Hace unas semanas, el economista Rick Nevin opinó que en lo que va del 2013, la tasa de homicidios en Estados Unidos había llegado a su nivel más bajo en un siglo. La divergencia con la experiencia reciente de México no podría ser más marcada, tanto en las cifras absolutas–Nevin calcula una tasa de 3.8 asesinatos por 100 mil habitantes en EE.UU., mientras que en México la cifra es aproximadamente siete veces mayor– como en las tendencias recientes –EE.UU. está en medio de dos décadas de pacificación, y la ola terrible de crimen en México que empezó en 2008 apenas se frenó el año pasado. Aunque la comparación para México no sea muy halagadora, he ahí una nota muy optimista para este país.
En la búsqueda eterna por una explicación a la inseguridad en México, los analistas comúnmente apuntan a varios factores: entre otros, el pobre estado de derecho, la caída del PRI, el debilitamiento de los narcos colombianos, el débil desempeño económico, las políticas de Calderón, y el vencimiento de la prohibición estadounidense de la venta de armas largas. Es probable que la mayoría sí juegue un papel, pero no es una lista comprensiva, y la persistencia de la violencia en México es una prueba de que ni una de las explicaciones favoritas ha sido suficiente para cambiar la dinámica.
Sin embargo, las investigaciones de Nevin y otros, de ser correctas, apuntan a otra causa de la violencia en México y otros países: el plomo.
No me refiero al plomo de las balas, sino el que se usaba antes como aditivo en el gas y que, hasta antes de ser prohibido en 1998, era la mayor fuente de plomo ambiental en México. Suena imposible y hasta absurdo, pero según ha reportado Kevin Drum, periodista de la revista Mother Jones, existe un creciente número de investigadores que consideran la desaparición de la gasolina con plomo como una de las causas principales de la pacificación de Estados Unidos durante las últimas dos décadas.
Desde hace muchos años los científicos han percibido un vínculo entre la exposición al plomo en los niños y una gran variedad de problemas de desarrollo, como trastornos de aprendizaje e hiperactividad. Los estudios de Nevin, como demás investigadores, sugieren que dicha sustancia es clave para explicar la delincuencia. Nevin primero demostró que las emisiones de plomo a través de la gasolina se dispararon entre los 1940 y los 1970, y luego empezaron a bajar de manera precipitada, gracias a las nuevas regulaciones y a la introducción del catalizador moderno en los motores del mercado automotriz. Si usted puede imaginar una gráfica con los años puestos en el eje X y las emisiones en el eje Y, el patrón resultante es un altiplano visto a gran distancia: sube inmediatamente, se mantiene arriba por un tiempo, y baja de forma rápida y constante.
El mismo patrón prevalece con la tasa de homicidio y otros crímenes violentos, pero empezando unos 20 años después, es decir, cuando los niños expuestos al plomo en la década de 1940 llegaron a la adultez. La tasa de criminalidad comenzó a crecer en los 1960, llegó a su cima más o menos en 1990, y desde entonces ha ido bajando año tras año.
En pocas palabras, lo que sugieren estos datos es que entre más contacto se tenga con el plomo de niño, mayor es la probabilidad de convertirse en delincuente de grande.
EE.UU. no es el único país que tiene la misma correlación entre el uso del plomo y la violencia. Nevin vio lo mismo en Italia, Nueva Zelanda, Inglaterra, Finlandia, Canadá, entre otros. No encontró ningún país que contradiga su hipótesis.
Jessica Wolpaw Reyes, profesora de salud pública en Amherst, comprobó que la misma correlación surge a nivel estatal: en los estados donde bajaron más rápidamente las emisiones de plomo, el crimen cayó de forma más precipitada décadas después. En los estados donde la caída de emisión de plomo fue más paulatina, la caída en la tasa de criminalidad cayó paulatinamente. Otros dos investigadores, Howard Mielke y Sammy Zahran, encontraron lo mismo a nivel metropolitano y hasta al nivel de las colonias en la misma ciudad. Un equipo de investigadores encabezado por John Paul Wright y Kim Dietrich, al seguir a la misma población de individuos por muchos años, vieron la misma conexión entre el contacto con el plomo y el contacto con el mundo criminal.
Las evidencias son bastante sugestivas, pero no son conclusivas. Algunos analistas han abierto agujeros en la cadena de lógica presentada por Drum, Nevin, y los demás. (Un buen resumen de algunas dudas se encuentra aquí.)
Sin embargo, de ser cierto, sería una noticia importante para México. Como mencioné hace unos párrafos, México prohibió el uso de plomo en gasolina en 1998. Eso quiere decir que los jóvenes de 15 años, en vísperas de los años de mayor delincuencia, no han sido expuesto a este motor criminal, mientras sus hermanos de 22 años sí. Dicho de otra manera, el sector de la población que inevitablemente genera una enorme proporción de la violencia está a punto de volverse más tranquilo.
Suponer que las conclusiones de gente como Nevin y Mielke son acertadas, no significa que los horrores de los últimos cinco años van a desaparecer completamente. México no tendrá un sistema de justicia eficiente gracias a la eliminación del plomo atmosférico. Los cuerpos policíacos que hoy son corruptos no se van a volver honestos y competentes de un día a otro. El narcotráfico va a seguir existiendo, y junto con él personajes como el Chapo Guzmán y grupos como los Zetas. Éstos seguirán siendo motores importantes de criminalidad.
No obstante, la hipótesis del plomo sí representa una buena noticia en un tema donde éstas hacen muchísima falta, y si México sigue el mismo camino que los demás países mencionados, los próximos años nos pueden traer una pacificación importante.
Fotografía tomada de http://www.flickr.com/photos/daquellamanera/446517777/