Armonía Somers, Sólo los elefantes encuentran mandrágora, Victoria von Scherrer (notas y epílogo), Buenos Aires: El Cuenco de Plata, Col. Latinoamericana, 2010, pp. 336.
“A mí me han catalogado de destrozona del idioma. Pero si yo he destrozado un poco ha sido conscientemente, porque la literatura peinada a la gomina es una mala pituquería.”
Armonía con su ángel
Nombre: Sembrando Flores Irigoitia Cosenza, o Fiorella, o Sembrando Flores de Médicis, segunda época.
Edad: la de sus dientes, aún todos naturales.
Estado civil: viuda del Dante Alighieri.
Ocupación: Trabajar con recuerdos.
Enfermedades anteriores: otitis reiterada en la infancia, pero con cura radical en el mismo periodo por medicina de excepción.
Antecedentes familiares: novelísticos. Nieta literaria por vía materna del escritor español Enrique Pérez Escrich. Y por la paterna del autor de la novela Sembrando flores, el librepensador también español Federico Urales.
Datos colaterales de interés: una tribu autóctona llamada en su medio Los Caña, dado el hábitat.
¿Antecedentes psiquiátricos?: oh, sí. Conflicto ideológico familiar catolicismo conservador versus definición de Spencer: Yo quería un mínimo de gobierno… Búsqueda de la mandrágora e inconclusa limpieza de un aljibe en la niñez. Dos mujeres pelirrojas obsesivas y tres incendios a lo largo de la vida.
Síntomas actuales: cierta combinación brutal de tos, ahogos, dolor de espalda, palpitaciones y un sentirse desfallecer.
Éstos son los generales que Sembrando Flores da en el hospital cuando la internan para analizarla debido a la extraña enfermedad que la aqueja, que la hace toser sin descanso y que le mantiene el pulmón roto, lleno de líquido pleural.
Armonía Somers cuyo nombre real era —aún más raro que el de sus personajes—, Armonía Liropeya Etchepare Locino de Henestrosa, también padeció quilotórax (una dolencia respiratoria que por lo general ataca a los hombres); fue debido al internamiento prolongado que consiguió escribir Sólo los elefantes encuentran mandrágora,* dice ella misma que la escribió para que la muerte no borrara su memoria. Segura de que moriría, quiso hacer de su cuarta novela “…mi caja negra. Búsquenla si cae el avión. No puedo decir nada más; me delataría antes del juicio.”
Al igual que Cortázar (de hecho nacieron el mismo año), Armonía intentó escribir la novela total. Una novela seudobiográfica (lo digo no por falsa, sino porque se pierde la frontera entre lo real y lo ficticio) en la que el ejercicio fuese más lejos, y en diferentes direcciones, que la del autor activo-lector pasivo.
Con la seguridad y la angustia de lo que tenía pendiente por decir, María del Rosario (nombre con que la llamaría su madre), una sencilla pedagoga y maestra de primaria (labor que la ayudó a vivir en el mundo real, mientras construía sus complejas ficciones) metió en estas 336 páginas todas aquellas ramas del saber que le interesaban: literatura, alquimia, botánica, vampirismo, novelas de folletines del siglo XIX, sus recuerdos de infancia, la historia truculenta de su árbol genealógico, la formación anarquista que le diera el padre, intrigas de espionaje, el catolicismo samaritano de la madre, episodios de la primera guerra mundial y de la Biblia, mitología, criptología, terrorismo, filosofía, música, magia, masonería y seguro otras tantas cosas que se me olvidan.
La diferencia entre el cronopio y Fiorella es que mientras en aquél el ejercicio era intelectual, en ella, era vital; mientras en aquél había que ensayar el conocimiento, en ella, había una codicia por deglutirlo. Quizá radiquen aquí las causas de su mal: tener ambiciones que durante mucho tiempo se consideraron sólo masculinas.
Por fortuna, Armonía no murió en este trance. Vivió muchos años más para seguir escribiendo y convertirse en la escritora de culto que es hoy. En la “loba esteparia de Uruguay” que sigue sin ser reconocida con justicia en la historia de la literatura de este país, en la mujer que transgredió el español para sodomizarlo, enriquecerlo, ensombrecerlo y ensancharlo (¿recuerda a Roberto Arlt?). ¿A qué se debe este desdén?
