A través de la radio, en 1960, una voz masculina, nasal y aguda acuchillaba los oídos de los viejos más conservadores y enloquecía de alegría a los jóvenes de un México que aún no despertaba del sueño modernizador impulsado desde el sexenio alemanista (1946-1952), que había traído prosperidad a la clase media urbana. La voz era la de Johnny Laboriel (1942-2013), quien falleció el pasado 18 de septiembre a causa de cáncer de próstata.
Laboriel era el cantante del grupo Los Rebeldes del Rock, cuyo sencillo “La hiedra venenosa” comenzaba a ser un enorme éxito nacional y daba gran impulso al incipiente rock and roll mexicano. A la distancia, se puede ver cómo esta versión supera en muchos aspectos a la original “Poison Ivy”, grabada en 1959 por el quinteto estadounidense The Coasters. La clave para ello fue la voz de Laboriel, aunque también contribuyeron el sonido y la cadencia de la guitarra.
La familia del cantante, cuyo nombre de pila era Juan José, brilla por el talento musical: desde su padre, quien era actor y compositor, y su hermana Ella, también cantante, hasta sus hijos y su sobrina (Emmanuel, Juan Francisco y Muriel), quienes conforman el grupo Ahari. Además, Abraham Laboriel, hermano de Johnny, es uno de los bajistas más reconocidos en Estados Unidos y su hijo, Abe Jr., ha sido baterista de Paul McCartney durante más de una década.
Los padres de Laboriel llegaron a México desde Honduras, donde pertenecían a los garífuna, una etnia que habita las costas de diversos países centroamericanos y cuyo origen, se cree, se remonta al siglo XVII, cuando un grupo de africanos escapó de la esclavitud gracias al naufragio del barco que los transportaba. En 2001 el pueblo garífuna fue considerado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, y entre los elementos que contribuyeron a la distinción estuvo su música.
Pero de vuelta a México, 1960: en ese año también se escuchaba “Yo no soy un rebelde” de Los Locos del Ritmo, cuyo cantante, Toño de Villa, quizás habría adquirido el mismo carácter icónico de Laboriel, si el cáncer no lo hubiera alcanzado antes y muriera el 5 de mayo de 1962, a sus 22 años. Esa pieza y “La hiedra venenosa” fueron fundamentales para impulsar a una primera generación de rocanroleros mexicanos que posteriormente se verían opacados ante la fuerte censura gubernamental contra cualquier cosa que pudiera tener rasgos hippies.
Durante algunos años, Los Rebeldes del Rock fue una de las bandas que lideraban el rock mexicano, pero años después, este y la mayoría de los grupos de su generación estaban totalmente desligados de las nuevas vertientes de rock mexicano. Sus integrantes o se habían retirado o ya estaban insertos en la cultura del espectáculo, lejos del rock. A partir de 1971, con la censura aún mayor que se dio tras el Festival de Avándaro, los rockeros mexicanos y el movimiento estudiantil se acercaron, unidos por el rechazo del gobierno. Para esta generación, solo algunos grupos anteriores a Avándaro, como Three Souls in My Mind, Peace & Love y Los Dug Dugs, eran referentes.
En el caso de Johnny Laboriel, y la mayoría de los cantantes de su época, queda claro por qué no había contacto entre ambas generaciones. Las decisiones laborales e ideológicas jugaron un rol esencial, pues Laboriel consideró a la empresa priista por excelencia, Televisa, “su casa materna”. De hecho, el intérprete declaró en 1993, “me ofrecieron 250 mil nuevos pesos para cantar en un masivo de un partido político de oposición; no sabes cómo me hubieran caído, cuando pedí permiso [a Televisa] no se opusieron, pero… no pude aceptarlo” (Reforma, 30/11/1993).
Laboriel era el caso peculiar de un músico de rock que abrazaba las causas que repudiaban a los rockeros más jóvenes que pertenecían a la generación post-Avándaro, precisamente censurada y criticada por Televisa y el gobierno; para ellos él era el establishment. Además, algunos de los rockeros añejos tampoco lo veían con buenos ojos, pues según relata Federico Arana en su libro Guaraches de ante azul, Laboriel, junto con Paco Stanley, practicaba una suerte de bullying en la década de los cincuenta. En una entrevista de 2012 con Rico Malváez del blog Letras Plateadas, Laboriel atribuyó su agresividad juvenil al deseo de competencia y superación.
Teniendo esa enorme presencia mediática en México, mayor que la de cualquier otro familiar suyo, Laboriel perdió grandes oportunidades para ser una figura mucho más trascendental. En un país con un profundo racismo inserto en el clasismo y de una intensa xenofobia que se desata a la menor provocación, Laboriel pudo haber promovido la conciencia y combatido ese tipo de discriminación. Pero optó por tomar otra postura, e incluso llegó a solapar el racismo, como se puede ver en su participación dentro de un episodio de la comedia Cero en conducta de Televisa, donde él mismo aparecía diciendo lo siguiente:
“¿Usted sabía que me dicen el crimen perfecto?… Porque no me pueden aclarar”, a lo que el personaje del profesor de la escuela añadía: “Si te portas bien, yo te mando a revelar”. Lo que sigue en el capítulo del programa que estuvo al aire entre 1999 y 2003 es un sinfín de diálogos racistas que dan pena ajena al saber que se transmitieron en la televisión abierta.
Así, uno de los artistas mexicanos con mayor potencial de transformación social eligió anteponer la fama y la fortuna al sendero del prestigio y la autonomía. Yo me quedo con el Johnny Laboriel de “La hiedra venenosa” y “Melodía de amor”, y que también después se asomó en piezas como “La tómbola” (2000). Confío en que esa voz única, que incita a la irreverencia y a la emancipación, se pueda convertir un día en bandera antidiscriminatoria. Pudo haberlo sido desde hoy, pero esa oportunidad se perdió y ahora habrá que esperar unos años, posiblemente décadas, para que el contexto social ligado al cantante quede atrás. ~
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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Nuestro Rock, Sónika, Replicante y Reforma. Es fundador y miembro de la agrupación de balkan beat La Intaernacional Sonora Balkanera.