(Entra la aeromoza jalando una maleta con rueditas.)
AEROMOZA: ¿Todo bien? Everything ok, Sir? ¿Me puedo llevar su vaso? Your glass, please?… Good evening, ladies and gentlemen. Bienvenidos al vuelo sin escalas Guadalupe-Reyes, the Guadalupe-Kings flight. Según el itinerario, despegamos el 12 de diciembre —día en que los mexicanos nos flagelamos viendo el Teletón— y llegaremos a nuestro destino veinticinco días después, deglutiendo un pedazo de rosca seca que tiene más niños que un charter a Disneylandia… Pero les anuncio que, debido al cambio climático, hemos tenido que extender la ruta. Y es que, cada año, el clima navideño empieza más temprano. Ahora, en cuanto se acaba la venta de útiles, las tiendas ya empiezan a adornar sus aparadores con nieve y esferitas; y las aerolíneas sacan sus promociones navideñas a 6, 12, 18 y hasta 24 meses sin intereses, para que la cuesta de enero se prolongue a febrero, marzo, abril… diciembre de 2013. Lo bueno es que así ya no necesitamos quebrarnos la cabeza pensando nuestros deseos para las uvas del Año Nuevo: (mientras come uvas) “pagar la tarjeta… pagar la tarjeta… pagar aunque sea el mínimo de la tarjeta…”. Total, ¡para lo que sirven los dichosos deseos…! Mi primer deseo para este año, ¿saben cuál era? Salvar mi matrimonio… El 2 de enero se fue a vivir con una sobrecargo de Aeromar. End of January. Next!
(Pausa. Recordando.)
Yo una vez tuve un deseo que sí se cumplió: a los diecisiete años, soñé con convertirme en sobrecargo… Y es que, cuando yo entré a trabajar en esta aerolínea, ser sobrecargo todavía era un sinónimo de elegancia y belleza. Los pasajeros —¿se acuerdan?— nos veían con admiración: los niños, como ángeles que bajábamos del cielo trayendo manjares exquisitos y cantidades infinitas de refresco; los señores, como venus aladas e inalcanzables que suscitábamos toda clase de fantasías… Nos llamaban con nombres más evocadores: (cecea) “azafata”… “¡aeromoza!” —¡y olé!—… Ahora, en cambio, ¿en qué nos hemos convertido? En “sobrecargos”. No una carga: una sobrecarga… Meseras sin propina, mucamas malencaradas que traemos platitos de comida chiclosa y fría. Eso es lo único que han traído las aerolíneas “baratas”: los boletos siguen igual de caros pero el trato que nos dan, a pasajeros y empleados, ¡cómo se ha abaratado! Antes nos mandaban a puros hoteles de cinco estrellas. En los que nos asignan ahora… cuando nos ven entrar vestidas así piensan que venimos del tubo.
(Recompone su traje, su mascada y su sombrerito.)
©B.J. Carrick, Elephant,
lápiz y tinta sobre papel crema,
21.6 x 28 in, 2012.
Ya nos desviamos de nuestro destino: la Navidad. Se supone que en estas fechas las familias se reencuentran en un clima de amor y concordia… ¿Su familia es así? Porque las que yo conozco esperan la llegada del 24 de diciembre, ajá, para sacar del armario sus viejos rencores y embarrárselos a la primera oportunidad. Para eso se inventó el intercambio de regalos, ¿no? “Para Lupita de tu suegra: una caminadora. ¡Échale ganas!”… “De Guadalupe para mi queridísima suegra: un paquete All-Inclusive en Monte Fénix… ¡échele ganas!”. El intercambio no solo se da al interior de la familia, sino en todas las escalas. Recuerdo una Navidad en que a los mexicanos nos regalaron un paquetote de este tamaño cuya tarjeta decía “Error de diciembre”. ¿Se acuerdan…? Claro que las tarjetas —esa y las otras— las tuvimos que devolver, junto con lo que habíamos comprado con ellas; y con el coche a plazos, y con el departamento hipotecado… y en fin, lo que a cada quien le haya tocado regalarle a los bancos en el intercambio de ese año. ¡Ah! Pero el paquete… ese se quedó con nosotros. A 240 meses, con intereses. Creo que ahí iniciamos el descenso. Bueno, qué se podía esperar de quienes viven en un lugar con un nombre tan navideño: “Los Pinos”. De ahí proviene el espíritu navideño que nos sorprende cada fin de año con un detalle inolvidable: ahí les va este aumento a la gasolina… tomen este dólar a quince pesos. También en la empresa hay intercambio en el que participa todo el personal de tierra y de aire, y nos avisan que este año nos toca regalarle a Platas, el de la caja. ¡A ponerse guapos, que es el que paga! ¿Y cómo va una a saber qué puede gustarle a un cuate del que solo conocemos su par de manitas?
(Imita las manos y sus reacciones a lo que va diciendo.)
