Ciertas melodías engarzan no el espíritu de la época en que fueron concebidas, sino la esencia misma del paso del tiempo. El vértigo que impone el abismo de la historia se despeja gracias a circunstancias mundanas; así, un estribillo o una simple melodía que fluye paralela a los siglos y a la geografía.
El silencio como una sinfonía y la inmovilidad como atisbo del frenesí fueron vislumbrados correctamente por T.S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos:i
El momento de la rosa y el momento del ciprés
Son de igual duración. Un pueblo sin historia
No está redimido del tiempo,
Porque la historia es una ordenación
De momentos sin tiempo.
Esto viene a cuento por una circunstancia por demás azarosa. En septiembre del año pasado escuché por primera vez en Nueva Zelandia el villancico novohispano “Serafín que con dulce harmonía”, conocido también como “Marizápalos a lo divino”.
La melodía, y sobre todo su título, movieron mi curiosidad, gratamente satisfecha con un derrotero de concatenaciones más bien inesperado. A reserva de la segura existencia de otras Marizápalos, la historia consigna como la más famosa a María Inés Calderón, quien en 1620, en Madrid, era una reconocida actriz de teatro. Su belleza y gracia pronto le ganaron la simpatía del Rey Felipe IV, quien la hizo su amante.
Felipe IV tuvo otras queridas, pero a la Marizápalos le dio un lugar prominente e incluso un palco especial en la Plaza Mayor. La reina Isabel de Borbón abominó a la actriz y finalmente logró que el rey la exiliarla al Monasterio de San Juan, en donde murió en 1646, con tan solo 35 años, no sin antes haberle dado un hijo: Juan José de Austria.
Volviendo a la melodía, se sabe que su patrón circuló por varias décadas, incluso siglos, antes de la Marizápalos. Pero fue en la época de los amoríos del rey y María Inés cuando la música profana se comenzó a “anotar con una escritura ajena que no resuelve sus necesidades gráficas ni el orden rítmico ni tonal”.
En 1674, la melodía que nos ocupa se publica acaso por primera vez en la Instrucción de música sobre la guitarra española y métodos de sus primeros rudimentos hasta tañerla con destreza, de Gaspar Sanz.
En cuanto al texto, la historia es igual de peculiar. Los versos iniciales fueron escritos probablemente por Jerónimo de Camargo y Zárate a mediados del siglo XVII: “Mari Zápalos bajó una tarde / al fresco sotillo de Vaciamadrid, / porque entonces, pisándole ella, no hubiese más Flandes que ver su país”.
En 1657, Miguel López de Honruba publica una versión muy similar, pero en ella Marizápalos es la sobrina de un cura. El texto, independientemente de las variaciones autorales, está pletórico de dobles significados y concentra su fuerza y picardía en el encuentro de los amantes:
En el punto inmóvil del mundo que gira.
Ni carne ni ausencia de carne; ni desde ni hacia;
En el punto inmóvil: allí está la danza
Y no la detención ni el movimiento.
En suma, la muchacha en cuestión ayunta a cielo abierto con su amante, antes de ser descubiertos. (Aquí pueden consultarse la música y el texto.)
Por los mismos años de la publicación del manual de Sanz, el fraile catalán Joan Cererols (1639- 1699) incluye entre sus composiciones el “Serafín que con dulce harmonía”, villancico con la melodía de Marizápalos pero con otro texto, eminentemente religioso.
Desde la clandestinidad sexual, Marizápalos es encumbrada o redimida, si se prefiere, en una canción litúrgica, que todavía dará un salto más, a ultramar.
Así las tinieblas serán la luz y la inmovilidad será
la danza.
En 1916, se descubre en Buenos Aires un Libro de Varias Curiosidades, compilación de poesías, anotaciones, recetas y canciones del Virreinato del Perú del siglo XVIII. El origen inmediato de estos textos se rastrea hasta el año 1840, cuando caen en manos de un poeta mujeriego que se enrola en el ejército y que, entre los espacios en blanco del documento, garabatea sus pensamientos, retratos e incluso precisa en 129 el número de sus conquistas amorosas.
Antes del militar, las páginas habían pertenecido a un pariente del verdadero autor: Fray Gregorio Deluoza, quien registró concienzudamente todo aquello que le provocó interés en las postrimerías de 1600 en Cuzco y Cochabamba. Entre los textos registrados por el religioso reaparece la Marizápalos en su versión profana.
Curiosamente, el periplo a través de los siglos de una pieza musical que encarna a una amante desterrada y cobra vida siglos después en otros continentes es más la historia de sus ausencia que de la melodía misma. Contumaz, ajena al tiempo y la geografía, reaparece caprichosa.
El silencio es la expresión más acendrada de la obstinación, y Marizápalos lo quiebra de vez en cuando para presentar la filigrana de la historia en una simple tonada, rumores de otros siglos:
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
Tienden a un solo fin, presente siempre.
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RODRIGO AZAOLA es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de El Colegio de México. Miembro del Servicio Exterior, es cónsul en Nueva Zelandia.
i En la versión de José Emilio Pacheco publicada por El Colegio Nacional en 1989. Todas las citas en el texto pertenecen a esta misma edición.