Hace poco más de un mes escribí una nota sobra le exposición de las obras de Florence Cassez organizada por la asociación que defendía su caso. En ella subrayaba la alta mediatización del acontecimiento gracias a la presencia de, entre otras personalidades, la compañera (no están casados) del actual presidente François Hollande, la actriz Marion Cotillard, periodistas y parlamentarios. A la (corta) distancia veo que se trató de una mera premonición al tsunami “casseziano” que conocimos en los últimos días, y que no es sino la contraparte de la mediatización con que inició la aventura del montaje al que fue sometida la francesa recién liberada.
Sin meterme en el embrollo de la culpabilidad o la inocencia de Cassez, porque como cualquiera sabe es casi imposible afirmar a ciencia cierta si es lo uno o lo otro (en particular después de haber leído el ya canónico artículo de Héctor de Mauleón), con lo que me quedo es con el hilo conductor de la historia: cómo, de un cabo al otro, el periplo de los más de siete años que pasó Cassez en la cárcel fue hilvanado por su exposición a los medios. El punto de inflexión no fue tanto el montaje difundido por Televisa y TV Azteca, sino la vergonzosa exhibición que hizo de Genaro García Luna en cadena nacional. A partir de ahí la historia de Cassez se volvió un drama casi irresoluble, al que la intervención del expresidente Sarkozy terminó de bloquear por completo. Solo el cambio de gobierno en ambos países, y en particular de México, pudo resolver la situación en favor de Cassez.
A nivel diplomático, es innegable pensar que la solución de la SCJN fue la salida más honrosa que haya podido encontrarse. Tanto Hollande como Peña Nieto se quitaron la piedra del zapato, por lo que ahora pueden retomar un discurso afable entre sus respectivos países. Sin embargo, en México la liberación de Cassez fue percibida en gran medida como algo obvio (el proceso estaba tan viciado que no quedaba de otra) o como un abuso más de la clase política (dejando en claro que las prácticas instauradas por el PRI habían vuelto para quedarse). Por lo que he podido leer y conversar, la mayoría de las personas en Francia está convencida de que Cassez debió salir libre, porque allá la presunción de inocencia es la piedra angular de la justicia: cualquier manipulación del proceso hace vacilar la imputación que pesa sobre el acusado y puede eximirlo si persiste la duda de la culpabilidad (y no como en México, que se es culpable hasta probar lo contrario…).
Sin embargo, algunas voces subrayaron en contados foros y artículos que Cassez no había sido liberada después de un juicio justo, y que nunca se sabrá si tuvo algo que ver –o no– con los crímenes que se le imputaron. El reducido coro de voces críticas no bastó para plantear el problema de ese modo frente a la opinión pública, porque los dados de la opinión habían sido lanzados –como en México. Es decir, como la persona que ha sufrido directa o indirectamente la violencia del crimen organizado y piensa que hay que castigar duramente a todos los criminales, o como aquel que vivió la injusticia judicial de la policía siendo encarcelado “porque sí” y sabe que muchos prisioneros son chivos expiatorios, la seguridad de la culpabilidad o la inocencia de Cassez depende al final de la convicción de cada persona. La polarización, la manipulación y la exacerbación nacionalista, manejadas por un lado a lo largo del proceso de Cassez, y las constantes criminales de secuestro y violencia que por el otro se viven en el país, son los polos extremos que sintetizan la necesidad que tiene la gente para señalar un culpable: una “franchuta gandalla” que hay que tratar como a cualquier delincuente, o un Gobierno incapaz, como siempre, que fabrica a modo sus culpables. Cualquiera que sea la opción que se tome, la mediatización es el verdadero meollo del asunto, y plantea cuestiones que no se han resuelto, ni se resolverán, mientras no exista la posibilidad de modular el poder que tienen los medios para orientar y formatear la opinión.
Lo más difícil será, con el paso del tiempo, hacer que en México la gente modifique la convicción de que Cassez secuestró realmente a los tres cautivos (liberados realmente por la policía), y que en Francia la sociedad no vea a México solo como un país violento y sin justicia, en donde la ley se aplica dependiendo de la conveniencia (o la ineptitud) del Gobierno en turno. Lo que queda por hacer es impedir que se cristalice ese cliché, de lo contrario, cada vez será más difícil que la gente perciba y juzgue las cosas de distinta forma (tanto en México como en Francia), que deje de creer que todo lo que ve en la televisión es la realidad que respira.