Cómo no te voy a querer
Si mi corazón azul es y
Mi piel dorada siempre te querré.
El doctor José G. Moreno de Alba se separó de nosotros el pasado 2 de agosto y los amigos y colegas que acudieron a decirle adiós, a abrazar a su familia para brindarle consuelo y cariño, a expresar su respeto, admiración y afecto —tal vez sin hallar suficiente espacio o modo para remarcarlo como el corazón desea— buscaban a conocidos y referencias en las coronas y arreglos florales que se apretaban en la sala, montaban serenas guardias, esperaban el momento para hacer una oración colectiva y, en general, permanecían apesadumbrados. Los saludos de beso, los apretones de manos, las palmadas que anunciaban la llegada de otro doliente, las miradas que dicen también estoy triste, las frases y susurros con que se responden las preguntas de siempre y las charlas que bordan el recuerdo de una historia, de un detalle, coincidían en la aflicción. Todo en una atmósfera solemne y, al mismo tiempo, afable y cordial. Así, amado por su esposa, sus hijos, su nuera y sus nietos, por toda su familia, el primer sábado del octavo mes de 2013 nos despedimos del maestro, del amigo, del colega, del jefe, del universitario cabal y del hombre ejemplar que fue el doctor Moreno de Alba. La prensa, los medios y las redes electrónicas propagaron la noticia con celeridad, difundieron las impresiones de algunos colegas distinguidos y publicaron esquelas de las instituciones que así reconocían al académico, al filólogo, al universitario.
No es costumbre nuestra tener una ceremonia posterior que nos permita honrar a las personas queridas que nos han dejado con una expresión de los afectos. A algunos, los que alcanzaron fama o reconocimiento público, se les hace uno o más homenajes. Sin embargo, ni en muchos de esos casos, quienes amaron, conocieron y admiraron al ser que se ha ido logran manifestar sus sentimientos o sus pensamientos y ven frustrado su deseo de compartirlos, de consolarse mutuamente.
No es ahora esa mi situación, pues cuento por fortuna con la amistad y generosidad de Malena Mijares e Ignacio Ortiz Monasterio, los editores de Este País, revista en la que, por cierto, el doctor Moreno continuó la publicación de sus conocidas “Minucias del lenguaje” (la última apareció justo hace tres años en el número de agosto de 2010, con el título de “En situación de calle”), y de la cual era consejero. Debo a su confianza haber formado parte de la Fundéu México y tener un espacio en dicha revista para compartir con sus lectores algunas notas y reflexiones sobre temas de cultura escrita y el uso del español. Un privilegio que le agradeceré siempre. Le dedico algunas líneas que dan fe de su trayectoria académica y de su amor al libro.
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El examen del currículum vítae del doctor Moreno de Alba que tengo a la mano, el cual data de 2003 y está organizado en doce apartados o capítulos que contienen subapartados (que a su vez se dividen en otros más y, en algunas ocasiones, estos en otros más), nos proporciona los siguientes datos:
El capítulo 0 es su nombre y tiene dos puntos solamente: 0.1 lugar y fecha de nacimiento, por lo que sabemos que es jalisciense y conocemos la razón de esa fiel G, de Guadalupe, a su nombre José; 0.2 primeros estudios, revelan que disfrutó su adolescencia en Aguascalientes.
Capítulo 1. Formación académica: se divide en cuatro, los tres primeros corresponden a la licenciatura, a la maestría y al doctorado, estudios realizados todos en la Facultad de Filosofía y Letras y culminados con mención honorífica, entre 1964 y 1975. El cuatro se refiere a otros estudios que son algunos cursos especializados que hizo durante esos años.
Capítulo 2. Idiomas: reconoce traducir bien tres y hablar dos de ellos regular.
Capítulo 3. Distinciones: enumera catorce, entre las que destaca la Condecoración de la Orden Civil Alfonso X el Sabio, en grado de Gran Cruz, que le concedió el Gobierno del Reino de España en junio de 1999.
Capítulo 4. Asociaciones académicas o profesionales: confiesa ser miembro de ocho, destaca su ingreso en 1977 a la Academia Mexicana y haber sido designado Secretario de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina en 1996.
