Durante muchos años, los sueños para una mejoría en el sistema de educación iban en dos ejes: primero, la desaparición del icono de la disfunción educativa de México, Elba Esther Gordillo; y segundo, una reforma educativa que reduce el desperdicio de recursos e introduce un mayor rendimiento de cuentas de las escuelas.
Este cálculo siempre era un poco fantasioso. Remover a Elba Esther sí era importante, y un marco con los incentivos correctos si se necesita, pero estas dos cosas nunca iban a ser suficiente para poner a México a lado de Corea del Sur o Singapur en los rankings mundiales de rendimiento escolar, ni tampoco convertir a la educación mexicana en un motor para la inversión y el crecimiento.
La semana pasada ofreció más pruebas de que faltan muchos cambios más para que México tenga el sistema educativo que merece, aunque Elba Esther está viviendo tras rejas y Peña Nieto (como sus antecesores) ha lanzado una reforma que marca unos pasos importantes hacia adelante. Me refiero principalmente al doble bloqueo que armaron los profesores de la CNTE afuera del Senado y la Cámara de Diputados, y los ataques contra el Hotel Emporio, donde se sospechaba que unos legisladores se estaban hospedando. Su motivo fue precisamente la aprobación de unos elementos de la mencionada reforma educativa.
Miguel Ángel Mancera presumió que su gobierno (que fue el blanco de duras críticas por la falta de acción policiaca contra los profesores) evitó un “derramamiento de sangre”, cosa que todos podemos festejar. Sin embargo, de nuevo se mandó el mensaje que, si uno representa un sindicato educativo y viene acompañado por miles de sus feligreses, las leyes normales no aplican. Esta creencia ha derramado sangre varias veces en el pasado, y lo más probable es que lo vuelva a hacer en el futuro, así que el logro de Mancera viene con un precio.
Las protestas de la CNTE fue lo más explosivo de la semana pasada, pero no fue la única noticia en que los profesores se vieron mal. En Tabasco, la mayoría de los 22 mil maestros en el estado llegaron a trabajar, pero sin dar sus clases. Tanto los profesores como los alumnos, unos 540 mil de ellos, se quedaron en el aula sin nada que hacer. Como protesta a la falta de un acuerdo para aumentar sus salarios, iniciaron una especie de huelga presencial.
La huelga es una táctica perfectamente legítima en las disputas laborales, pero los maestros han abusado. No es que los profes no deberían luchar por sus intereses, pero si son los primeros en recurrir a la violencia y ignorar el proceso democrático y frenar el proceso educativo como manera de presionar a las autoridades, pues a la educación no se le reserva el lugar especial —como herramienta económica, como inversión el futuro lejano, como formador de ciudadanos responsables— que requiere.
No es mi intención hablar mal de todo los profesores en México (un grupo del cual su bloguero era parte hace unos años, por cierto) gracias a una minoría mal portada que viene de un sector específico, pero la verdad lamentable es que estos eventos se han dado con alta frecuencia en años recientes. Y tales noticias hablan de una cultura educativa fracturada. Son miles de maestros y millones de niños que se han formado en un sistema en que los maestros no se portan como un interés fáctico más, sino como criminales. Fomentar una cultura educativa que elimina la posibilidad de emplear grupos violentos, que reserva la huelga como una última opción en lugar de ser otra táctica más de negociación, que trata la educación como una de las claves más vitales para el futuro del país, es algo que tomará mucho tiempo.
Detener la gran enemiga del progreso educativo y sacar adelante unas cuantas reformas resulta comparativamente fácil. El desafío que viene, que es llevar a cabo este cambio de fondo, será mucho más complicado.