Las reformas que resuelven problemas duraderos y graves nunca son perfectas. Si fuera fácil llegar a una solución comprensiva, el problema que lo inspira no habría llegado a ser tan grave. Sobran ejemplos de este fenómeno en las cuantiosas reformas que se han adoptado en México en años recientes, sea la reforma a Pemex, la reforma electoral, la reforma judicial, la fiscal que nos trajo el IETU, o la reforma educativa lanzada por Peña Nieto. Las medidas que navegan el proceso legislativo y logran el apoyo de una mayoría siempre tienen sus defectos.
Esto definitivamente ha sido el caso de la reforma migratoria que va avanzando paulatinamente por el Congreso estadounidense. Hace unas semanas, el subcomité jurídico del Senado aprobó una nueva propuesta que, entre otras cosas, establece un camino hacia la ciudadanía para 11 millones de inmigrantes actualmente sin papeles, aumenta el tope para inmigrantes con habilidades profesionales especializadas (las HB-1 visas), y crea una clase de visa para trabajadores extranjeros que entraría en vigencia en 2015 (las W visas).
Estos elementos de la propuesta son para festejarse. Es un intento verdadero y loable de aliviar la situación de los millones que viven fuera de la legitimidad, y de satisfacer las exigencias del mercado laboral. De hacerse ley –y falta la aprobación del pleno del Senado, la aprobación de la Cámara de Diputados, y la firma del Presidente, lo cual implica que queda mucho juego aún, y el resultado está lejos de concretarse– representaría un gran avance para el país.
Pero como dije al principio, las reformas importantes siempre traen consigo defectos lamentables, y ésta tiene los suyos. El más importante es el enfoque exagerado en la seguridad fronteriza (que fue el precio del apoyo de unos cuantos republicanos duros) con tal de frenar el flujo de migrantes que cruzan la frontera entre Estados Unidos y México. La propuesta incrementa el número de agentes de la Patrulla Fronteriza por 3500; aumenta los recursos presupuestarios y tecnológicos entregados a la misma agencia, incluso los aviones no tripulados; obliga a la Guardia Nacional (reservas del ejército que quedan bajo el mando de los estados) a apoyar en tareas anti-migratorias; y fija como meta la detención de 90 por ciento de los migrantes no autorizados que busquen cruzar la frontera a pie.
Esto es un grave error, por varias razones. La primera es que una frontera de 3000 kilómetros, que pasa por muchas zonas de terreno escabroso, no es posible de cerrar. Como han hecho desde hace 20 años, tales medidas dirigirán los flujos migratorios hacia zonas más aisladas y peligrosas, con más muertes como el resultado principal. Es un costo moral mayor, y yo no percibo ni un beneficio a cambio. Si los programas de visas legítimas están bien diseñados, entonces el flujo migratorio debería secarse solo, sin la intervención del estado.
Además, la idea de que siempre hay que gastar más para limitar la entrada y el movimiento de los migrantes sin papeles se salió de control desde hace mucho tiempo. Desde la administración de Bill Clinton, que arrancó hace más que dos décadas, el gobierno federal ha gastado cada vez más en controlar la frontera y deportar a los que están en el país sin autorización. Dentro de la burocracia federal, EU ha construido lo que William Finnegan, periodista del New Yorker, etiquetó como una “máquina de la deportación”. Pese a una ideología liberal y el amplio apoyo de los votantes latinos, la administración de Obama ha deportado más inmigrantes que cualquier otra en la historia estadounidense. Gracias principalmente a factores económicos, el flujo de inmigrantes por la frontera sureña ha caído por un factor de 80 por ciento desde 2000, pero la máquina anda con cada vez más intensidad.
Además, según reportó Finnegan en Abril, el presupuesto para tareas relacionadas con la seguridad fronteriza suma 18 mil millones de dólares anuales, más que el gasto combinado de todos las demás agencias criminales federales, como la DEA, el FBI, el Servicio Secreto, etcétera. Si utilizamos el presupuesto como guía, el país se preocupa más por un albañil de Guerrero que un narcotraficante de Atlanta. Las prioridades están confundidas, para decirlo suave.
Y en esta coyuntura, redoblar los esfuerzos de controlar la frontera es un error. Un error sin sentido operacional, que se debe completamente a cálculos políticos.
Todo lo anterior es la parte lamentable de esta propuesta, pero como indiqué hace unos párrafos, es un precio inevitable, y sigue representando una mejoría importante. El peligro más importante para los migrantes sigue siendo no los elementos desafortunados de la solución, sino los republicanos en la Cámara de Diputados que no sienten una presión política de actuar.
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