Richter, Jutta, Yo aquí sólo soy el perro, Hildegard Müller (ilustraciones), L. Rodríguez López (trad.), España: Lóguez Ediciones, 2012, pp. 220.
Nuestro recalcitrante antropocentrismo nos lleva siempre a observar el mundo desde la perspectiva del hombre, del hombre bueno o el malo, del hombre pobre o el millonario, del hombre joven o viejo, pero siempre hombre; se nos olvida que en el mundo habitan otros seres, sin embargo, cuando lo recordamos y somos capaces de hacer un ejercicio antropomórfico, cuando le damos voz a esos otros seres, podemos crear bellas obras, como ésta que les vengo a platicar.
Yo aquí sólo soy el perro es un libro para niños, escrito por la alemana Jutta Richter quien tiene ya una larga trayectoria en este ámbito (comenzó a escribir desde los 13 años, a publicar desde 1979, y en este año se ganó el premio “Los mejores libros infantiles y juveniles de 2013” del Banco del Libro).
Si me preguntan por el género yo diría que es una novelita narrada en verso, segmentada en capítulos aislados, que siempre terminan con un mismo, sencillo y tierno sonsonete: “No es que quiera quejarme. He tenido suerte, unas cosas con otras…” Como el título demuestra, Yo aquí sólo soy el perro está narrado en primera persona por Brendon, un perro pastor húngaro, que pasa de pastorear ovejas en la campiña a ser la mascota de una familia suburbana que lo ha bautizado como Anton. A lo largo de los capítulos, Brendon narra desde la perspectiva en blanco y negro que le dan sus 60 centímetros de estatura la vida de los humanos, que a veces carece de cualquier sentido común, y a veces está llena de insospechadas actitudes. Dentro de los capítulos hay además otras historias narradas por el tío Ferenc, y que pertenecen al mundo mítico de los canes: por qué los perros odian a los gatos, por qué le aúllan a la luna, por qué los perros se portan tan mal cuando viven en un ambiente urbano, éstos y otros comportamientos perrunos van teniendo exposición y explicación a lo largo del libro de una forma sencilla y deliciosa. Las ilustraciones son pocas, pero muy apropiadas, de lápiz, en blanco y negro, y algunas cargadas de mucha ternura a pesar de su trazo escueto, y se deben a las manos de Hildegard Müller.
El final le resultará de una ternura inesperada.
Si usted anda buscando algo para leerle o recomendarle a sus chicos, ésta es una buena opción.
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CAPÍTULO DÉCIMO
en el que solamente digo la verdad
[…]
Anteayer, Emily me llevó a la peluquería para perros.
Ahora, parezco casi un perro de aguas
con muchos rizos en la cabeza.
El resto del pelo muy corto para que no sude tanto
cuando llegue el verano.
Desde entonces, Emily me acaricia con más frecuencia
y me encuentra especialmente guapo.
A mí me da lo mismo cómo estén mis pelos
pues, en definitiva, algo es seguro:
Mi pelo crece día y noche,
¡Pero no me da lo mismo cómo huelo!
Porque el peluquero también me ha lavado.
Fue algo horrible.
Tuve que estar de pie en la bañera,
fui enjabonado y duchado
y ahora huelo como una pradera florida.
La pequeña metió inmediatamente su nariz
olisqueando mi pelo.
Dice que huelo exquisito.
¡Pero yo soy un perro,
no quiero oler exquisitamente!
En Hungría, está terminantemente prohibido
lavar a los perros pastores.
Mi tío Ferenc nos contó muchas veces
la triste historia del hijo tonto
del pastor que había lavado
a su perro.
Después de lavarlo, el perro
olía como una pradera de flores
donde pacen las vacas cuernilargas,
a las que él debía vigilar.
Por la noche, cuando las vacas
estaban en el establo, el perro
se acostó como siempre
a su lado.
A la mañana siguiente, el hijo del pastor
encontró allí únicamente sus huesos.
Las vacas cuernilargas habían creído
que el perro era su pradera de flores.
¡Y, sencillamente, se lo comieron!
¡Desde entonces, en Hungría no se
permite bañar a ningún perro pastor!,
nos contaba el tío Ferenc.
Un perro tiene que oler como un perro.