Una de las ideas más célebres de Enrique Peña Nieto es la de una gendarmería. Sin embargo, pese a la atención proporcionada, los detalles ofrecidos por el presidente sobre su propuesta son escasos. Eso es lo que escribió el candidato Peña Nieto durante la campaña sobre el asunto:
“Crear una Gendarmería Nacional, de origen militar, pero bajo mando civil, que lleve a cabo tareas policiales en los municipios de mayor debilidad institucional dentro de un marco legal claro y apropiado, que garantice el pleno respeto a los derechos humanos de los ciudadanos, incluido el derecho a su seguridad.”
Y en el Pacto por México, en el cual la gendarmería es el compromiso 76:
“Se creará la Gendarmería Nacional como un cuerpo de control territorial que permita el ejercicio de la soberanía del Estado mexicano en todos los rincones del país, sin importar su lejanía, aislamiento o condición de vulnerabilidad.”
Es una etiqueta peculiar, hasta exótica, pero como idea, está lejos de ser transformacional. Lamentablemente, una gendarmería no llena ni un hueco, no logra ni un objetivo que pronto haga de México un país más seguro. Todo lo que puede lograr una gendarmería también lo podría hacer la Policía Federal, que por cierto seguirá existiendo. Entonces, ¿dónde empiezan las funciones de la primera? y ¿dónde acaban las de la segunda? ¿Por qué tiene más sentido meter 10,000 hombres en una nueva fuerza federal, en lugar de mandarlos a reforzar la fuerza que ya existe? Nadie ha dicho, y al parecer, nadie sabe.
No es la primera vez que un presidente mexicano llega a Los Pinos con grandes ideas de reformas policiacas mucho más eficaces que las anteriores. Es más, casi cada mandatario federal por dos generaciones ha hecho precisamente eso. Felipe Calderón consolidó la Policía Federal Preventiva y la Agencia Federal de Investigación, Vicente Fox creó la AFI y desapareció la Policía Judicial Federal, Miguel de la Madrid acabó con la Dirección Federal de Seguridad, etcétera, etcétera.
Todas estas reorganizaciones no han funcionado porque el problema de fondo no es el tipo de institución. Un país puede organizar su seguridad con una o dos fuerzas federales, o a través de miles de policías locales, pero lo que se necesita en todo caso son: recursos, capacitación, agentes de calidad, y paciencia para que los cambios necesarios se manifiesten. No existen razones convencedoras para pensar que estos elementos se encontrarían más fácil en un esquema que utiliza una gendarmería nacional. Y peor aún, ahora tenemos que agregar otra burocracia a un escenario donde ya sobran.
Este hábito de gobierno no se limita a las reformas policiacas. Es la misma forma de pensar que lleva a los ejecutivos en cada parte de la república a construir puentes viales que no se necesitan. Es por eso que las promesas de campaña al estilo de “100 días, 100 obras” son muy comunes, mientras ignoran elementos de su trabajo que son básicos e importantísimos, pero aburridos–por ejemplo, llevar las finanzas sanas.
Es decir, quieren poder jactarse de algo visible, como un faraón egipcio con sus pirámides. El mensaje –“Mira, mira, fui yo que hice esa cosa que ves. ¡Fui yo!”– es bastante infantil, y da por hecho que los votantes son iguales de infantiles en sus preferencias políticas.
Lo que olvidan todos estos faraones modernos es que los proyectos públicos son el medio, no el fin. Un electorado sano no va a dar crédito a un líder por haber iniciado un viaducto impresionante si todas las carreteras en la ciudad siguen llenándose de baches con cada tormenta. De la misma forma, no está mal en sí que Peña Nieto quiera formar un nuevo cuerpo policiaco con un nuevo nombre que es más exótico que los demás, pero la prueba de acidez es si cambia el desempeño de las agencias de seguridad, y si logra mejorar la situación de como la viven los ciudadanos.
Eso es un reto mucho más complicado, como varios presidentes y varias fuerzas policiacas nuevas han aprendido.
PD: Siempre al escribir de temas de seguridad pública, son esenciales los comentarios de Alejandro Hope, quien escribió de la gendarmería aquí.