La consciencia es una ilusión contra la muerte y muy en el fondo la ignora: nuestro inconsciente desconoce su finitud. Somos porque podemos hacer de cuenta que existiremos por siempre. Por eso la muerte de Dios es un golpe mortal no únicamente contra las religiones sino para la humanidad en su esperanza eterna. Es imposible volver al paraíso perdido y hacer de cuenta que no hemos asistido al divino entierro o que el mandamás permanece en algún limbo decretando pasiones y pecados. No hay marcha atrás que valga en nuestra conciencia de caída y orfandad. ¿Podremos sostenernos de otro modo?
En el Séptimo Sello, película de Ingmar Bergman estrenada en 1956, la nueva autoconsciencia se nos muestra en su angustia descarnada: un caballero cruzado sobrevive a un naufragio y al levantarse en la playa, un ser vestido de negro le informa que es la muerte y viene por él. El cruzado le invita a hacer un trato: jugarán ajedrez. Si pierde, la muerte se lo lleva, pero si gana, podrá permanecer en el mundo hasta encontrar el sentido de la existencia.
El caballero es diestro en la razón y va ganando la partida, pero la muerte hace trampa o le juega una broma, haciéndose pasar por el sacerdote que le confiesa. Así, puede escuchar del caballero la estrategia que este le tenía preparada en el tablero hacia el jaque mate. La muerte no puede perder.
Ambientada durante la Europa de la peste negra y de la inquisición, la historia nos enfrenta al sinsentido de la existencia y a la eterna demanda por razones a un Dios que no responde. La vida es una muerte lenta.
¿Hay otra forma de enfrentar lo inevitable? Porque tomar conciencia de nuestra finitud es también una oportunidad para transformarnos en seres del aquí y del ahora, como en este poema de Alejandra Pizarnik:
… por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo
Y si aceptamos el reto, si logramos enderezarnos más allá de la ortopedia de la religión y los temores, si fuésemos capaces de aceptar el juego impuesto por la muerte aun sabiendo que vencerá, entonces lograríamos ser libres y gritar a la hendidura, como hacen los personajes de The Garden State (2004).
El director es Zach Braff (el Dr. John Dorian en Scrubs), quien a los 30 años dirigió ésta reflexión sobre lo doloroso de la vida, de la muerte y de las identidades en juego, al tiempo que nos muestra un horizonte de esperanza en nuestra particular y personal exploración del abismo… Aunque Braff no ha dirigido un filme de su autoría desde 2004, es una buena noticia saber que volverá en 2014 con Wish I Was Here.
¿Hay otra forma de sostener nuestra breve estadía en la incertidumbre? The Garden State parece proponerla.
¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Necesitamos compañía? preguntas que el filme responde a través de las acciones llenas de fe de sus personajes. De ser beso, me gustaría ser ese beso.
Se trata de un beso de esperanza ante la exploración del abismo. Un beso salvador y compañero de viaje.