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La recuperación de un imprescindible
Cultura | Este País | Miguel Ángel Castro | 01.08.2013 | 0 Comentarios

Francisco Toledo, Animales de los espejos, tinta y acuarela sobre papel, 24 x 34, 1983.

Francisco Toledo, Animales de los espejos,
tinta y acuarela sobre papel,
24 x 34, 1983.

El autor de nuestra columna mensual sobre el español, Miguel Ángel Castro, se refiere a la valiosa labor de Alberto Vital en la edición y publicación de la Narrativa breve de Victoriano Salado Álvarez (unam / udg / El Colegio de Jalisco, 2012), un autor importante de la literatura mexicana.

Comentar la edición del primer volumen de las obras de don Victoriano Salado Álvarez es, como se llamaba uno de los programas radiofónicos de don Ernesto de la Peña, testimonio y celebración. Lo primero, porque soy testigo de la determinación con la cual emprendió Alberto Vital, desde hace más de una década, el estudio de la vida y el legado del escritor nacido en Teocaltiche, Jalisco, en el significativo año de la restauración de la República. Asimismo, me consta su empeño por poner a Salado a nuestro alcance mediante una edición que conjunte todos sus escritos.

Celebro igualmente la llegada de este robusto recién nacido porque premia el interés, los cuidados y el afecto que sus progenitores le han prodigado, en virtud de que puedo dar fe de la forma en la que la familia ha impulsado y apoyado las labores de rescate de su antepasado.
La edición de la narrativa breve de Victoriano Salado Álvarez es un acontecimiento libresco que debe festejarse porque estoy convencido del valor que tiene la literatura saladiana y porque se trata de uno de los primeros resultados de la voluntad de las descendientes del autor y del trabajo metódico, riguroso y propositivo de un acucioso investigador universitario, todo en aras de recuperar la aportación de una figura insuficientemente reconocida y, en general, poco apreciada en la historia de nuestra cultura. Confirma la importancia de esta obra el que haya recibido los auspicios de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Guadalajara y El Colegio de Jalisco.

Al comenzar el siglo, recién terminado el paro de labores que amenazó gravemente a la Universidad, tuve la fortuna de conocer, en el Centro de Enseñanza para Extranjeros, a doña Ana Elena Rabasa Salado Álvarez de Ruiz Villalpando, primero, y luego a su hija Ximena Rabasa Salado Álvarez; nieta y bisnieta de los escritores Emilio Rabasa y Victoriano Salado Álvarez. Por entonces, doña Ana Elena y una suerte de consejo familiar consideraban diversas opciones para darle destino al archivo de su ilustre antepasado. Al poco tiempo supe que Alberto Vital, un distinguido colega que me honra con su amistad desde que coincidimos en las aulas de la Facultad, visitaba la casa que, por abreviar y por afecto, comenzamos a llamar “de las Salado”, por el rumbo de Tlalpan. Tras una serie de consideraciones, análisis y consultas, esa “familia notable —como atinadamente observa Alberto— por su vitalidad, por su joie de vivre y por el celo, el amor y el cuidado puesto en conservar tanto el legado espiritual como los papeles del bisabuelo materno”, decidió donar el archivo de su antepasado a la Biblioteca Nacional. Dejo ahora constancia del privilegio que tuve, como funcionario que era del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, de seguir más o menos de cerca el curso de las gestiones legales y administrativas para que llegaran al acervo del Fondo Reservado de la Nacional cerca de sesenta cajas con los documentos y manuscritos de don Victoriano. Se hizo pública esta donación en una solemne ceremonia presidida por el doctor Juan Ramón de la Fuente, como rector de la Universidad, el 30 de septiembre de 2005, en el aniversario 138 del nacimiento de don Victoriano. El archivo se convirtió así en patrimonio de los mexicanos y, como tal, se fijó el compromiso de resguardarlo y estudiarlo. De tal forma lo entendió y asumió Alberto Vital, uno de los promotores más influyentes en la decisión de las apoderadas, porque un par de años después, en 2007, puso en marcha el proyecto de edición de las obras completas de Victoriano Salado Álvarez, y que ahora ha obtenido su primer fruto: el libro Obras I. Narrativa breve, que en esta ocasión nos ocupa.

