En la mayoría de los casos, la visita de un presidente a un país extranjero es como una película cara y chafa, el típico blockbuster de verano de Hollywood: mucho escenarios espléndidos y efectos especiales por doquier, pero la falta de drama y la pobre actuación de los protagonistas acaban hundiendo la película. Después de que se acaba, se olvida muy fácilmente; el vidente no vuelve a pensar en lo visto por lo que restan de sus días.
¿Habrá sido la excepción la visita de Obama al DF la semana pasada?
De cierta forma, sí. Días antes de la llegada de Obama, se filtraron reportes de los dos lados de la frontera de que las agencias de seguridad de Peña Nieto ya no están compartiendo inteligencia directamente con sus colegas estadounidenses dentro y fuera del territorio mexicano. Los pedidos de inteligencia por parte de los agentes extranjeros ahora se tendrán que filtrar por el Secretario de Gobernación. Podemos suponer que de ambos lados la comunicación se reducir— ahora los mexicanos van a recibir menos información de sus contrincantes gabachos. Además, Peña Nieto anunció (y Obama respaldó) que México buscará una relación que se basa menos en la seguridad, y más en temas de comercio y economía.
Esto sí representa una desviación del patrón que prevaleció durante la época de Calderón. Desde la llegada de Calderón, escuchábamos cada vez más acerca de la cooperación acelerada de ambos países, la apertura de más vías de comunicación, la confianza creciente en temas de seguridad. Este fenómeno, que abarcaba las funciones de cuantísimas agencias distintas de ambos países culminó con la Iniciativa Mérida. Pero ahora, al parecer, la tendencia va en la otra dirección.
Lo más probable es que el freno a la cooperación reduzca la frecuencia con la cual caen los capos mexicanos. La inteligencia estadounidense ha sido fundamental para la ubicación de varios personajes importantes del crimen organizado, el más famoso Arturo Beltrán Leyva. Al mismo tiempo, la capacidad avanzada de tumbar capos pesa poco comparado con el aumento desmesurado de violencia en México. Es decir, si la gran oferta de las agencias estadounidenses ha sido algo que impulsa la violencia durante cinco años, y si estas mismas agencias estadounidenses nunca se han demostrado ni capaces ni preocupadas por los baños de sangre en sí, pues la decisión de limitar las actividades de los estadounidenses tiene algo de sentido.
Entonces, ¿representa este cambio algo fundamental? ¿Será suficiente para que recordemos el famoso viaje de Obama de 2013?
La verdad es que lo dudo. La razón principal por la cual nos aburren las visitas presidenciales es que rara vez las relaciones bilaterales cambian de un día para otro. Son producto de circunstancias e historias que van mucho más allá de solo un par de líderes o un solo par de gobiernos. Los cambios en las relaciones diplomáticas suelen surgir muy, muy paulatinos, y no se dan gracias a una conversación trascendente entre los dos jefes de Estado que apenas se conocen. Por eso, siempre se exagera la importancia de la llegada de un presidente extranjero; él—o ella— viene y se va, pero las condiciones del estado de la relación siguen siendo las mismas.
Hay excepciones, la relación entre Gorbachov y Reagan sí fue fundamental para dar un giro a la dinámica entre EUA y la Unión Soviética la década de los ochenta, pero son pocas. El caso de México y Estados Unidos es especialmente difícil porque la relación oficial es una pequeña parte de la relación bilateral en su conjunto, incluyendo los vínculos comerciales y culturales que no tienen nada que ver con el gobierno. Cuando Obama afirmó que ya es hora de dejar atrás viejos paradigmas y enfocarnos más en lo económico, no era un comentario innovador, sino una reflexión de la realidad que existe: la gran mayoría de los mexicanos y estadounidenses que tienen intereses en el país vecino, éstos se tratan de la economía legítima, y no los flujos de contrabando.
Más aún, los cambios que se anunciaron sí pueden cambiar el escenario, pero dentro de ciertos límites. Como reportó Jorge Fernández Menéndez, el número de agentes estadounidenses se mantendrá igual, aunque no con el mismo acceso que antes. Tanto los fundamentos como los retos de la relación en cuanto a seguridad —la prohibición del tráfico de drogas, la corrupción en ambos lados de la frontera y el tamaño del mercado estadounidense— siguen igual. La violencia en México es producto de estas condiciones, mucho más que el diálogo presidencial. Y éstas cambian, como dijimos hace unos renglones, paulatinamente.