En días pasados fui a la boda de una de mis amigas más entrañables. Después de más de 10 años de noviazgo y varios de vivir juntos, decidieron casarse y celebrar una ceremonia religiosa. Durante un año entero la novia estuvo planeando el evento, cuidando todos los detalles para que fuera la boda de ensueño que siempre imaginó. Todo a su gusto: la iglesia, el salón, la comida, el vestido, la música. El objetivo principal era que la fiesta fuera un éxito. Diseñó invitaciones tanto en papel como virtuales que nos recordaban que la fecha estaba apartada. He de confesar que yo soy un poco apática cuando de ceremonias y protocolo se trata, los tacones no son lo mío, y las misas menos. Sin embargo, estaba muy entusiasmada con esta boda en particular debido a la alegría que le causaba a mi amiga, a la prometedora fiesta de varias horas y a la poca relevancia que la ceremonia religiosa parecía tener, ya que era lo único que no mencionamos al hablar del gran día.
Así que con entusiasmo dediqué la tarde previa a la boda a construir mi personaje con herramientas especializadas en moldear cuerpos e identidades, y ataviada como toda una dama de sociedad, me encaminé a la ceremonia religiosa. Llegando a la iglesia tuve la precaución de sentarme en la orilla de la banca, junto al pasillo central que da al altar para no perderme ningún detalle de la entrada de la novia. Comenzó a sonar la marcha nupcial, entró el novio elegantísimo del brazo de su madre, el cortejo de las damas, padrinos y madrinas y después de unos momentos apareció la radiante novia del brazo de su madre.
Y sí. Estuve a dos milésimas de segundo de derramar una ateísima pero dulce lágrima cuando vi a esas dos mujeres juntas caminar emocionadas hacia el altar. Y es que a mí no me había tocado ver que fuera la madre quien entregara a la novia en la ceremonia. Siempre era el padre, el abuelo, el tío o el hermano. Nunca una mujer. Después comencé a preguntar a la gente y resulta que conocían algunos casos, la mayoría de ellos en ceremonias civiles, no religiosas. Sin embargo, este hecho que puede ser considerado un detalle, llamó mucho mi atención. Algunas colegas feministas dirán que lo de menos es quien la entregue, al final, el significado del rito es el mismo: entregar la mujer al hombre que tendrá potestad sobre ella. Pero, ¿es realmente así en estas épocas? ¿Qué mensajes se transmiten a los miembros de una comunidad cuando es la madre quien acompaña a la hija hacia el altar?
La importancia social de las bodas
Las bodas son rituales, compuestos de varios elementos con distintos significados que representan y contribuyen al establecimiento de las relaciones sociales. Dichas relaciones son tradicionalmente patriarcales, es decir, que producen y reproducen el poder masculino sobre el femenino. No solo las mujeres sino la sociedad en su conjunto está bajo el mando del patriarca o, dicho en otros términos, de los miembros que encarnan la masculinidad hegemónica quienes se benefician en mayor parte del orden social. Por ejemplo, las arras simbolizan el sustento de la pareja, mismo que tendrá que ser llevado al hogar por el varón, jefe de la familia, y administrado por la mujer, encargada de cuidar al marido y a los hijos. En el caso de la entrega de la novia, la tradición marca que es el padre quien la lleva del brazo hasta el novio, mismo que de ahora en adelante y en sustitución del padre, tendrá la obligación de protegerla y brindarle un sustento, además de tener hijos con ella y garantizar la reproducción de los linajes. A cambio, la familia del novio otorga la dote, elemento del ritual que ha quedado fuera de la práctica, al menos en las clases medias urbanas. Los tiempos han cambiado y ahora, ni los hombres son exclusivamente quienes llevan el sustento a casa, ni las mujeres están en el hogar esperando que el hombre las proteja y las mantenga, ni los abuelos esperan la reproducción de algo que podría ser considerado un linaje. Al menos no en todos los casos.
No sólo la familia y las instituciones políticas y religiosas participan en la reproducción del ritual, también los medios de comunicación lo hacen de manera aplastante. Durante la boda real de Guillermo y Catalina de Cambridge, se enviaron 300 tweets por segundo usando el hashtag #RoyalWedding. La importancia del ritual, y su performativa, se siguen manteniendo. Sigue siendo importante para algunas parejas llevarlo a cabo, como si fuera un conjuro que es preciso desplegar de principio a fin.
Pero el guión del conjuro cambia, se resignifica, de acuerdo al contexto y las posibilidades de cada pareja. Las relaciones sociales que se representan en la escena ritual no son siempre las mismas. El padre que debería entregar a la novia, está ausente en muchos de los casos, los novios desde hace mucho han dejado el hogar familiar para ser independientes o inclusive vivir en pareja y la llegada de los hijos ha dejado de ser, en muchos de los casos, inmediata a la “consagración del matrimonio”. Los tiempos cambian, los discursos se modifican y las prácticas sociales se flexibilizan. O viceversa.
Pero esto no sucede de un momento a otro ni de manera natural. Pocas cosas en el ámbito social y cultural lo hacen. Los discursos sobre bodas en internet nos permiten notar la reticencia a los cambios o la sorpresa ante la innovación de las prácticas. En Yahoo Respuestas, encontré dos tendencias distintas al respecto. En México, ante la ausencia del padre, las respuestas sugerían buscar algún hombre con autoridad en la familia, ya fuera el abuelo, el tío o el hermano mayor, o inclusive el suegro. Los comentarios sobre la posibilidad de que fuera la madre eran negativos, diciendo que sería demasiado raro, que no se usaba y que seguramente el sacerdote no lo permitiría. La otra tendencia, un foro sobre bodas en España, era a favor de que la madre entregara a la novia, diciendo que era “justo, por el reconocimiento que se le daba con ese detalle”.
Mensajes, rituales y cambio social
Cuando es la madre quien entrega a la novia, podemos suponer dos cosas. Primero, que las hijas otorgan a las madres el lugar que tradicionalmente se reservaba para los varones del grupo y que por tanto hay un reconocimiento, tanto del papel de la madre como autoridad, como de la decisión de la hija, a nivel familiar, pero que también se transmite hacia afuera del núcleo. En segundo lugar, y lo que me parece más significativo del hecho es que, si bien se continúa con el rito de la entrega de la novia, este elemento es una vuelta de tuerca que muestra que los cambios en los discursos y prácticas sociales son posibles y que nuevos actores pueden entrar en escena y establecer nuevas relaciones sociales y simbólicas entre ellos y con las instituciones, incluyendo las sagradas.
Así, las madres pueden entregar a sus hijas a los novios. O novias, pensando en que existen ceremonias que celebran uniones entre personas no heterosexuales, que si bien no son reconocidas hasta ahora por la Iglesia católica, se llevan a cabo con todos los elementos rituales. Las parejas pueden entrar de la mano a la iglesia en una proclamación de autonomía e igualdad, sin que nadie las entregue al otro. De acuerdo con el antropólogo Víctor Turner, las creencias y prácticas religiosas son algo más que reflexiones o expresiones de las relaciones económicas, políticas y sociales. Son claves decisivas para comprender cómo piensa y siente la gente estas relaciones y el entorno en el que actúan. Los miembros de una comunidad pueden apropiarse de los rituales y resignificarlos a su conveniencia para alcanzar sus aspiraciones personales en relación con el matrimonio y la socialización del vínculo. Así que los más apegados a las normas institucionales podrán decir misa, pero los cambios sociales son posibles hasta en los recintos sagrados.
Felicidades a Paulina Gutiérrez que bueno que se aproveche su talento y se editen sus artículos ademas es una magnífica escritora. EN HORABUENA.