Capítulo 5. Viajes de estudio y estancias de investigación: anota nueve experiencias que corresponden a muchos más destinos en el interior del país y Europa, principalmente.
Capítulo 6. Experiencia profesional fuera de la unam: en ocho ocasiones ha investigado e impartido cursos fuera de su alma mater; destaca su participación prácticamente sin interrupciones como profesor visitante en Middlebury College (Vermont, Estados Unidos) durante los veranos de 1987 a 1999.
Capítulo 7. Nombramientos académicos en la unam: los divide en dos, docencia e investigación. Comenzó a impartir clases formalmente en 1969 en la Facultad de Filosofía y Letras e ingresó como investigador becario al Centro de Lingüística Hispánica en 1967 y seis años más tarde obtuvo su nombramiento de investigador de tiempo completo.
Capítulo 8. Investigaciones y publicaciones: considera dos divisiones: colectivas e individuales. Las colectivas comprenden catorce entradas, resalta su colaboración en los tres tomos y seis volúmenes que integran el Atlas lingüístico de México editado por El Colegio de México. Las individuales se subdividen en cuatro apartados: 8.2.1 libros y folletos; 8.2.2 artículos, ponencias y capítulos en libro; 8.2.3 prólogos e introducciones, y 8.2.4 reseñas bibliográficas. Así, se reportan cerca de treinta títulos de libros, entre los más importantes y conocidos figuran El español de América, Valores de las formas verbales en el español de México, Diferencias léxicas entre España y América, La pronunciación del español en México, y Minucias del lenguaje, algunos de estos cuentan con dos ediciones y varias reimpresiones como es el caso de las Minucias que alcanzó la cuarta en el 2000, y una Suma en 2003, disponible en forma electrónica en el portal del Fondo de Cultura Económica. Hace un par de meses fue presentado su último libro Notas de gramática dialectal. (El Atlas lingüístico de México). En seguida se citan más de un centenar de artículos publicados en revistas científicas, libros colectivos, memorias, actas, etcétera; siguen trece prólogos e introducciones y veintisiete reseñas bibliográficas.
Capítulo 9. Administración y dirección: entre los graves encargos que asumió, destacan, como ya se ha dicho aquí antes, las direcciones de cuatro dependencias universitarias: del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, de la Facultad de Filosofía y Letras, del Centro de Enseñanza para Extranjeros y del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (Biblioteca Nacional y Hemeroteca Nacional), su designación como miembro de la Junta de Gobierno de El Colegio de México y la Dirección de la Academia Mexicana de la Lengua.
Capítulo 10. Conferencias y cursillos en el extranjero: veintiséis salidas que comprenden un número mayor de cursos y conferencias dictados en Estados Unidos y España, principalmente.
Capítulo 11. Congresos y reuniones científicas: cincuenta y seis participaciones en coloquios, encuentros, mesas y congresos, la mayor parte de estos de carácter internacional.
Capítulo 12. Tesis dirigidas: once tesis concluidas.
Hasta aquí la elocuencia de las cifras a todas luces inexactas pues, como ya advertimos, proceden de una versión no actualizada de su currículum.
Recordemos ahora un texto significativo del doctor Moreno: su discurso de ingreso a la Academia Mexicana, al que le dio respuesta Rubén Bonifaz Nuño. Me parece muy interesante leerlo y observar que ahí se encuentran algunos de los principios teóricos que orientaron tanto sus estudios durante tantos años como su labor como lingüista y académico de la lengua. El título de su trabajo los sintetiza: “Unidad y variedad del español en América”. Vale la pena citar el siguiente párrafo:
Es obligación de esta Academia proponer a las autoridades competentes los remedios que juzgue oportunos para corregir desmanes contra nuestra lengua, que gente sin escrúpulos comete o permite. No cabe duda de que una manera inequívoca de conocer el nivel de desarrollo cultural de un pueblo es observar cómo se expresa. En los tiempos actuales, en que la técnica intenta dominarlo todo y en que lo único que parece merecer deferencia es la producción de bienes tangibles y perecederos, si no queremos caer en un materialismo desacorde con la nobleza humana, si se acepta como necesario un equilibrio entre tecnología y humanismo, comencemos por vigilar lo más humano que tenemos, medio admirable de comunicación entre nosotros mismos, nuestra lengua.
