La semana pasada, miles de manifestantes se juntaron en Washington DC, afuerita de la sede legislativa del país, para reclamar la falta de progreso en un tema clave: una reforma migratoria.
A unos 3500 kilómetros de distancia, miles de manifestantes se han juntado en varias ocasiones recientes para reclamar no lo falta de progreso, sino la posibilidad de ello en otro tema clave: la reforma educativa en México. Como reportó el portal Sipse:
Alrededor de 5 mil integrantes del Movimiento Popular Guerrerense bloquean ambos sentidos de la Autopista del Sol, para presionar a que se instale una mesa de negociación con legisladores locales para dialogar sobre la reforma a la Ley de Educación estatal…
La primera noticia me inspiró algo de admiración y esperanza, mientras la segunda me provocó algo de flojera, además de una sensación de pésame para los pobres que quisieron viajar por el Autopista del Sol en ese momento. Mi reacción contradictoria me inquietó un poco, ya que la protesta social tiene una larga historia en la democracia, y ha sido el motor de innumerables cambios positivos. Al mismo tiempo, somos muchos que nos cansamos de las protestas en México, no creo que todos seamos autoritarios; al contrario, la gran mayoría somos demócratas de mucha convicción, y como acabo de mencionar, en el contexto indicado, las protestas son una fuente de inspiración. Entonces, ¿como se explica la contradicción? ¿Por qué hartan las protestas en Guerrero?
A mi parecer, son varias las razones relacionadas, de las cuales se destacan cuatro.
1) Credibilidad. Los maestros han recorrido a la manifestación pública en un sinfin de ocasiones en años recientes. No es el último recurso cuando el sistema político les ha ignorado y fallado durante años, como era el caso en, por ejemplo, el sur de Estados Unidos para los afroamericanos hace 50 años. Más bien, los maestros utilizan el bloqueo y la manifestación como un primer paso, una táctica cínica previa a la negociación.
Peor aún, aunque la educación sea indudablemente una vocación valorable, los maestros nunca han reconocido que, en los hechos, los sindicatos educativos se han convertido en instrumentos de la corrupción y del poder desnudo. Sobran las ilustraciones del mismo: la fortuna de Elba Esther, los maestros ausentes que siguen en la nómina, etcétera. Cada vez que haya una propuesta de cambiar el sistema, aparecen los manifestantes, cosa que da la impresión de que mantener el statu quo es para ellos lo más fundamental. Pero el statu quo en la educación es un desastre, y urgen cambios de fondo.
Además, como apuntó Macario Schettino la semana pasada, los maestros en varias ocasiones han mezclado su movimiento con otros grupos como el APPO y el EPR. Uno puede pensar lo que quiera de tales organizaciones, pero sus intereses no tienen nada que ver con la educación en sí, y sus acciones inclinan hacia el radicalismo. Cuando los maestros toman posiciones intransigentes, es difícil saber quién o qué representan con ellas.
2) La importancia del asunto. Las protestas sociales más famosas han tratado de una oposición heroica a un régimen opresor. Así fue con Gandhi en la India, los movimientos estudiantiles en México hace 50 años, y Martin Luther King en Estados Unidos, entre muchos otros casos. Ellos lucharon por una libertad política que es un derecho fundamental. Otro caso no tan histórico pero válido para comparar son las manifestaciones contra la inseguridad, desde Iluminemos México de Alejandro Martí hasta las marchas de Javier Sicilia. Ellos buscaron proteger su integridad física, su derecho de vivir sin amenazas a su existencia.
Los deseos de los maestros simplemente no alcanzan este umbral. Ellos quieren evitar que sea fácil despedir a los maestros ineficaces, quieren mantener el control sobre las promociones educativas, y quieren preservar otros privilegios. Estos pueden o no ser buenas ideas, pero es innegable que no representan un caso de vida o muerte, ni de derechos inviolables.
3) La falta de regulación. Leo Zuckermann escribió la semana pasada de la falta de regulación de las manifestaciones en México, y tiene toda la razón. En la mayoría de los países, el gobierno local tiene que aprobar una protesta desde antes. Y aunque el derecho de manifestar sea protegido, el lugar proporcionado para llevarlo a cabo busca reconciliar los deseos de los manifestantes de llamar la atención con la conveniencia de los demás. Para los que llegaron a Washington en pos de una reforma migratoria les reservaron un espacio muy simbólico, pero no impidieron a los que tenían que pasar por la misma zona para ir a trabajar o a estudiar.
En México, gracias a la falta de reglas para las manifestantes, los cosas están al contrario. En Guerrero, los maestros han bloqueado la Autopista del Sol, la carretera más importante del estado, en por lo menos seis ocasiones en el último año. En el DF, el Paseo de la Reforma, una de las avenidas más traficadas, es un gran imán para las protestas, el ejemplo más notorio siendo los seguidores de AMLO en 2006. Parece que escogen sus sitios con la mera intención de molestar a la mayor cantidad de personas posible.
4) Daños a terceros. Cada uno de los miles de maestros que se han manifestado en los meses recientes están encargados de la educación de docenas de niños. Y claro, con ellos cantando en la Autopista del Sol, estos niños no están aprendiendo. Vuelvo a mencionar que es la sexta vez en el último año que los niños guerrerenses han visto a sus docentes en la calle en lugar del aula. Según los líderes de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación, son 80 por ciento de las escuelas que han perdido clases gracias a las manifestaciones. (Cabe mencionar que el gobierno dice que son apenas 3 por ciento de las escuelas; digamos que está al punto medio entre los dos: 41.5 por ciento. De todas formas, son un montón.)
Un niño no tiene porque perder tanta escuela solamente porque a su profe no le gusta una reforma. Y como la educación es una especie de industria estratégica, todo México acaba sufriendo.
Insisto, la protesta social ha sido el motor de progreso esencial, de cuantísimos cambios importantes, pero gracias a todo lo anterior, el mensaje de los manifestantes en México a menudo se pierde. En lugar de simpatía, provocan rechazo. En lugar de abrirnos los ojos, nos los cierran.