Advertía en las primeras líneas que Alberto Vital comenzó a estudiar a Salado desde hace más de diez años, de suerte que es oportuno recordar que en 2002 publicó —con los sellos de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma de Aguascalientes— el libro Un porfirista de siempre: Victoriano Salado Álvarez (1867-1931). Se trata de un estudio biográfico de trescientas páginas que revisa “la trayectoria de vsa, notable narrador, crítico, humanista (y, por eso, polemista), historiador, diplomático y político jalisciense”, en virtud de la atracción que el estudioso experto en Juan Rulfo sintió por uno de los pocos escritores que sufrieron o encarnaron “las tensiones, los logros y la tragedia íntima del liberalismo y el positivismo bajo el régimen personal más prolongado de la historia de México”. En lo que toca a los intelectuales en el porfiriato, Vital advierte que la participación política de Salado fue muy diferente de la que tuvo la generación de la Reforma. El positivismo marcó la ruta de la formación de los gobernantes no sin tensiones “ya que la presencia del intelectual, el hombre que sabe y opina sobre la intensa vida práctica del poder, contribuyó a generar una dinámica propia que tendía a desplazar al político puro o al militar-político, como Díaz, y este reaccionó con ese recelo instintivo suyo tan característico”. Las contradicciones que enfrentaron los políticos llamados “científicos” con el régimen minaron la estabilidad del Gobierno, y los escritores —como intelectuales que estudian la memoria colectiva y forman opinión pública para influir en la toma de decisiones fundamentales— se dividieron en críticos pesimistas y aliados de la esperanza evolutiva. “El escritor —añade Vital—, sobre todo si tiene vocación de historiador, como la que tuvo vsa, trata de ir del pensamiento a la actividad política y de esta a aquel y de la ficción al análisis histórico, político, cultural, y de este a aquella”.

Por muchas razones que no trataré en este momento, es recomendable la lectura de esta biografía de vsa; en particular, para enriquecer el aprovechamiento y disfrute de su narrativa breve, son fundamentales los capítulos relativos a la formación del escritor en su tierra natal, al contacto con la gente de letras en Guadalajara, a su llegada a la Ciudad de México y a los años que Vital llama “del polemista” (1890-1900) y “del diputado científico” (1900-1906).

Alberto Vital hubiera preferido quizá colocar la advertencia editorial y la introducción (cerca de cien páginas) del volumen de Narrativa breve a continuación de los textos de Salado, permitiendo así un primer contacto directo con ellos, más libre y espontáneo, de modo tal que se leyeran después para regresar el camino y reconocerlo mejor, para releer las historias contadas, como el viajero que torna a los lugares favoritos y entrañables pero, sobre todo, para revivir el placer de los encuentros y gozar una vez más los misterios de la memoria. Lo cierto es que nada impide que cada uno lea la introducción cuando le venga en gana; lo importante es leerla porque, a fin de cuentas, es muy útil saber lo que “Victoriano simboliza desde su nacimiento como un hombre entre la épica moderna de la unidad y la contra-épica moderna y eterna de los golpes bajos y de los golpes visibles por el poder”; cómo toda “su vida se vio marcada por la conciencia (en el horizonte, en la nostalgia) de aquella épica y por la conciencia (en la vida cotidiana) de esta contra-épica, sin que a partir de 1910 para él fuera posible de ninguna manera tener fe en la nueva épica, la de la Revolución, a la que vio como una simple sucesión de rapiñas y de destrucciones”.

