Las condiciones del Derecho Internacional, en aquellos apartados dedicados a los Derechos Humanos, lo dejan en claro: el hecho de que se trate de un “Derecho Humano” no lo hace intocable, intratable en términos de su posible represión. Está estipulado que debe de ponderarse el daño que hace, por ejemplo, el derecho a manifestarse en términos proporcionales: si una persona, que está en su derecho, se manifiesta para afectar a 1’000, una reprimenda al sujeto en cuestión sería conforme a Derecho. Esto aplica incluso para el Derecho a la Vida.
En el desalojo de los paristas de la CNTE del Zócalo capitalino el pasado 13 de septiembre se desplegaron 50 visitadores de la Comisión de los Derechos Humanos del DF. De los más de 30 arrestados, ni uno solo fue un maestro de la Coordinadora. Incluso el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, desmarcó a los paristas de las agresiones en contra de los cuerpos policiacos.
Leí de alguno palabras que vinculaban el desalojo del viernes con la matanza de Tlatelolco. Fue quizá la mayor aberración que leí en toda la semana.
El problema de la ignorancia, el problema fundamental, es que genera desviaciones críticas. Quizá lo que esté ocurriendo en México es que, por primera vez en 12 años, se está haciendo política. No podría defender al gobierno de Enrique Peña Nieto como uno de grandes alcances políticos, pero sin duda ha generado más movimiento en un año que el panismo en más de una década. Y quizá estas reacciones absurdas e irracionales a lo que ocurre se deba a que mis huestes generacionales no están acostumbrados a la política. Son unos ignorantes en lo político. Quizá se deba a eso.
Me viene un ejemplo a la cabeza: la Reforma Hacendaria. Si hubiera sido propuesta por algún agente de la corrección política, digamos, Marcelo Ebrard (porque es una propuesta que tiene las características de cualquier propuesta de la “izquierda” mexicana), el argumento de muchos de mis contemporáneos sería evidente: “es justo que los que tengamos más vayamos a pagar un poco más”. Sin embargo, se olvida el tema fundamental de los deciles más altos y entonces viene la queja abierta y dolida de que las croquetas para perros van a costar ocho pesos más y de que “ya nos van a cobrar impuestos hasta por comer chicles”; en cambio, quien sabe de economía, quien no padece de esa suma ignorancia, sabe que es una propuesta que se queda chica, que no ayuda a que alcance, que no es verdaderamente progresiva, etcétera, pero que su mayor problema, justamente, es agendar los grandes cambios de la recaudación en tonterías.
O el asunto, como todo asunto, es debatible, pero debe indicar cierta profundidad. Si la Reforma Educativa es insuficiente, como seguramente lo es, entonces que se debata de esa forma. Que así se maneje; los grandes defensores de la Coordinadora (como si este cuerpo político, además de todo, fuera puro y bastión innegable de los intereses de todos) no han podido más que llevar la discusión al trato que se le han dado a los paristas. No se toca el tema de la Reforma. O se tocan nimiedades de la misma: que si son cosas para las que ellos no firmaron (sí… pero los cambios propuestos tampoco van a afectar a los paristas actuales), que si se va a privatizar la educación (para mí, el enigma retórico más bello que he encontrado, jamás), que si es una reforma laboral y no educativa (cierto, pero en México es difícil separar la estructura laboral del magisterio de nuestra estructura educativa).
Insisto: en todos los casos hay tela de dónde cortar. Por la izquierda y por la derecha hay formas de pegarle a este gobierno, como debería de hacerse. Pero son tan pobres las herramientas que se utilizan para hacerlo, incluso en términos de negociación (¿qué poder va a tener una organización que detiene el flujo aeroportuario de una ciudad por un día entero, generando ese nivel de disgusto?) que le estamos entregando las llaves de nuestra participación cívica a un gran armado abstracto que lo que parece buscar no es más que el grito vacío y el desahogo de las frustraciones personales.
Se olvida que reflexionar es importante, que es divertido, y que uno debe, en todo momento, de llegar a alguna conclusión que lo sorprenda íntimamente; ahí es donde empezamos a salvarnos de la ignorancia. Y estoy convencido de que quejarse por un aumento ínfimo en el precio de unas croquetas, y alinearse de forma ciega con una agrupación política masiva (esto ya es sujeto de sospecha) que viola también el derecho de las personas… no debe de generar mucha sorpresa y encuentros personales con uno mismo.
Al menos así lo espero.