¿Qué le regalamos a Manitas? ¿Unos guantes de box?… (las manos niegan) ¡Un balón!… (Las manos vuelven a negar. Le indican que se acerque y hacen un movimiento obsceno) ¡Sáquese qué!… Por suerte, para estos casos existe… ¡el clóset de los regalos indeseables! Ese donde archivamos el tarro de cerveza en forma de atlante de Tula, el gatito chino que da zapes, el duendecito de Galerías El Triunfo para un jardín que nunca tendremos… A ver qué hace Manitas con eso. Guardarlo para el intercambio del año que entra, probablemente… En la fiesta de fin de año de la aerolínea también hay una tómbola con otro tipo de regalos: computadoras, televisiones de cincuenta pulgadas… hasta un coche rifan… Pero yo nunca me gano nada en los sorteos. Este año estuve cerca… así de cerquita. Dijeron: “para que sea más emocionante, vamos a sacar dos boletos que no serán premiados, y el tercero se lo lleva, ¿les parece?”. “Siiiiií”. “El 259… ¿quién tiene el 259?… El 259 no se lleva el coche… El 32… tampoco se lo lleva… Y ahora sí… Vamos a ver quién tiene el boleto… ¡171!”… ¿Uno… siete… uno? ¡Yo… yo lo tenía! Estaba alzando la mano para gritarlo, cuando al animador se le ocurre preguntar: “¿Queremos que el 171 se lo lleve, o sacamos uno más?”… ”¡U-no-más, u-no-más…!”… Así que el coche fue para el 453: el capitán Rivas, que tiene una Hummer… Ni hablar, a ahogar las penas en cuba —no en Varadero, ¡ojalá!, en Bacardí—, y ponerme el name-tag, y bailar con los compañeros de tierra y de aire… y con Manitas, que quién sabe qué se haya figurado con lo del tarro del atlante de Tula que anda muy atento y muy acomedido y muy manoseador… No es que sea yo mojigata, ¿eh? Una flota de compañeros lo puede atestiguar. De tierra y de aire. Pero este, como que a las primeras de cambio ya estaba hablando de andar, y de irnos a vivir juntos, y… ¡no! Porque nunca, nunca hay que olvidar que los noviazgos de las posadas son como las promociones de las tarjetas: sin intereses. Relaciones que se pueden prolongar a 3, 6, 12, 18 y hasta 24 meses, sin absolutamente ningún interés. Así que aproveché que nuestro Director General estaba empezando su discurso de fin de año y me le escabullí a Manitas. El jefe, como todos los años, nos agradeció nuestro esfuerzo para salvar a la aerolínea en estos momentos tan difíciles para la aviación mundial y bla-bla-blá —viene repitiendo eso por lo menos desde las Torres Gemelas—, y que hemos logrado sortear las turbulencias financieras pero que no hay que bajar la guardia porque el contexto económico adverso bla-bla-blá… y termina anunciándonos que, a partir del primero de enero, la aerolínea se verá obligada a hacer un recorte del treinta por ciento de su personal de tierra y de aire…
(Pausa.)
©B.J. Carrick, Octopus car,
lápiz y tinta sobre papel crema,
21.6 x 28, in, 2011.
¡Tómenla, ahí les va su regalito de navidad! “Este avión tiene una sobrecarga del treinta por ciento y hay que tirarla, como el lastre; así que mientras yo me largo a Aspen a esquiar con mi familia, ustedes disfruten su cenita, porque el año entrante…”. Claro, también nos promete que, en cuanto la empresa se recupere, lo primero que va a hacer es recontratarnos… Ajá, el avión en picada tira lastre y, una vez que recupera altura, ¿lo primero que hace es regresar a recogerlo…? Y así, con una enorme sonrisa navideña, nos pide que antes de retirarnos de la fiesta pasemos con los de Recursos Humanos, que están en las entradas del salón, para averiguar si nuestro nombre figura en la lista de quienes ahí mismo van a firmar su liquidación… ¡Y yo, que nunca me gano nada en los sorteos…! Pero qué le vamos a hacer: estoy enrachada… La culpa es mía, por lo que deseé cuando tenía diecisiete años. Tendría que haber aspirado al departamento de Recursos Humanos, que son los únicos que sobrevuelan todas las turbulencias… Ahora soy personal de tierra.
(Abre su maleta y comienza a sacar avioncitos de juguete.)
Conseguí un puesto en este duty-free por lo que resta del Guadalupe-Reyes. Mi nuevo trabajo no tiene el glamour del otro, pero… es pasajero, como una escala en Tegucigalpa… y yo trato de hacerlo con estilo… (Pregona con elegancia) Diez pesos le vale, one dollar le cuesta… No credit cards… Porque no pierdo la esperanza de que, un día de estos, pueda despegar otra vez…
(Mira con nostalgia hacia un avión que pasa en el cielo y luego retoma su pregón.)
(Oscuro.) ~
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Dramaturgo, guionista y director de cine y de teatro, FLAVIO GONZÁLEZ MELLO (Ciudad de México, 1967) estudió en el CUEC de la UNAM y en el CCC del CNA. Algunas de sus obras teatrales son 1822, el año que fuimos imperio; Lascuráin o la brevedad del poder y El padre pródigo. En 2001 publicó el libro de cuentos El teatro de Carpa y otros documentos extraviados. En 1996 ganó el Premio Ariel por su película Domingo siete.