Después de un periodo de años en que la cobertura estadounidense de México se enfocaba casi exclusivamente en sus defectos, los analistas de aquel país han dado vuelta a la página: ahora existe un clamor para elogiar al país vecino, para predecir un futuro cada vez más pintado de rosa. Parece un concurso de efusividad.
Por ejemplo, hace unas semanas, el columnista más influyente de Estados Unidos, Thomas Friedman de The New York Times, publicó una nota cantando las maravillas de México. Durante una visita a Monterrey, Friedman vio de cerca todas las multinacionales que invierten en México, y la participación de varias empresas mexicanas en el mercado global. Y evidentemente, quedó convencido: coloca a México encima de India y China como el poder económico más importante del siglo 21.
Con más fundamentos y un argumento más matizado, Shannon O’Neill, del estimado Council on Foreign Relations, recién publicó un artículo que se llama “Mexico makes it” en Foreign Affairs (en español, “México lo logra” o “México triunfa”). O’Neill, quien tiene por salir un libro que recorre el mismo terreno, nota que México es el país latinoamericano que menos depende de China, y que menos depende de las materias primas, cosa que le da una enorme ventaja sobre sus vecinos hacia el sur. Ella hace referencia a todos los retos que enfrenta el país, pero llega a una conclusión no tan distinta a la de Friedman, es decir, que México se ha transformado en un país capaz de convertirse en una de las estrellas del siglo 21.
Las opiniones mencionadas arriba han provocado una ola de rechazo. En el caso de Friedman, muchas de las críticas se enfocan en la superficialidad de sus argumentos: él ve los tratados de libre comercio en sí como una excelente noticia, no importa que no todos agregan mucha actividad económica, como es el caso con el acuerdo con Israel, o con Perú; celebra el crecimiento de 3.9 por ciento, una cifra que no es muy alta para un país de ingreso mediano; y te deja pensando que un puño de empresas innovadoras en Monterrey reflejan la realidad de todo el país. Es una queja típica del trabajo de Friedman, y la verdad es que no es completamente injusta.
Pero también hay los que van más allá en sus análisis de México. Para ellos, no es solamente que Friedman escoge malos ejemplos o confunde la emoción de los inversionistas con las bases de una prosperidad duradera para todo México. El problema es que la realidad mexicana fundamental es todo lo escandaloso y sensacionalista que vemos en las portadas de revistas durante los últimos cinco años.
Como replicó Tim Padgett, de Time, “No importa que tan fuerte los optimistas regañan a los periodistas por hablar del caos en México, las matanzas de los carteles no han cesado, y persisten muchos de males socioeconómicos que ayudaron a provocar la brutalidad. Los medios no inventaron los 60 mil asesinatos pandilleros durante los siete años pasados… No solamente la sangre de las mafias, sino el fracaso eterno de modernizar un sistema judicial corrupto e incompetente. No solamente la desigualdad social, que sigue siendo enorme, sino las empresas monopolistas sinvergüenzas que la empeoran, ahorcando la competición e inflando los precios.”
Desde luego, la opinión anterior es mucho más pesimista que las de O’Neill y Friedman. ¿Quién tiene la razón?
La verdad, como siempre, se encuentra entre los dos extremos, y los dos puntos de vista tienen algo de validez. Por lo pronto, México no puede aspirar a un crecimiento del 10 por ciento por año (como hizo China durante una década completa), y nunca ha sido el estado fallido descrito en los medios gringos. México es un país enorme, y por lo mismo, le da razones a cualquier analista para sentirse bastante optimista y horriblemente derrotista. Los dos puntos de vista, cada uno correcto en el contexto apropiado, existen de forma simultánea, tal como la pobreza y violencia de Guerrero se encuentra a unos pocos kilómetros de la innovación de Guadalajara. Así pues, Padgett y O’Neill (y los grupos que representan) forman un balance constructivo.
Pero lo que es indiscutible es que durante años, los medios estadounidenses han inclinado más hacia el narrativo del México en llamas, con relativamente poca cobertura de las fuentes de optimismo. (Escribí sobre este fenómeno hace unos meses en Este País.) Así pues, uno se puede quejar con toda razón de que los análisis de Friedman y los demás pierdan una gran parte de la situación, pero la verdad es que nos alejan del extremismo y amarillismo mediático que ha predominado desde casi la llegada de Calderón. Gracias a ello, ahora el retrato popular de México en la Unión Americana no es solamente más positivo, sino más completo también.