Un posible ataque estadounidense contra las fuerzas del dictador sirio Bashar al Assad se acerca, poco a poco. Sin embargo, pese a las intenciones de la administración de Obama, aún no queda claro que el momento decisivo vaya a llegar, y cualquier camino que elija el presidente está lleno de peligros.
La justificación para un operativo contra Assad es su presunto uso de armas químicas, el 20 y el 21 de agosto, contra civiles en las afueras de Damasco. Según algunos reportes, 1,429 personas se murieron gracias al ataque, de los cuales más de 400 fueron niños.
Las reglas y normas informales contra el uso de las armas químicas representan uno de los logros más importantes del siglo XX. Los dos lados de la Primera Guerra Mundial recurrían a los explosivos con gas mostaza, y los resultados fueron (como era de esperar) terroríficos. Desde entonces, a través de una serie de pactos legales y acuerdos tácitos, la gran mayoría de los países del mundo han evitado su uso. Incluso durante el conflicto más terrible y violento de la historia humana, la Segunda Guerra Mundial, los Aliados y los fascistas del Eje, mientras mataron a 60 millones con tal de destruir la oposición, mantuvieron la prohibición contra las armas químicas. Con pocas excepciones (como el Irak de Sadam Husein), los poderes bélicos en el último siglo han respetado el no uso de tales armas.
La preocupación de Obama es que si Assad puede usar químicos letales para matar a miles de sus propios ciudadanos con impunidad, no solamente es una grave injusticia; es un mensaje a todos los ejércitos, tanto los de hoy como los del futuro, que no hay que respetar los convenios y las normas internacionales contra las conductas más peligrosas. En efecto, sería una invitación a cometer crímenes contra la humanidad. Más aún, los ataques contra los civiles en Damasco pueden ser un adelanto de un genocidio. Si Assad percibe que masacrar a unos mil civiles no provoca una respuesta internacional, ¿por qué no mataría 10 mil? ¿100 mil?
Para la administración de Obama, también están en juego los cálculos de geopolítica. Obama ya había dicho que el uso de armas químicas representa una “línea roja” para Assad, así que si no hace nada ahora, está anunciando a sus enemigos y sus aliados que una promesa de su administración vale poco. Obama ha utilizado términos similares en referencia al programa nuclear de Irán, pero si una línea roja en Siria pesa poco, ¿por qué sería diferente en Irán? No castigar a Assad podría tener un efecto perverso de provocar más conflicto, porque los iraníes tomarían el mensaje de que tienen luz verde para conseguir una bomba nuclear. Mientras tanto, los israelíes se quedarían con la idea de que se tienen que defender solitos, ya que no se puede depender de sus aliados en la Casa Blanca, cosa que aumentaría la posibilidad de un ataque israelí contra Irán.
En pocas palabras, pues, existen varias justificaciones por un ataque contra Assad. Sin embargo, sería una acción peligrosa.
El primer punto es que el gobierno de Obama no ha publicado evidencias que comprueben que fue un ataque químico llevado a cabo por las fuerzas de Assad. Es posible que los autores sean parte de un sector Maquiavelo de los rebeldes, buscando provocar un ataque contra su mayor enemigo. John Kerry, el canciller de Obama, asegura que las pruebas apuntando a Assad existen, pero no se van a publicar debido a que son confidenciales. Para una democracia que está a punto de lanzar un operativo militar contra un país que no le ha hecho nada, esta excusa me parece absurda. Después de los errores de inteligencia antes de la invasión de Irak, no es aceptable que el gobierno pida nuestra creencia así de fácil.
Aunque aceptemos la veracidad de las versiones que culpen a Assad por el ataque (y en lo personal creo que es la explicación más probable), muchos otros problemas siguen sin resolverse. Uno es la falta de apoyo para un ataque estadounidense. La oposición de Rusia y China imposibilita el respaldo de la ONU, cosa que no sorprende a nadie. Pero también los aliados tradicionales de EU se están distanciando del operativo; el Parlamento británico votó en contra de la participación de sus Fuerzas Armadas en cualquier ataque contra Assad, y el primer ministro, Daniel Cameron, dice que respetará su decisión. El respaldo de otros aliados posibles, como Turquía y las naciones árabes que actualmente abastecen a los rebeldes, tampoco está asegurado. Y finalmente es posible (aunque poco probable) que el Congreso estadounidense no le dé a Obama su respaldo, cosa que acabaría con la idea de una intervención, al menos por lo pronto.
Tampoco es claro exactamente que busca Obama. Quiere fortalecer el incentivo disuasivo contra las armas químicas, pero, ¿precisamente cómo propone hacerlo? El presidente ha dicho que sería una acción limitada, que no busque tumbar a Assad sino cambiar su conducta. Sin embargo, un operativo demasiado limitado –es decir, unos cuantos misiles destruyen unas cuantas instalaciones militares, sin cambiar el balance militar entre Assad y los rebeldes– puede ser ignorada, y queda corto de la meta de castigar a Assad y advertir a los poseedores de armas químicas.
Por el otro lado, si busca realmente herirle a Assad –por ejemplo, a través de la destrucción de sus fuerzas aéreas– ¿cómo puede asegurar que no cambie el camino de la guerra? Un Assad debilitado podría precipitar el colapso del país, y el equipo de Obama no parece listo a lidiar con tal resultado. Puede que no suceda así, pero lo que es innegable es que entre más dura sea la respuesta de Obama, más probabilidad hay de un cambio no advertido.
Es un dilema sin solución, como es la situación en Siria en sí. Finalmente Obama tiene un rango de opciones poco alentadoras, sin la posibilidad de resolver los problemas de fondo.