El rostro de la vejez está cambiando. Por un lado, el umbral simbólico que separa al adulto del anciano se desplaza con los avances en salud. Por el otro, las sociedades reconocen cada vez más el capital social que acumulan los adultos mayores. Si queremos que México se beneficie de este capital, debemos cambiar paradigmas y buscar que quienes envejecen mantengan la mayor autonomía posible.
Los sesenta de hoy: ¿los cincuenta de antes?
Usted, lector, puede encontrarse a 10, 20 o unos pocos años más de ser considerado una persona adulta mayor, es decir, aquella que tiene 60 años o más, de acuerdo con la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores.1 Imagine por un momento que ya tiene esa edad. ¿Goza de buena salud? ¿Tiene familia y amigos? ¿Trabaja? ¿Qué hace en su tiempo libre? ¿Qué le ofrece el lugar donde vive? ¿Se transporta sin dificultad? ¿La vivienda y los servicios de salud le resultan de fácil acceso? ¿Recibe una pensión de retiro?
Pocas veces nos hacemos estas preguntas. Cuando pensamos en el envejecimiento y la vejez, solemos tener en mente a “los otros”, a “aquellos que necesitan”, a los que tienen un rol de abuelos o abuelas, a los que requieren un asilo o están solos, a los que enferman y generalmente van a un hospital, etcétera. Al parecer, esos términos siempre evocan en nuestro imaginario colectivo la figura encorvada de una mujer, o la de un hombre con bastón. De hecho, ese es el dibujo que se reproduce una y otra vez en los lugares reservados para las personas en situación vulnerable.
Sin embargo, la realidad es que la población de adultos mayores es muy heterogénea, debido a la variabilidad genética y la exposición a riesgos y entornos diversos, junto con otros factores como el género, el nivel educativo, el contar o no con una red familiar y la pertenencia étnica.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Población (Conapo), en México habitan poco más de 11 millones de personas mayores de 60 años.2 Esta población crece a un ritmo de 3.8% anual, lo cual significa que en 2018 será de 14 millones. Hoy en día, en el país hay más mayores de 60 años que niños menores de 5 años (ver el Cuadro).
Si pudiésemos ver el rostro predominante del adulto mayor mexicano, este sería el de una mujer de 72 años, que sabe leer y escribir, que está afiliada a algún servicio de salud, con 20% de probabilidad de estar discapacitada (lo que no necesariamente significa que sea dependiente), que está casada o unida, que no trabaja y vive en una localidad urbana.
Las buenas y las malas noticias
Una buena: los mexicanos vivimos más. De acuerdo con el observatorio Global AgeWatch de HelpAge International,3 de un total de 195 países, México ocupa el lugar 47, con una esperanza de vida al nacer de 76.4 años. La esperanza de vida a los 60 años es de 22 años más, tan solo cuatro menos que una persona nacida en Japón. Una mala: si bien esto último nos coloca en el lugar 42 del ranking mundial, la esperanza de vida sana al nacer es de apenas 65 años, es decir, 10 años menos que en la nación nipona.
El verdadero reto hoy en día no es prolongar la vida, sino mantener la salud al envejecer. Y esto no es una cuestión de edad, sino del estado funcional de cada persona. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2012, la mayoría de las personas adultas mayores goza de salud y es independiente (55%); un menor porcentaje padece alguna enfermedad crónica no transmisible —diabetes, hipertensión arterial, alguna cardiopatía o enfermedad cerebrovascular—, pero sin ser dependiente (20%); otro porcentaje similar tiene multimorbilidad, padece algún síndrome geriátrico —como malnutrición, sarcopenia o haber sufrido alguna caída—, lo que produce dependencia en algún grado. Solamente 5% de la población es totalmente dependiente.
Pero más allá de la salud, ¿qué significa envejecer? En términos generales, significa una mayor exposición a situaciones riesgosas, como discriminación por edad, dificultades para acceder a los servicios, desempleo, falta de pensión, una menor capacidad para enfrentar catástrofes, etcétera. La vulnerabilidad también puede ser el resultado de conductas personales riesgosas como la automedicación, la mala alimentación, el sedentarismo y, particularmente, el aislamiento.
