacífico; II. La industria del libro; III. Libro, lectura y educación; y IV. El libro, entre la cultura y la recreación. Al parecer no quedó asunto o aspecto relevante fuera de consideración en las mesas y los paneles. Difícil elegir, por ejemplo, entre los temas de la primera sección como: Lenguas y manuscritos del Atlántico al Mar del Sur; Libros, libreros y mercados tradicionales; Una república de las letras: autores de ambos mundos; Bibliotecas históricas y esfera pública; Bibliofilias: coleccionismo de libros y edición; y La Real Academia Española y las Academias de la Lengua Española (1713-2013): tres siglos de diccionarios, gramáticas y ortografías.
El abordaje en las otras secciones no fue menos osado pues se pretendía reflexionar sobre la enseñanza del español y la cultura hispánica, por tratarse de una “actividad de gran importancia, no solo en los países mayoritariamente hispanohablantes, sino también en Brasil y Estados Unidos, en un momento en que el español se consolida como segunda lengua de comunicación internacional”; y sobre las complejidades actuales de la comunicación que han traído las llamadas nuevas tecnologías para el español, la tercera lengua usada en la red, lo cual “afecta directamente a los medios de comunicación y al conjunto de la edición en español” y conduce al análisis de lenguaje gráfico porque, se afirma, “la comunicación social contemporánea confiere un gran protagonismo a la imagen y al lenguaje en que se expresa, engarzado con el lenguaje articulado. Tanto la imagen como el lenguaje articulado se hacen eco hoy de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías”. Examinaremos las ponencias disponibles en la página del Congreso para enterarnos mejor y comentar en próximas citas lo que pueda ser relevante, tal y como creemos que es la muestra de una selección de obras que el portal de la Biblioteca Nacional de España ofrece, y al cual puede accederse por la página del Congreso. En esta exposición virtual, llamada El diálogo de la lengua, se hallan obras de lingüistas como Antonio de Nebrija, Juan de Icíar, Sebastián de Covarrubias, Juan de Valdés y Alonso de Molina.
Centenarios de liberales decimonónicos: Lafragua y Mateos
No podemos despedir el año sin recordar a dos protagonistas del liberalismo del siglo XIX que cumplen sendos centenarios: José María Lafragua nació en Puebla el 2 de abril de 1813 y Juan Antonio Mateos murió en la Ciudad de México el 29 de diciembre de 1913.
Pasemos lista al primero. Ernesto de la Torre Villar, historiador poblano y director de la Biblioteca Nacional, como Lafragua, le dedicó una semblanza en la presentación de una antología de textos sobre la Ciudad de México y de la cual entresacamos algunos datos. A los veinte años, Lafragua ya había alcanzado notoriedad por sus méritos académicos; en 1838 fundó y animó en Puebla un periódico, con el título de Ensayo literario (estudiado solamente por Fernando Tola de Habich que yo sepa). Instalado en la capital del país hacia 1839 no tardó en asociarse a los grupos de letrados que promovían revistas literarias y se reunían en asociaciones como el Ateneo mexicano; conoció a José Fernando Ramírez, José Joaquín Pesado, Luis de la Rosa, Manuel Orozco y Berra, el conde de la Cortina, Teodosio Lares y muchos otros escritores. Su discurso “Carácter y objeto de la literatura”, publicado en El Ateneo mexicano en 1844, forma parte del interés colectivo que había por definir la singularidad de nuestra literatura. Colaboró en El Apuntador, El Mosaico mexicano y otros periódicos. “Convencido también de la necesidad de que los intelectuales y artistas gozaran de los frutos de su trabajo, por Decreto del 3 de diciembre de 1846, reglamentó los derechos de autor, editor, traductor y artista. Con gran proyección se adelantó en este aspecto a muchos países, enalteciendo como sagrados los derechos de los autores”, señala don Ernesto.
José María Lafragua fue romántico en su vida y su obra, la historia de su amor por Dolores Escalante salió de la esfera de lo privado por su dramatismo e imposibilidad y porque, al parecer, así lo quiso al escribir la novela Ecos del corazón en 1863 (publicada en 1937, según anota Rafael Sánchez Vázquez, editada por José Miguel Quintana).
Político liberal moderado, Lafragua participó en el Congreso como diputado por su estado natal en 1842 y, más tarde, fungió como Ministro de Relaciones Exteriores durante las administraciones de Ignacio Comonfort, Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Viajó a España como representante de México en 1857 para atender graves asuntos, regresó tres años después.
Al restaurarse la República en 1867 y establecerse la Biblioteca Nacional fue nombrado su director “en justicia a su mérito”. Recordemos la importancia de la creación de la Biblioteca en la puesta en marcha del nuevo sistema educativo en el cual era central el proyecto de Gabino Barreda y la Escuela Nacional Preparatoria. Por su interés en la educación y su fe en el proyecto liberal, Lafragua entregó la mayor parte de su valiosa biblioteca en 1871 al repositorio nacional y otra menor al Colegio de Puebla. En 1872 ocupó nuevamente el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores. Murió en su casa en la calle de san Agustín el 15 de noviembre de 1875.
El acervo de la también llamada Colección Lafragua atravesó diversas vicisitudes para poder ser conocido y apreciado. Su estudio y catalogación no ha sido tarea sencilla, desde hace varios años se han empeñado en esa misión con buena fortuna investigadores del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México como Lucina Moreno Valle, Luis Olivera y Rocío Meza. Su riqueza puede conocerse en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional.
Interesa resaltar, por último, la visión del coleccionista, del Lafragua historiador que trabajó para el futuro porque, como observa De la Torre Villar:
Con una amplitud inmensa de criterio supo estimar cómo la historia de la cultura, la de las ideas, la de la sensibilidad, podían estudiarse en multitud de impresos y escritos reveladores de las aspiraciones, intereses, gustos, forma de ser y pensar en muy variadas épocas, y por ello recogió tesis doctorales, sermones, discursos, memorias, estadísticas, manifiestos, presupuestos, proclamas y los testimonios que en torno de personajes salientes llegaban a sus manos…
En efecto, así lo pensó y manifestó este apasionado bibliófilo:
Al emprender la formación de una Biblioteca mexicana, creí que no debía limitarla a las obras completas escritas sobre la historia del país y a los periódicos políticos y literarios, sino que debía extenderla a la multitud de memorias, dictámenes, manifiestos, exposiciones y demás folletos que, aunque insignificantes muchos a primera vista, sirven ya para aclarar los hechos, ya para pintar las pasiones de la época, ya para probar el progreso de la cultura tanto en el lenguaje como en el desarrollo de las opiniones y en las tendencias de los partidos políticos […]. Se encontrarán en este catálogo no solo muchos periódicos, y las obras generalmente conocidas, sino muchas raras, que he comprado en París, Madrid, Roma, Florencia, Berlín, Munich, Frankfurt, Londres y Nueva York. Hay muchas bien malas y no pocas contra México; porque he creído que deben tenerse todas, a fin de que se pueda comparar y porque todas sirven a la historia del país.
Sí, don José María, muchas gracias. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y ha publicado libros como Tipos y caracteres: La prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: Testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo, recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.