En la introducción de Narrativa breve encontramos la síntesis de las vicisitudes del cuentista, novelista, político, diplomático y periodista que produjo su obra entre 1890 y 1931. Procede Vital de lo general a lo particular; así observa el desarrollo del cuento en el paso del siglo xix al xx, la postura de Salado en las polémicas con los modernistas, donde se ubica más del lado de la prosa que de la poesía, de esa prosa interesada por el desarrollo del país y que cultivó desde sus primeras colaboraciones en revistas y periódicos jaliscienses como La República literaria y La Gaceta de Gudalajara, hasta su entrada a El Imparcial y El Mundo Ilustrado en México. vsa, afirma Vital, “creía que el modernismo era una literatura decadente que no encajaba en un país que todavía no llegaba a la modernidad”. El investigador revisa las influencias literarias, reflexiona sobre el modernismo y el antimodernismo y señala las consecuencias estilísticas y filológicas que presentaron dificultades en la edición crítica de Salado, para luego detallar las soluciones tomadas.

En el centro de los cuentos de vsa están el mito del hogar, los celos y la infidelidad porque consideraba a la familia como el núcleo social más importante, de modo que todo aquello que favoreciera la afirmación de los valores tradicionales, creía el escritor positivista, debía contribuir al orden privado en natural beneficio del orden público. La narrativa mexicana de la segunda mitad del siglo xix, incluida la liberal, marcada por la doctrina de Altamirano, construyó un imaginario de la nación en el cual los lectores se reconocían como vecinos, disfrutaban enredos, ironías y críticas de sus hábitos para admitir la lección moral con la seguridad que les transmitían las utopías sentimentales fundadas en la cultura cristiana secularizada. La fortaleza de esta tradición resistió y, en algunos casos, paradójicamente, se enriqueció con los embates del modernismo.
En el caso de vsa la influencia de Cervantes es amplia y determinante en lo que se refiere a las historias de celos e infidelidades pero sobre todo en la recuperación del género del sucedido, característico de la escritura de Salado. Explica Vital:

Una definición de sucedido como un género implícitamente propuesto por Salado ya desde un sitio tan estratégico en términos comunicativos como el subtítulo de De autos: Cuentos y sucedidos, incluiría las siguientes marcas distintivas: 1) la extracción de la anécdota básica de una historia realmente ocurrida, sucedida; 2) la hibridación de lo real-anecdótico, este último como recurso para incrementar el efecto de lo real; 3) el diálogo entre personas de distintas edades o condiciones, y 4) el predominio de las opiniones de la persona mayor.

El cuento “Ordalías”, verbigracia, reúne los rasgos del sucedido que hemos comentado; el narrador invoca al cura de Tours (Balzac) y al escudero de don Quijote para referir su “cuentecillo sin miga ni enjundia”, una versión de la historia de la doncella que no opone verdadera resistencia a la violación —y que con la complicidad de su madre pretende obtener una reparación del daño—, ocurrida en el pueblo de Ozomatlán a Teresa López, conocida también como Teresita la Brincos. El arte de Salado no está en recordar el buen juicio de un buen alcalde o gobernador conocedor de las virtudes y los vicios de su pueblo o comunidad, sino en el sabor vernáculo de su narración, que hace referencias eruditas al paso, por ejemplo a Zadig (personaje de Voltaire), que se luce con el empleo de palabras cultas como pulcelaje (‘doncellez’) y que, no obstante, logra el tono de una amena conversación entre mexicanos:

Autores hay que afirmen que cuando la Teresita se presentó en casa del alcalde don Esteban Pérez, iba llorosa y afligida, al paso que otros dicen que no iba sino contenta y alborozada; en lo que sí están conformes todos, es en asegurar que la maldita muchacha llegó tan hermosa que daba gloria verla […]. Como dueña y guardiana de aquel cacho de gloria, iba una vieja de hasta setenta años, negra como la tizne, gorda como un tonel, horrible como un mal sueño. Si fuera verdad que cada ser produce su semejante, habría que investigar la maternidad de Teresita; y tal cosa no está prevista en derecho, que dice que la madre siempre es cierta.