Pero volvamos al perfil de la población adulta mayor que goza de buena salud y es independiente, para destacar que se trata en general de personas que continúan trabajando, ya sea en el sector formal o en el informal; algunas son jefes de familia y su pensión o ingresos suelen ser una aportación considerable a la economía familiar; las mujeres fungen como cuidadoras, ya sea de sus pares o de sus nietos.
Más allá de los datos, ¿cómo se percibe la vejez entre los mexicanos? De acuerdo con una encuesta de María de las Heras publicada en El País,4 cuatro de cada diez mexicanos de entre 18 y 50 años de edad simplemente nunca se han puesto a pensar en cómo será su vida cuando lleguen a viejos, y otros cuatro han pensado en ello pero solo alguna vez. De las personas entrevistadas, 54% no cuenta con ningún tipo de previsión económica para la vejez, ni fondo de ahorros, ni nada que se le parezca; de este porcentaje, más de la mitad dicen que ni siquiera han considerado de qué van a vivir cuando sean viejos. El resto confía en que contarán con el apoyo de algún familiar cercano o —dicen— quizá más adelante se preocuparán por ahorrar.
La vejez bajo el signo de Jano
En la mitología romana, Jano es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Tiene dos caras —una juvenil y otra envejecida— que suelen representarse de manera bifronte, es decir, miran en direcciones opuestas. Jano es también la deidad de los cambios y las transiciones, del momento en que se cruza el umbral que separa al pasado del futuro, por lo que su protección se extiende a aquellos que desean variar el orden de las cosas.
Bajo su signo, podemos aproximarnos a la realidad presente de la vejez: ambivalencia entre la expectativa del envejecimiento activo y la realidad del deterioro y la dependencia; transición hacia la fragilidad y la vulnerabilidad y, tarde o temprano, a través del umbral de la dependencia; y finalmente, necesidad de cambio, de variar el orden de las cosas, de adaptar la sociedad al cambio demográfico.
En el mundo, el envejecimiento de la población empieza a ser visto más como una oportunidad que como un problema; un ejemplo de ello lo constituye el informe Five Hours a Day: Systemic Innovation for an Ageing Population,5 auspiciado por Nesta, una fundación británica para la innovación cuyo planteamiento es que vidas más largas significan más oportunidades para aprender y disfrutar. La razón es relativamente simple: la población adulta mayor constituye un capital social a partir de la realidad de la extensión de la vida activa. El nuevo grupo social representado por aquellos a quienes los franceses llaman seigneurs —los viejos más jóvenes— es muy distinto y debe ser aprovechado. Para ello, al cambio demográfico debe seguir un cambio social e institucional cuyo punto de partida sea asumir personal e institucionalmente el proceso de envejecimiento como parte integral y también positiva (con todo y sus ambivalencias, tal como ocurre a lo largo de la existencia) del curso de vida, y no solo como una etapa final y necesariamente de declive. Hay tantos retos como facetas tiene el proceso de envejecimiento: educación, empleo, trabajo, economía, seguridad social, vivienda, transporte, justicia, desarrollo rural y urbano, etcétera.
El ámbito educativo y el de los derechos son propicios para fomentar una cultura en torno al envejecimiento basada en una mejor comprensión de este proceso, lo cual conduce a su vez al reconocimiento de los derechos de las personas mayores y el ejercicio efectivo de estos. No basta con tener una Ley de las Personas Adultas Mayores. Es necesario llevarla a la práctica mediante instituciones, programas y acciones, así como un presupuesto suficiente y bien orientado. Esto también contribuirá a disminuir la discriminación por razones de edad. Ciudadanía y capital social son dos conceptos eje para la construcción de esta cultura de la vejez.
La dependencia: el verdadero reto
Si al envejecer no deviniésemos sujetos dependientes, la vejez no sería un tema relevante. En nuestro país comienzan a emerger los datos que le dan visibilidad a este nuevo gran reto. En apariencia, los adultos mayores en situación de total dependencia son poco numerosos (alrededor de 5%, según datos de la Ensanut 2012), pero un indicador poco citado —el correspondiente al trabajo no remunerado en tareas de salud que constituye, junto con la cuenta satélite de salud, el pib ampliado del sector salud— permite ver cómo en 2011 este rubro alcanzó 20.5%, valor equiparable al de todo el gasto ejercido en atención hospitalaria. Este indicador corresponde a la inversión hecha por las familias en el cuidado de sus miembros enfermos y dependientes, que en su gran mayoría (más de 50%) son adultos mayores.