Las respuestas son muchas. La primera, y quizá la fundamental, es que fue una mujer decidida a ser libre, única, autodidacta y escritora en una época en que las mujeres no tenían voz ni decisión ni pensamiento. Justo es recordar que Armonía también es autora de La mujer desnuda, una novela erótica que escandalizó al medio intelectual de su país en 1950. La segunda tiene que ver con su sensual y misteriosa intuición, rayana en la hechicería, su credibilidad para las cosas fantásticas, como puede apreciarse en la entrevista hecha por Carlos María Domínguez.**
Las demás con su rebuscado y complejo estilo polifónico, en el que no sólo habla Armonía Somers, si no todas las demás enunciadas en este texto, el ángel que la resguardaba, y a quienes deben sumarse también sus referencias, las citas textuales que conectan con otros autores, y su arabesca forma de pensamiento, que transforma su lectura en un reto para ojos perezosos.
Como sea, es escandaloso y evidente que aún subsiste la persecución de las hijas de Lilith.
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Trece
De cinco cartas en tiempo de Eclesiastés
Y el tiempo de maldecir al tiempo
[…] Y fui dueña absoluta del color de la noche y del color habitación con amantes y luz apagada, que es el receptáculo de los colores dormidos, porque las cosas permanecen en la oscuridad apretando sus carbúnculos, no, la enfermedad no, el origen de la palabra o carbón encendido, que es también el rubí. De modo que a no equivocarse conmigo, los pocos colores de los Cuadernos no serán mi vida, apenas si una cuestión operacional de ordenamiento y circunstancias, yo vi todo el color del mundo, el color Sinfonía me enloqueció, el color mástil diferenciado del velamen. El de las cubiertas del pasaporte, el color eternidad, el color del minuto colmado y el del minuto vacío cuando se llevan en angarillas a quien se amó, y ése, el único que es ausencia de color, el de las cavidades negras del espacio descubiertas por Einstein. Y ninguno tuvo primacía, porque el color no es elegido, explota sobre nosotros y tantos no lo ven que los pocos quedamos enamorados o aterrados y a plena boca abierta. Y el color lluvia: éste no era el del agua que es incolora, un misterio, lo que está hecho de algo no conserva su color. Por todo lo cual a veces justifico, doctor Nessi, lo que vino a ocurrirme, yo reventé por dentro sencillamente, y quién sabe cómo se irá a arreglar la cosa que a usted le cayó junto conmigo en un mal día de su calendario de cierto color verde agua apacible, tal como debe ser en su ministerio, a lo sumo transmigrado a un verde menta cuando anota allí: Hoy se me fue otro de las manos, paciencia, no hay reclamación, que lo lloren y eso les baste. De modo que por lo dicho yo debo haber estallado a causa de muchas cosas que no caben en el cuerpo, una de ellas la magnitud y las gamas del color y luego las demás desgracias viniendo al velatorio, cada cual con su ramillete de flores pintadas por el inagotable Ateo. Porque es inmenso el funeral de la gran peripecia humana, algo como un cortejo que va de la auténtica tierra al supuesto cielo, dignos e indignos escuchas de esta melopea de un vivir pensando que no tiene fin ni principio conocido, mi complaciente doctor Aldo Nessi, que tuvo que vérselas al mismo tiempo con el quilotórax color gelatina de medusa y conmigo, yo sí que un pequeño bicho de la humedad cuyo nombre ignoro, pero que se hace una bolilla gris no bien se lo toca, y que nadie me toque, puedo desaparecer, no soy gregaria, dígaselo usted, doctor Nessi, se arrolla si la tocan y puede retornarse al gris fetal que fue el primer color de su existencia.
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* La referencia del título puede buscarse en el Physiologus, un manuscrito en griego, quizá escrito en Alejandría entre los siglos II y IV. Vea en “El elefante”, http://www.lavondyss.net/biblioteca/bestiario-medieval-siruela/00.-BESTIARIO%20MEDIEVAL.htm#ÍR_AL_ÍNDICE
** Que es deliciosa y puede verse acá, http://www.lamaquinadeltiempo.com/algode/armonia02.html