La seguridad pública en México durante los años recientes nos ha presentado un caso de, en las palabras de Alejandro Hope, una espiral infinita. La situación ha demostrado muchas características de un ciclo vicioso. Por ejemplo, los casos de corrupción de policías generan frustración y apatía del público, cosa que abre espacio para más corrupción, lo que genera más apatía, etcétera, etcétera. O si quiere otro ejemplo, considere usted la atomización de las pandillas: la fractura de los grupos grandes deja lugar para reemplazos más chiquitos y débiles. Esta misma debilidad invita a que sus rivales intenten arrebatar sus plazas, cosa que genera violencia y a menudo debilita aún más a los narcos involucrados en la pelea.
Hay un sinfín de ejemplos específicos así, y la dinámica general también ha sido muy parecida: los resultados negativos generan más resultados negativos.
Una de las ciudades que ha logrado zafarse de esta espiral lamentable es Tijuana. La ciudad fronteriza sufría una de las peores reputaciones en el país por una gran parte del sexenio calderonista. De acuerdo con INEGI, el número de homicidios dolosos se incrementó por un factor de más que seis entre 2007 y 2010, de 206 a 1,257. Teo García y su pozolero Santiago Mesa le ganaron a Tijuana el peor tipo de fama que una puede tener.
Ahora, las cosas son muy diferentes. De 2010 a 2012, la tasa de homicidio cayó a más que la mitad. Sigue siendo una ciudad violenta y llena de mafias, pero la anarquía de hace tres años desapareció. La espiral infinita no solamente se rompió, sino se revirtió. Este año ha traído un empeoramiento leve, pero no tiene nada que ver con el periodo más feo.
Nathan Jones, un investigador de Rice University en Texas, busca explicaciones por estos sucesos en su nuevo reporte, Explaining the Slight Uptick in Violence in Tijuana (en español, Cómo explicar el ligero incremento en violencia en Tijuana).
Uno de los eventos claves que precipitó esta mejoría fue la detención del mismo Teo García, en enero de 2010. García era un exteniente de los Arellano Félix que se alió con el cártel de Sinaloa, y luego acabó enfrentándose a ellos también. Es decir, García había roto con dos de sus patrones anteriores, iniciando una especie de guerra civil en los dos grupos criminales en la misma ciudad. Además, la manera en que condujo su organización fue brutal: utilizó la extorsión y el secuestro, y mató a sus enemigos (una lista muy larga, por cierto) sin discreción. Su perfil fue de un capo inusualmente desestabilizador, y su desaparición del escenario en Tijuana tuvo un impacto bastante positivo en la seguridad pública.
Es un resultado notable, porque la versión popular es que la caída de un capo genera violencia, mientras sus rivales y subordinados pelean por el control de su red. Pero en el caso del Teo, sucedió lo contrario —en el 2010 se frenó la alza de los homicidios, y en el 2011, la cifra cayó en picada, de 1257 a 512.
Pero según cuenta Jones, la caída del Teo es solamente la mitad de la historia; igualmente importante es lo que vino después.
Hoy en día, el Cártel de Sinaloa y sus aliados dominan Tijuana, pero no buscan exterminar a sus enemigos. Al contrario, dejan que operen en la zona los demás grupos —incluso a los Arellano Félix, sus rivales de siempre, aunque ni los Zetas ni los Beltrán Leyva tienen presencia allí actualmente— siempre y cuando paguen su cuota. Por eso Jones etiqueta Tijuana como una plaza abierta. La lógica empresarial se ha impuesto encima de la lógica bélica, y gracias a ello, la ciudad vive mejor. El incremento reciente en la tasa de asesinatos se debe no a una guerra entre los Arellano Félix y el Chapo, sino cuentas pendientes entre pandillas locales. No promete una nueva escala violenta como la que inició hace cinco años.
Como parte de la misma transición, el secuestro y la extorsión ya no son parte del modus operandi de la típica pandilla de hoy: los niveles de estos mismos ilícitos han caído igual de dramáticamente que los homicidios. Según cuenta Jones, parece que estas actividades se castigan dentro del mundo de los propios criminales.
Todo lo anterior nos habla de un ciclo virtuoso, que ha reemplazado —por lo menos temporalmente, por lo menos en Tijuana— la espiral infinita. Es un acontecimiento genial, pero queda por ver qué tan frágil resulta este nuevo equilibrio. Algunas noticias publicadas posteriormente al reporte de Jones —el auge de un nuevo grupo criminal en Tijuana, el asesinato de Francisco Rafael Arellano Félix— agregan un toque oscuro a sus conclusiones optimistas.
Pero en fin, el camino reciente de Tijuana puede verse como un objetivo para todas las ciudades fronterizas con una larga historia del crimen organizado. Es decir, tales zonas siempre van a atraer narcotraficantes, y esto siempre implica una cierta cantidad de violencia. Una meta fundamental para el gobierno es limitar la violencia y proteger a la población general. La coexistencia entre pandillas distintas representa un gran paso hacia esa meta. El rechazo a la extorsión y el secuestro es otro.
Lamentable la reproducción de violencia que se genera en nuestro país; es indudable que no sólo en el norte se dan este tipo de actos violentos, también la zona centro y el sur están pasando por las mismas circunstancias, quizás la diferencia entre estas zonas radica en el origen primigenio de la violencia, aunque seria determinante y reduccionista decir que es así.