A partir de esta evidencia, la absoluta prioridad en el ámbito de la salud debe ser la prevención de la dependencia. Con este fin, varias acciones han de correr en paralelo sobre diferentes carriles: persistir en la mejora de las condiciones de vida y el bienestar básico de todos, trabajar en la adaptación del entorno (incluyendo los espacios públicos y la vivienda), realizar acciones de prevención y promoción del envejecer sano y activo a lo largo de todo el curso de la vida, y desarrollar un sistema de cuidados de largo plazo con una participación multisectorial para quienes tarde o temprano y —esperémoslo así— en pequeña proporción se tornarán dependientes y requerirán cuidados a pesar de todas las acciones preventivas. Para ello es indispensable el trabajo intersectorial, pues la dependencia, además de su componente principal —el deterioro de la capacidad funcional—, tiene otros componentes, en al menos tres dimensiones: (1) los que resultan de la exclusión del ingreso, (2) los que obedecen a la exclusión de la participación y (3) los que provienen de la exclusión de los servicios. Todo ello ha de ser mitigado mediante acciones preventivas que promuevan la participación social y la funcionalidad de las personas mayores. Entre ellas están las micropensiones —que mantienen el ingreso—, la nueva perspectiva de derechos humanos que busca evitar la discriminación por edad y, prioritariamente, un nuevo programa de prevención de la dependencia que favorezca el acceso a los servicios de salud y conduzca a una mejor capacidad funcional y a una buena calidad de vida al envejecer.
La clave estriba en ser capaces de movilizar de manera efectiva a los individuos, las familias y las comunidades en acciones de autocuidado y promoción del envejecimiento activo a lo largo del curso de la vida para que, llegado el momento de la vejez, las condiciones funcionales sean mejores y la dependencia no ocurra —u ocurra lo más tarde posible, si acaso sobreviene. Por otra parte, no puede dejarse de lado el hecho de que hay toda una corriente “antienvejecimiento”, con fuerte presencia en los medios de comunicación, que insiste agresivamente en la necesidad de evitar el envejecimiento consumiendo tal o cual “producto milagro”. El reto social consiste en cambiar el paradigma del “no al envejecimiento” por el de la aceptación del envejecimiento sano y activo, y perseverar en el esfuerzo continuo por mejorar las condiciones de vida de la población. Este esfuerzo ha fructificado ya, permitiéndonos llevar la esperanza de vida al nacer desde los 33 años en 1930 hasta los 74.5 años, en promedio, de los que disfrutamos hoy en México.
Con el envejecimiento de la población surgen también oportunidades para innovaciones tecnológicas, de comunicación, transporte, vivienda, vestido, alimentos y servicios, entre otras. Se avecina toda una nueva era —la denominada digital aging— cuya primera magna expresión se dio en el marco del 20 Congreso Mundial de Gerontología y Geriatría,6 que tuvo como uno de sus principales patrocinadores a Samsung, empresa cuya apuesta es desarrollar tecnología al alcance de todos para facilitar los cuidados de la salud y promover el envejecimiento activo, principalmente en el hogar y la comunidad.
El reconocimiento de la nueva realidad del envejecimiento y de la vejez en México tiene de fondo el propósito de impulsar una sociedad más incluyente y productiva. Por un lado, aprovechar un capital humano que puede y debe tener cabida en el desarrollo de nuevas tecnologías y profesiones. Por otro, una sociedad que no “desecha” a sus individuos, sino que se reinventa en conjunto y es capaz de otorgar a todos un espacio de expresión y desarrollo.
