A los seres humanos nos gusta escuchar una y otra vez la misma historia, me dijo un día uno de mis maestros de teoría e historia de la dramaturgia. Y aunque yo intuía que su afirmación era correcta, no estaba muy seguro del por qué. No lo estuve hasta que ahondé en el estudio del monomito propuesto por Joseph Campbell: El viaje del héroe.
Para Campbell, se trata de un patrón básico que estructura mitos de épocas y regiones dispares, haciéndolos partícipes de las etapas descritas en su obra El héroe de las mil caras:
Un héroe sale del mundo ordinario para aventurarse en una región de maravillas sobrenaturales: se tropieza con amigos y enemigos y gana una batalla decisiva: el héroe regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar favores a sus semejantes.
Cada uno de nosotros nos encontramos, casi siempre en nuestra vida diaria, en una zona de confort. Campbell le llama Mundo ordinario, primera etapa del viaje que debemos reconocer antes de pretender salir de allí. ¿Qué razón podría empujarnos a abandonar nuestras comodidades?
Se trata de la vida misma. Algo nos pide movernos y en casos extremos, nos advierte que de no hacerlo podríamos anquilosarnos hasta no ser sino una parte del paisaje. Se trata de una cuestión de vida o muerte. La llamada a la aventura es la segunda etapa del viaje del héroe: se nos brinda una oportunidad. ¿Para qué?
En este mundo posmoderno que descree de todo sentido prefijado a la existencia, escuchar hablar de un monomito puede resultar difícil de aprehender. Lo cierto es que más allá de que exista o no una estructura subyacente a las leyendas de la humanidad, no puede negarse nuestro gusto por escuchar historias construidas a través del mismo, una y otra vez. Por ejemplo, la de Neo, héroe de Matrix, historia que después de bosquejarnos su ordinario mundo gris nos hace partícipes de su llamado a la aventura: ¿Nuestro héroe tomará la píldora roja o más bien elegirá la azul? Nuestro héroe, porque todo relato nos invita a identificarnos con el personaje central. Para eso ha sido escrito. No por otra cosa novelistas como Mario Vargas Llosa observan en tal invitación, a la pulpa literaria misma: leemos para salir de nuestra rueda realidad carente de aventuras, leemos porque deseamos gozar del color allende a nuestra tierra, sin el cual lo cotidiano sería demasiado árido y sin luz.
A la idea que Vargas Llosa tiene sobre lo literario yo agregaría el poder del mito para transformar la vida de millones de seres humanos. Leemos no solamente para escapar unos minutos diarios de este valle de tristeza, sino para encontrar verdades que nos permitan convertirnos en los héroes de nuestras propias historias. Si no fuese así, ¿qué sentido tendría vivir únicamente a través de personajes soñados por alguien más? Estamos llamados a la aventura.
Y en este punto es importante hacer mención de las etapas más importantes del Viaje del Héroe, vinculadas a temas caros a la humanidad: La aproximación a la caverna más profunda, la Odisea y la Resurrección, tienen que ver con nuestro necesario enfrentamiento con la muerte, y ya podemos imaginarnos el valor que esta tiene para todo proyecto existencial. Si vamos a morir, si Dios se encuentra ausente porque nosotros mismos lo hemos matado, si no hay un más allá ¿qué sentido tiene todo?
Para significar nuestra vida debemos sentir la muerte, hacerla partícipe de nuestra carne, luchar con ella para saber que sólo a ella estamos prometidos. Esta idea heideggeriana –Heidegger creía que la alienación sufrida por millones de seres humanos en las sociedades consumistas de occidente, se debía al miedo no enfrentado a la muerte, tema que parece sugerir Aldous Huxley como aséptico telón de fondo a Un mundo feliz- habría estado presente desde siempre en los mitos de la humanidad de una y mil formas y de acuerdo a Campbell, se trata de la gran lección del mito, el aprendizaje que debemos vivenciar en cuerpo y alma si queremos completar con éxito nuestro viaje.
Luego de este enfrentamiento que implica una muerte simbólica hallaremos la resurrección: podremos despertar a una nueva vida, abandonar los ripios de la existencia y dedicarnos a esculpirnos. El verdadero escritor se escribe a sí mismo.
La historia de un proyecto común puede contarse en la clave del viaje del héroe. Hace dos años fue fundada la Escuela Mexicana de Escritores. Antes hubo un momento de miedos y dudas. Quienes participamos de ese proyecto estábamos por lanzarnos al vacío, todos juntos, temerosos de profundidad. Nadie sabía qué esperar de nuestro salto. ¿Era posible, realista, intentar un nuevo proyecto? ¿Se justificaba? No creíamos que un diploma pudiera transformarnos en escritores. Hacía falta un salto. Una iniciación. Jung nos había enseñado algo sobre la sincronía: los acontecimientos suceden, van engarzándose, nos llevan a presenciar la magia de las acciones. «El universo conspira a favor de quienes deben encontrarse».
Teníamos algo que decir, pero nos daba miedo. Todo ser humano posee el don de lo enunciable, pero no necesariamente el cómo. En esos días la iniciación se encontraba en todas partes cantándola cada esfinge y aceptamos responder al reto. Queríamos crecer.
Una escuela de escritores como la EME tiene la función de enseñar el secreto, brindar la llave de las experiencias: invitar a otros a dar el salto. Hoy la Escuela Mexicana de Escritores celebra con alegría su segundo año de actividades y tiene el honor de contar con la presencia de Alfredo López Austin, historiador y estudioso de los mitos mesoamericanos, y una de las plumas más luminosas de nuestro país.
La cita es hoy, 13 de mayo de 2013, en Francisco Sosa núm. 165, a las 17:00 horas, en Coyoacán. Entrada libre.