**No tienen prisa las palabras se presentará el martes 26 de febrero, a las 7 de la tarde, en la Fonda San Ángel. Plaza San Jacinto No. 3.**
Me he preguntado muchas veces de quién es esa voz que habla a través nuestro, y he intentado imaginarme un cuerpo. ¿La voz poética tiene uno? Sólo ahora, escuchando la voz poética de Carlos Skliar, poeta argentino, intuyo una respuesta.
A Carlos lo habitan muchas voces, lo que le sucede a casi todos los lectores de poesía. Pero él se ha tomado en serio esos rumores y murmullos constantes, a los que brinda cuerpo y mima alimentándolos con su propia carne. Los escucha crecer y se toma el tiempo de charlar con ellos a la manera en que uno haría con un gato o con un pez, adivinando símbolos tras cada balbuceo. Cuando las raíces de sus huéspedes se extienden demasiado largas, puede que las pode como debe hacerse con las alas del loro que aún no sabe conversar pues, una vez apalabrado, listo para la selva, reverberará sus versos de tronco en tronco y de fronda en fronda. Carlos Skliar es un poeta, además de ensayista y arquitecto de aforismos.
“El primer insecto que veo en mi nuevo piso. Lo recibo como a un viejo amigo. Lo dejo quedarse. Le hablo de todas aquellas cosas que no compartiremos”.
Conocí a Carlos en febrero de 2010, cuando brindó una charla a varios de los alumnos y maestros que más tarde fundaríamos la Escuela Mexicana de Escritores. ¿En qué consiste la experiencia poética? Nos preguntó. Se trata de un pasaje a través del peligro. Toda travesía implica una amenaza. La de la poética puede observarse en la poesía confesional.
Durante aquella charla, nos contó que Hélène Cixous, poeta argelina, se preguntaba en “La llamada a la escritura” si habría que tener buenas razones para escribir. ¿Por qué hacerlo? Al parecer, la poeta dejó sin responder dicha cuestión. Pero Skliar nos cuenta su travesía por ese texto: “ante la poesía nos encontramos frente a un cuerpo. Escribir nos atraviesa, nos toma, nos asedia y sobrecoge”. ¿Qué tipo de experiencia corporal brinda esa travesía? Porque la travesía es lo que importa, más allá de lo creado. La poesía es un lenguaje encarnado, asegura Skliar. Lenguaje de las entrañas. El poeta es aquel que escribe y que lee poesía en la que, siempre, hay (la poesía no es, en la poesía hay). Se trata de una forma particular del lenguaje y del sujeto. Se trata de la inversión del sujeto y de la lengua: hay voz.
“Mirar tiene dos ojos. También los oídos ven cuando recuerdan el golpe de una puerta, la deriva del agua hacia el estanque, el perro con tres patas, la lluvia sobre un techo indiferente. Pero quien mejor mira es la piel. Sus poros son como párpados que se abren y casi no se cierran. Son luciérnagas hambrientas de sed”.
En la voz, está la unidad mínima de un poema: siempre hay voz, subraya Skliar, pues como dijera Henri Meschonnic, el poema es una aventura de la voz. A la idea de la aventura, Skliar agrega: sólo hay voz cuando el lenguaje ha sido habitado por un sujeto y éste ha sido habitado por el lenguaje. Cuando en el lenguaje hay voz, estamos en presencia de un ir y venir entre lenguaje y sujeto, que se habitan mutuamente. La poesía tiene entonces que ver con ser habitado por voces ajenas, si es que queremos ampliar la posibilidad de lo humano. Una buena razón para leer, es ser otro.
“Hay pájaros y hay cables de alta tensión. Hay manos quietas y hay bordes sueltos. Hay agua envenenada y hojas de otoño que aún no tocaron la suave mañana de su suelo. Hay niños, gatos y dientes que ya se cierran. El poema tiene hambre, olvido, nubarrones, párpados, aliento. Casi todo. Casi nada”.
La voz, sería ese sonido que parece dotado de la voluntad de decir algo. Estaría del lado de lo sensible y del cuerpo. La voz es carne, la palabra existe a partir de una voz encarnada. Recuerda Skliar que Zambrano insistía en que la voz tenía que ver con las entrañas. Voz entrañada. Nada más lejos del lenguaje soñado por los lógicos con su esperanto. Hay un intento en marcha, nos advierte, de librar al lenguaje de ese incómodo espesor, de lograr un lenguaje sin arrugas, la denominada lengua de los deslenguados en la que nadie se dice nada. Cierta filosofía, nos dice, ha privilegiado lo inteligible frente a lo sensible, lo cual relega la voz. La filosofía, al querer comprenderla, no puede escucharla porque ha privilegiado lo óptico de la evidencia, frente a lo acústico de la existencia. Incapaz de escuchar, privilegia lo inteligible y permanente, y niega lo finito y mortal. Quizá la poesía no sea sino esta resistencia al vaciamiento del lenguaje íntimo.
La poética, señala Skliar, está del lado de la muerte. Nosotros, mis voces y yo, estamos de acuerdo con él, y agregaríamos que la poesía está igualmente del lado del asombro. Como en este poema, también suyo:
“Suena el piano. Son dos manos que hacen descorrer el sol de este a oeste. La luz suena honda y horizontal. Como si fuera un abanico apenas abierto hacia la brisa que todavía no está, pero es. El aire se detiene de pronto en los graves. La nota final me sorprende, así: ilusionando de dentro hacia afuera”.
Leyendo su libro No tienen prisa las palabras, me entero por qué Carlos escribe, e intuyo que todos encarnamos al lenguaje. Somos carne de palabras y cuerpo del asombro.
“Escribo porque no comprendo. Para repetir una y otra vez esa encrucijada de palabras con las que no logro descifrar el tiempo. Escribo para recordar sonidos que de otro modo se perderían en el lodo vertical de la memoria. Para invocar y provocar gestos de amor de los que no soy capaz si no escribiera. Escribo porque al despertar quisiera agradecer los ojos abiertos. Para mirar de pie lo que está demasiado lejos. Para escuchar qué es lo que ha quedado en la punta de la lengua. Escribo para renunciar al abandono y para tocar con las manos sigilosas la espalda tibia de alguien que aún no ha muerto. Escribo. Y aún no soy capaz de decir nada”.
No tienen prisa las palabras se presentará el martes 26 de febrero, a las 7 de la tarde, en la Fonda San Ángel. Plaza San Jacinto No. 3.
Me encantó, gracias
MUY BUENO, TE FELECITO
ME GUSTÓ, ESTÁ EXCELENTE