En pleno trajín de la Gran Vía madrileña, Walter Carrasco frota un trapo con fuerza y rapidez. Derecha e izquierda. Derecha e izquierda. Suspira de satisfacción cuando se empiezan a oír algunos “rechinidos de limpio” y la luz del día se refleja en los zapatos del cliente. Entonces sonríe y sentencia: “¡Listo!”. Enseguida, por si alguien lo duda, mira de reojo el cartel que tiene a un costado de su caja metálica: “El mejor de México. Y el mejor limpiabotas de Madrid”. Y, sobre esta leyenda, la foto del torero José Tomás en plena faena parece gritar: ¡Óle!
Walter llegó a España hace “muchos años” (no recuerda o no quiere decir cuántos). Vive “humildemente” en una habitación que le alquila a una familia peruana en el norte de Madrid y trabaja todos los días. “Bueno, los domingos nomás hasta las dos”, aclara. Guarda su cajón en “un cuartito, aquí cerca”, que le heredó su maestro de oficio. “Se llamaba Marcial pero la muerte ya se lo llevó”, dice con un toque de nostalgia. Saca los cartoncillos, las grasas, los brillos, los trapos y se dispone a trabajar.
Todos los meses, “sin falta”, Walter le envía dinero a su familia. “Tengo a mi mujer y a mis cinco hijos en Taxco, Guerrero. Me casé a los 13 años porque… pues porque nos cominos la torta antes del recreo. Tuvimos el primer chamaco y luego otros cuatro. El mayor ya tiene cuarenta años, ¿cómo ve, jefe?”. Dice que gana poco más de mil euros al mes. “Uy, hace unos años pasaban hasta cuarenta personas por aquí y me iba a eso de las once de la noche. Pero ahora, con la crisis, pues… unas quince o veinte”.
Es invierno y, para defenderse del intenso viento frío, Walter trae puestos suéter y chaleco gruesos. Y un gorro en la cabeza. Al medio día saca de su cajón una torta y un jugo en Tetra Brik, echarse algo a la panza”. Mientras alguien se anima a lustrarse los zapatos, lee el 20 minutos, un periódico gratuito. Pero si llega un reportero metiche no duda en contar lo que más deseaba en su infancia: “Yo quería ser torero. Como Ponce, Cavazos, El Juli o José Tomás, claro. De los buenos. Por eso, de vez en cuando me doy un capricho: ir a la Plaza de Toros”.
Walter está instalado junto a la puerta de una tienda de ropa, a unos metros de la Plaza de Callao. No es el único en esta importante avenida, pero sí uno de los “más constantes y antiguos”. Para demostrarlo muestra un foto-libro editado en 2010. Se llama 100 años de la Gran Vía. Y ahí está él. Orgulloso. Sacándole brillo a unos zapatos con su trapo.
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