Durante los días después de la caída de un gran capo, los medios se llenan de especulaciones, muchas de ellas disfrazadas de análisis. No ha sido distinto en el caso de Miguel Ángel Treviño, y francamente quiero agregar unas cuantas gotas de opiniones propias a la sopa especulativa, así que a continuación les comparto un par de reacciones:
1) La violencia. El resultado común después de que un capo muera o quede detenido es que se dispare la violencia, mientras los adversarios y lugartenientes del caído pelean por el control de sus plazas. Así sucedió después de la muerte de Ignacio Coronel y Beltrán Leyva. Pero no siempre es así: la detención de Teo García en 2010 no provocó una ola imparable de violencia en Baja California, donde él dominaba antes de su captura. Al contrario, tanto Tijuana como el estado se han vuelto mucho más pacíficos hoy en día. En Michoacán, pese a la muerte de Nazario Moreno en diciembre de 2010 y la consecuente escisión de Servando Gómez y los suyos de la Familia, la tasa de homicidio en Michoacán subió de forma relativamente leve.
¿Cuál será el caso en las zonas de dominio de Treviño? La mayoría pronostica una explosión de violencia, y es muy probable que tenga razón. Llama la atención que las caídas que no provocaron mucha violencia tienen que ver con grupos geográficamente limitados, como era el de Teo García. En cambio, los Zetas tienen operaciones en la mayoría de las entidades de la República, desde Quintana Roo hasta Jalisco y todo el noreste, que es la zona que más dominan. Un pleito por el control criminal sería una tragedia sobre todo en Tamaulipas, donde la seguridad pública ha mejorado notablemente en meses recientes (la tasa de homicidio ha bajado por un factor de 40% en 2013), pero la violencia no sería limitada a un solo estado, los asaltos de un estado pueden generar recriminaciones en otro.
Otra cosa para tomar en cuenta es el famoso refrán que el poder odia un vacío. Es decir, entre más débil se perciban los herederos criminales de Treviño, más violencia veremos. Los reportes preliminares indican que Omar Treviño, el hermano de Miguel Ángel, será el nuevo jefe y poco se sabe del nivel de respeto que goza frente a sus colegas, o de sus tendencias en cuanto al uso de la violencia. Pero si no puede replicar el control que tenía su hermano, la ola de violencia se hace mucho más probable. Hay que esperar, pues, que la coherencia organizacional de los Zetas no desaparezca de un solo golpe. Qué ironía: por lo pronto, están alineados los intereses del gobierno y los ciudadanos por un lado, y su máximo enemigo interno por el otro.
2) Trabajo con EE.UU. y estrategia de los kingpin. La promesa de Peña Nieto, típicamente implícita pero a veces explícita, fue de reducir la intensidad del combate contra el crimen organizado comparado con la administración de Felipe Calderón. Nunca fue muy claro si esta modificación fue un cambio verdadero de política o si fue más bien una cuestión de énfasis. No queda duda que mediáticamente Peña Nieto ha logrado empujar la atención de la nación y del mundo hacia otros temas. Por lo que hemos visto en sus primeros seis meses, su legado no será determinado por la seguridad pública; los medios internacionales ya hablan más del Pacto por México que de las brutalidades de la frontera.
Pero la detención de Treviño demuestra que en los hechos, algunos supuestos cambios de Peña Nieto serán difíciles de trasladar a la realidad. El presidente ha prometido reducir la colaboración entre sus agencias y las de Estados Unidos, pidiendo que haya un solo punto de comunicación en la Secretaría de Gobernación. Sin embargo, según fuentes del Congreso estadounidense, la ubicación de Treviño fue posible gracias a inteligencia estadounidense. Las tropas que lo agarraron fueron de la Marina mexicana— que han trabajado íntimamente con agencias estadounidenses— y lo alcanzaron volando en un helicóptero Black Hawk, entregado a la Marina hace dos años por el gobierno estadounidense. En fin, si esta es la época de la no cooperación, las diferencias reales son difíciles de percibir, por lo menos en este caso.
Según se decía hace un año, la administración de Peña Nieto también iba a eliminar la llamada estrategia de los capos, en la que se busca la decapitación de los grupos del crimen organizado a través de la detención de los líderes. Como cualquier animal peligroso, la idea es que el cuerpo no funciona sin el cerebro. Es una idea discutible, para decirlo suave, y lamentablemente no tenemos suficiente espacio aquí para ahondar en tema.
Sin embargo, lo cierto es que resulta muy difícil armar una estrategia robusta de seguridad que ignore a los máximos líderes criminales. Al estar metido en la lucha y al enterarse del paradero de un capo importante, las agencias de seguridad, por razones de orgullo o de coraje o de patriotismo o de la simple adrenalina, no lo van a querer ignorar, aunque sus indicaciones estratégicas sean de enfocarse en los operadores medianos o las redes financieras. Así pues, la estrategia del capo, con todos sus riesgos y consecuencias negativas, se convierte en algo parecido al modus operandi default de las agencias de seguridad.
Por eso las novedades de Peña Nieto no se distinguen tan fácilmente de la estrategia calderonista.