Vital identifica los tópicos y los cronotopos característicos de la narrativa de Salado, ajenos a los de la angustiada tendencia del “mal de siglo”; observa la presencia de elementos fantásticos y realistas; explica minuciosamente el proceso escritural del autor y analiza las ediciones de De autos (1901), cuyo primer cuento, con el mismo título, le parece notable por su originalidad, y de Cuentos y narraciones, publicada por la hija del escritor, Ana Salado Álvarez, en 1953. No hay aspecto de la narrativa saladiana que Vital haya pasado por alto. Ha viajado tanto con don Victoriano que parece sufrir su exilio cuando lo cita:

Porque como su tierra de uno ya no es su tierra, ni puede entrar ni salir cuando le convenga sino cuando a ustedes les da la gana, cosas que no pasaban en tiempos de las dictaduras viejas, me importa saber qué piensan hacer de mí, y si me han de comer los gusanos gringos o los de mi país que estoy deseando ver.

Vital defiende el “método hermenéutico”, que busca insertar cada uno de los elementos del texto dentro de un todo redondeado, donde lo particular se entiende a partir del todo, y el todo a partir de lo particular. Así, pretende explicar las relaciones existentes entre un hecho y su contexto. El intérprete debe desprenderse de su tiempo, de sus juicios personales, e intentar lograr una contemporaneidad con el texto de referencia y el autor mismo, interpretándolos.

Comparto los argumentos del editor sobre la pertinencia de las obras completas, la importancia que tiene el diálogo del escritor con el presente y la lectura que nos identifica en el mundo. Atento el equipo coordinado por Vital a los principios de una buena edición crítica —1) el respeto a las decisiones del autor, 2) la incorporación de todos los textos en el conjunto de las obras completas, 3) la anotación rica y pertinente, 4) el esmero en la fijación y en la presentación de cada texto y 5) decisiones ponderadas, comentadas, sustentadas en la realidad concreta del corpus específico— ha puesto a nuestra disposición setenta y dos cuentos debidamente rescatados, fijados, anotados y, al parecer, sin erratas.

Salado escribe para un círculo de alta cultura literaria, sus narradores despliegan imágenes simbólicas para dar profundidad a los personajes y exaltar tanto sus pasiones como sus acciones, por simples que sean. Su discurso recurre constantemente a la comparación minuciosa en las descripciones; hace referencia a personajes, lugares, historias, leyendas, versos, autores de aquí y de allá; conoce los clásicos y los modernos; alude a sucesos heroicos de diverso orden, propios y ajenos, de todos los tiempos y de diversas tradiciones. Esta erudición no impide que el lector comprenda y disfrute los cuentos y aun los perciba como próximos, como mexicanos.

No olvidemos que Salado fue un académico de número interesado en las voces vernáculas y en el uso apropiado del idioma (autor de “Minucias del lenguaje”, continuadas por José G. Moreno de Alba), de suerte que no sorprende el esmero en la construcción de su discurso narrativo. Mezcla con fortuna latinismos y cultismos con giros coloquiales de su tierra. No es exagerado afirmar que en todos los textos encontramos ejemplos, desde títulos como “El vellocino de oro”, “Ordalías”, “Gerineldo”, “Pro aris et focis”, “Cómo murió Gaspar Hauser” y “Las gallinas de Caravantes” frente a “Las mudanzas de Chonita”, “La novela de Micaela” y “Las nalgadas”. La omnisciencia del narrador saladiano es grata y amena; su saber no es pedantería pues lo expresa con amabilidad y humor, algo de aquella sabiduría del autor-narrador de la tribu que recoge, ilustra y renueva sus tradiciones. El contar, para Salado, se ejerce con autoridad, es una práctica escritural que desarrolla con apego al buen uso del idioma y al prestigio literario; incorpora además mexicanismos, convencido de la riqueza que aportan al caudal del español. Una muestra tomada de la triste historia de Micaela:

