Hace aproximadamente 12 años, Rodrigo Romero y yo comenzamos una colaboración que tuvo consecuencias importantes en ambos. En aquella época estudiaba literatura en la UNAM y tomaba clases de lingüística en las que por fortuna, podía adentrarme un poquito en lenguas distintas del español y entusiasmarme con los clasificadores del jacalteco o los verbos del swahili.
Comenzamos por transcribir por medio de un alfabeto fonético las palabras de mi abuela que años antes habían quedado grabadas en un cassette. Nunca antes de eso había reflexionado gramaticalmente sobre mi lengua materna: no sabía escribirla, no conocía su sistema fonológico y seguramente tampoco podría marcar en rojo los sujetos y en azul los predicados. La mayor parte de la reflexión sobre el funcionamiento gramatical de una lengua la había hecho sobre el español y luego sobre el inglés.
Recuerdo el proceso como un continuo asombro que desafiaba las ideas preestablecidas que tenía sobre el funcionamiento de una gramática. De pronto mi lengua materna, tan conocida, tan próxima y tan familiar me parecía extraña y llena de misterios mientras el lente del microscopio gramatical la iba recorriendo poco a poco. Muchas veces me preguntaba si aquello que iba descubriendo habitaba en alguna parte de mí. Con el paso del tiempo diferentes aspectos del ayuujk se nos fueron revelando y como es natural, es un proceso que continúa. Después de reflexionar sobre mi lengua materna el concepto que tenía de lo que es un sujeto o de lo que son los tiempos verbales, nunca volvería a ser el mismo. El mixe es una lengua tan distinta del español que muy pocas de las categorías que había conocido a través de esa lengua me resultaban ahora útiles. Al mismo tiempo, ciertos aspectos del español quedaban más claros por contraste.
Creo firmemente que hay un intenso placer en descubrir los andamios y la estructura sobre la que subyace la lengua que hablas y que ese placer, como el de cualquier conocimiento no debe ser negado. La enseñanza de la gramática puede además potenciar el desarrollo del pensamiento abstracto y, en el caso de lenguas discriminadas, puede evidenciar claramente por qué es posible sostener que todas son igual de valiosas y complejas.
Con el paso del tiempo, los hallazgos se fueron incrementando, podía identificar las vocales, el comportamiento de los grupos consonánticos, algunos patrones de conjugación de los verbos y aspectos del desarrollo histórico del ayuujk. Debajo de la capa de significados y sentidos que era para mí la lengua, fuimos descubriendo paradigmas, estructuras y relaciones insospechadas. No olvido las reacciones que los hablantes del ayuujk tenemos ante hallazgos gramaticales y la manera en la que compartir estos conocimientos y fomentarlos afectan la percepción que se tiene de la propia lengua materna. Propiciar las exploraciones gramaticales en los hablantes y no hablantes de las distintas lenguas indígenas puede ser uno de los medios más efectivos para fomentar el respeto y el disfrute de la diversidad lingüística.
Espero que la sorpresa y el regocijo inicial que vamos compartiendo al sentarnos a reflexionar y explorar la gramática del ayuujk no se convierta en un ejercicio rutinario y aburrido como el que implica recitar de memoria las preposiciones del español, técnica que se utiliza tan frecuentemente en la enseñanza de la gramática. Espero que el gozo con el que los hablantes del ayuujk vamos descubriendo las etimologías de nuestras palabras o la compleja estructura de nuestras sílabas se refleje en un interés mayor por fortalecer la transmisión de nuestra lengua.
Es verdad que todavía no es tan fácil para mí subrayar en rojo los sujetos y en azul los predicados del ayuujk o del español, pero esto se debe en gran parte a que estudiar la gramática de mi lengua materna me enseñó a dudar de las definiciones tradicionales y saber que el sujeto puede ser algo tan distinto en cada lengua y que en cada una de ellas hay que definirla y explorarla. El conocimiento gramatical como una guía para el combate a los prejuicios lingüísticos: ésa es la idea.