A manera de resumen —y de común acuerdo con las conclusiones del documento Five hours a day arriba mencionado—, es un hecho que hoy vivimos más. La esperanza de vida en el mundo está aumentando alrededor de cinco horas al día o casi tres meses al año. Esto es resultado de muchos factores, entre ellos una mejor salud, mejores entornos y servicios y menos guerras. Más años de vida implican más oportunidades y también más retos, en particular el de darle más vida y salud a los años ganados, en el mejor y más amplio sentido de la palabra. Para lograrlo, hay que adecuar los modelos de servicios, de vivienda, de transporte y la forma de pensar la macro- y la microeconomía, así como las nuevas profesiones.
La palabra clave frente al reto del envejecimiento es innovación, pues se trata de un fenómeno jamás enfrentado por la humanidad. Innovación para pensar en los verdaderos retos que implica vivir más de 80 años; innovación en los cuidados de largo plazo, en la movilización de los apoyos de la comunidad y la sociedad civil organizada, en el funcionamiento de las redes de apoyo; innovación, en fin, en la forma en que se enseña a envejecer desde los primeros años de la educación básica.
Un enfoque sistémico frente al envejecimiento
El enfoque sistémico frente al envejecimiento es una necesidad. Se trata de identificar y entender la naturaleza multidimensional del proceso de envejecer de las personas, de la comunidad y del país. Para ello, hay que tender puentes entre al menos tres ámbitos: la investigación, las instituciones y los individuos. Como ya se dijo, la investigación y la innovación tecnológica han contribuido a los avances en salud y el aumento de la esperanza de vida. Ahora, instituciones como el recientemente creado Instituto Nacional de Geriatría han de llevar esas contribuciones al ámbito nacional para propiciar un buen envejecer y mejores condiciones de vida, sobre todo entre los más frágiles después de los 80 años.
El enfoque sistémico consiste en entender el proceso de envejecimiento, sus retos y oportunidades; en generar ideas, desarrollarlas y ponerlas en práctica; en construir los modelos y evaluarlos en los contextos específicos; en hacer crecer dichos modelos, escalarlos y reproducirlos a nivel nacional para, finalmente, transformar el sistema en torno al envejecimiento. Este enfoque ha sido adoptado en otros ámbitos, como la mejora del medio ambiente y la inclusión de la perspectiva de género en los diversos campos del desarrollo.
Si bien el camino no es sencillo, tampoco es imposible. Implica conocimiento, sinergia de todos los actores, alianzas estratégicas y, sobre todo, voluntad. El trabajo debe iniciar en alguna área específica, no en todas a la vez. El ámbito de la salud constituye en este momento el espacio más propicio.7 Contribuir a la construcción de una sociedad que envejece es apostar por nuestra propia, digna, vejez.
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LUIS MIGUEL GUTIÉRREZ ROBLEDO es médico internista y geriatra, maestro en Gerontología Social y en Biología del Envejecimiento, y doctor en Ciencias Médicas por la Universidad de Burdeos. Actualmente es director general del Instituto Nacional de Geriatría. ELIZABETH CARO LÓPEZ es maestra en Políticas Públicas y Sociales por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y especialista en Gerencia de Servicios de Salud para Adultos Mayores (OPS-CIESS). Actualmente es subdirectora de Planeación y Vinculación en el Instituto Nacional de Geriatría.
excelente articulo me podrían apoyar con las referencias citadas del artículo (Sin siete referencias)
Muy completo el artículo que ,además, trasmite la ilusión con la que se trabaja desde el Instituto Nacional de Geriatría.
Me alegra, por otro lado, poder leer algo tuyo, pues, como bien sabes, me tienes bastante olvidado. Espero y deseo que todo esté bien. Muy mono, el gatito.
Un abrazo, jesús páez
Excelente articulo.
Me fascino este párrafo:
No basta con tener una Ley de las Personas Adultas Mayores. Es necesario llevarla a la práctica mediante instituciones, programas y acciones, así como un presupuesto suficiente y bien orientado.
Para mi punto de vista: en lugar de andar haciendo reformas fiscales, deberían enfatizarlo en los adultos mayores.
Muy buen articulo ya que te hace pensar y reflexionar
sobre una edad que tarde ó temprano vamos a vivirla
y que la mayoría de las personas la ve como muy lejana
y por lo cuál no le da la importancia que esta implica.
Da gusto y reconforta que haya una institución como el de Geriatria que esta creciendo y desarrollando en nuestro país preocupados por nuestros adultos mayores.