Pero de nada valió la recomendación; al entrar a la sala, la gran sala adornada con cornucopias de la época del rey y honrada con un menaje completo de reps verde “de lo que ya no se consigue en ninguna parte”, vio a tres chiquillas larguiruchas y escuchimizadas, a una señora baja y repolluda con un gorro colorado y amarillo en cuya punta se mecían dos plumas anárquicas y subversivas, y a un hombrecillo chaparro, apoplético, con anteojos ahumados, que decía a don Anselmo, con el tono con el que comunicaría Gladstone al Parlamento que Turquía era un obstáculo a la civilización del mundo: “Verdaderamente se pone feo esto de la política”.

La edición crítica nos resuelve oportuna y suficientemente las dudas con notas precisas y exhaustivas, de modo que no le falta razón a Vital cuando advierte que “las características del estilo de Salado y la necesidad de distinguirse de sus lectores mediante una erudición de historiador y filólogo […] provocaron que el total de notas alcanzara una suma muy cercana a las mil quinientas, la mayoría de ellas históricas y léxicas”. Al respecto, es necesario advertir que la anotación de los textos era una tarea fundamental por el afán literario de Salado; la labor del equipo contribuyó a la comprensión de la lectura. Veamos un ejemplo tomado del cuento titulado “Pirronismo”, en el cual el narrador hace referencia a unas obras: “La familia regulada, otras el diálogo de Electo y Desiderio, algunas Los gritos del infierno”. La nota redactada por el equipo editor informa que:

La familia regulada, con doctrina de la Sagrada Escritura y santos padres de la Iglesia católica, obra escrita por el franciscano Antonio Arbiol, en 1715, consta de cinco libros en los que se trata: 1) naturaleza del santo matrimonio, 2) deberes de la esposa y el esposo, 3) virtudes que deben cultivarse y los vicios que deben evitarse parta mantener la paz en el hogar, 4) trato a los hijos y a la servidumbre y 5) obligaciones de cada integrante del núcleo familiar (cf. Antonio Arbiol, La familia regulada, Madrid, 1825). // Salado Álvarez alude a La luz de la fe y de la ley. Entretenimiento cristiano, entre Desiderio y Electo, maestro y discípulo, en diálogo y estilo parabólico (1717), obra del dominico fray Jaime Barón y Arín, formada por dos libros; en el primero se narra el encuentro de Desiderio, hombre sabio que habita en una isla desierta, y Electo, niño náufrago, así como la instrucción que Desiderio procura a su discípulo sobre la doctrina católica y los misterios de la fe. El segundo libro se dedica a mostrar las enseñanzas sobre la ley divina antigua: decálogo, pecados capitales, etcétera (cf. Jaime Barón y Arín, Luz de la fe y de la ley, Madrid, 1828). // Los gritos del infierno para despertar al mundo (1718), texto escrito por José Boneta, racionero de la iglesia de Salvador de Zaragoza, en el que se reprende el vicio y se exhorta a la virtud con gran vehemencia, tomando como figuras ejemplares a los padres de familia, quienes para no condenarse y no corromper el entorno familiar deben gobernar correctamente el hogar, guiándose siempre por la Sagrada Escritura (cf. José Boneta, Gritos del infierno, Madrid, 1718).

Añádase a esta enciclopedia saladiana el cuidado que el equipo editor puso en la actualización de la ortografía y la puntuación y comprenderemos por qué estamos ante la edición más autorizada y completa, correctamente impresa y muy accesible de la narrativa breve de Victoriano Salado Álvarez. El volumen anuncia la recuperación cuidadosa de una obra imprescindible; en el trayecto que ha comenzado nos da ánimo para saber y amar más, tal como lo pide el verso de Victor Hugo que don Victoriano usó en su ex libris de inspiración clásica: Ami, cache ta vie et répands ton esprit.  ~

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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y ha publicado libros como Tipos y caracteres: La prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: Testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo; recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.

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