La historia reciente en México ha sido una de cambio dramático, rápido, y constante; de adaptación a un mundo cada vez más diferente. Este proceso ha implicado una gran modificación en el sistema político, de la dictadura perfecta a una democracia abierta.
La economía mexicana tuvo que hacerse nueva; el estatismo cerrado cedió terreno ante una visión más liberal y globalizada.
Para bien o para mal, había una gran dosis de ideología en estos cambios– el liberalismo democrático como filosofía dominante, en los hechos o aspiraciones de los ciudadanos de la mayor parte del mundo, luego del fin de la Guerra Fría. Sin embargo, el impulso fundamental en México ha sido el pragmatismo: los hábitos de antaño ya no funcionaban. La sustitución de importaciones mediante el autoritarismo simplemente no era viable. Había que cambiar la oferta del país para aprovechar de las oportunidades presentadas en este mundo nuevo.
Este proceso de adaptación es aun visible en diversos ámbitos distintos, incluso, como vimos la semana pasada, en el futbol.
Anteriormente, el plan eterno de México para calificar a los Mundiales era aguantar y sacar resultados en todos los juegos de visita, y ganar todos los partidos jugados en el Azteca. Dentro de lo que cabe, había resultado un plan eficaz; los triunfos en el Azteca estuvieron casi asegurados por décadas, así que México no batallaba para lograr su lugar en el máximo torneo del futbol.
Ahora, México está en medio de una generación futbolística dorada. El Tri tiene jugadores en varios de los equipos importantes de Europa, y ha sacado buenos resultados en un montón de torneos internacionales, por supuesto, con la excepción importante del Mundial. Sin embargo, gracias a un empate a ceros con Estados Unidos la semana pasada, México ya está en aprietos para reservar su lugar en Brasil el año que entra. México tiene jugadores de calidad como nunca antes en su historia, pero la calificación tambalea; vaya dilema.
Como indiqué arriba, creo que este problema futbolístico es una manifestación del mismo proceso de adaptación. La composición del equipo ha cambiado, cosa que ha sido un acontecimiento positivo, pero las tácticas siguen siendo las mismas. En el juego contra Estados Unidos, salieron los once titulares de cinco ligas diferentes; más que la mitad del equipo no labora dentro de México. Por no jugar en la misma liga, éstos no se conocen como los seleccionados de épocas anteriores. Además, para un mexicano que juega en el Villarreal o el Manchester, la altitud del Azteca no es una gran ventaja. Su papá y su abuelo (que pasaron sus carreras en Guadalajara y jugaba con frecuencia en el DF) podían contar con mucha experiencia en aquellos aires de poco oxígeno, pero Javier Hernández no. Lo mismo es cierto para Gio dos Santos, Andrés Guardado, Héctor Moreno, Guillermo Ochoa, y, si un día llega a aparecer de nuevo, Carlos Vela.
En cambio, en la selección de 2006, había dos jugadores (Rafa Márquez y Jared Borgetti) en el mejor grupo de once que no jugaban en México. En 2002, la cifra fue apenas tres: Cuauhtémoc Blanco (se desempeñaba en Valladolid), Gerardo Torrado (también andaba en España en esos tiempos), y Rafa Márquez. En el Mundial de 1998, el único jugador en toda la selección que jugaba en el extranjero fue el portero Jorge Campos, en medio de un solo año en Chicago. Con jugadores así, utilizar el Azteca como una bastión imbatible tenía sentido.
Pero hoy en día, el Tri, como todo el país, ya es más globalizado y, por lo tanto, el plan de “Azteca y aguanta” ya no es apropiado, cosa que se nota en los resultados. De los tres juegos de esta fase final de la calificación, el Tri ha marcado cero goles en dos encuentros en el Azteca. Su mejor desempeño fue de visitante en Honduras. (Cabe mencionar que San Pedro Sula, donde se disputó el juego, se encuentra a una altura de apenas 83 metros encima del mar.)
Obviamente, hay una gran diferencia entre el futbol y el desarrollo de un país, pero las causas de los problemas actuales en uno se reflejan también en el otro. La economía es cada vez más abierta, las empresas cada vez más innovadoras, y el manejo monetario ha sido impecable, pero el crecimiento ha sido pobre por más de una década, pese a los avances. Los traspiés en la apertura política y económica han dejado a muchos recordando los años 60 con nostalgia, llevando a que algunos incluso rechacen no solamente los detalles sino los fundamentos del mundo liberal.
De la misma forma, hay voces que lamentan la fuga de jugadores a Europa, y dicen que los de hoy no tienen la misma capacidad de antes. Esto es falso; más bien, toca adaptar las tácticas antiguas a un mundo nuevo. Y aunque la transición provoque reclamos y desaciertos, es importante recordar que el México abierto y cada vez más moderno de hoy está más lleno de promesas que el de hace unos años, tanto en lo futbolístico como en el desarrollo general. La desilusión popular con la selección actual se ve en las reacciones de los ciudadanos, como la transición económica y política y la insatisfacción que ha generado.
Pero es esencial recordar que la nostalgia es mentirosa. Como demuestra Macario Schettino en Cien años de confusión, el llamado Milagro Mexicano de los años 60 realmente no era tan milagroso. De la misma forma, si bien lo del Azteca y aguanta servía para mandar equipos al Mundial, nunca ha sido suficiente para dejar una huella más allá. Pese a muchas oportunidades, México nunca ha avanzando más allá que los cuartos de final, y solamente en dos ocasiones han superado los octavos de final. México debe aspirar a más, y eso exige un cambio de estrategia.