La respuesta de quien fue su maestro resalta algunas de las cualidades del discípulo que ya había dado amplias muestras de su carácter: “Como todo hombre acostumbrado verdaderamente a estar en paz consigo mismo —advierte don Rubén— Moreno de Alba era sociable, y buscaba la compañía de sus condiscípulos con esa dulzura mexicana que, para no herirlos, no compromete con los otros su siempre bien guardada interioridad”. Este hombre joven, claro y serio, que distinguía el doctor Bonifaz Nuño, con verdadera vocación filológica y lingüística, comprendió muy pronto la fecundidad del binomio enseñanza e investigación, la ardua misión del maestro en humanidades. Prueba de lo anterior es la reflexión que el doctor Moreno dedicó a su colega Antonio Alcalá y en la cual, si bien reconoce que los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras y los investigadores del Subsistema de Humanidades suelen inclinarse hacia una de las tres funciones sustanciales de la Universidad: docencia, investigación o difusión de la cultura; en general, cumplen con las tres, pues logran distribuir su tiempo en actividades que corresponden a tales vertientes. El doctor Moreno delineaba en ese texto de homenaje los rasgos esenciales de su propio perfil.
Como director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, el doctor Moreno dictó la conferencia “Antonio de Nebrija en España y América” el 26 de agosto de 1992 e inauguró la exposición “Antonio de Nebrija en la Biblioteca Nacional”, que exhibió importantes y valiosos ejemplares nebrisenses que se conservan en su acervo. Actividades organizadas para no olvidar que, en el mismo año de la llegada de Cristóbal Colón a este continente, se publicó la primera gramática de una lengua romance, la Gramática castellana de Nebrija. El interés de este notable gramático por la cultura clásica, sobre todo por el latín, lo llevó a publicar, primero, las Instrucciones latinas (1481), su traducción al español (1485) y a escribir un tratado de retórica, exégesis e interpretación de autores clásicos. Más tarde, explica el doctor Moreno, tuvo oportunidad de realizar sus obras de mayor aliento como el Diccionario latino-español (iniciado en 1492 y terminado por su hijo Sancho hacia 1536), el Vocabulario español-latino (1495) y la célebre Gramática de la lengua castellana (1492), entre otras. Al cruzar hacia el siglo xvi, Nebrija participó en la edición de una Biblia políglota en la Universidad de Alcalá, luego, en 1505, regresó a Salamanca donde padeció una serie de vicisitudes así que se trasladó a Sevilla en 1513. Al año siguiente recibió la cátedra de Retórica en la nueva Universidad de Alcalá y ahí trabajó hasta 1522, año de su muerte. En lo que toca a la Gramática castellana, el doctor Moreno resalta, desde luego, el que haya sido la primera gramática impresa de una lengua romance y que el propio Nebrija tuviese idea clara de la importancia de su trabajo al señalar la relación fundamental entre lengua y nación:
Los miembros y pedacos de España, que estaban por muchas partes derramados, se reduxeron y ajuntaron en un cuerpo y unidad de reino, la forma y travazón del cual assí está ordenada que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrán romper ni desatar.
De modo que la Gramática se proponía evitar cambios mayores que separasen la lengua de entonces con la de los años venideros y conservar “el mejor vehículo para transmitir a la posteridad las hazañas y glorias presentes […]”. Las ideas lingüísticas de Nebrija fundan su importancia en la originalidad: “Su concepto mismo de gramática (la ciencia de hablar y escribir correctamente, según el uso y autoridad de los hombres doctos) llega hasta nuestros días”. A pesar de que el propio autor advertía la trascendencia de su obra, esta no se imprimió en los siglos posteriores por varios motivos: por la pugna entre el latín —lengua culta— y el español —lengua romance, popular—; por la publicación de otras gramáticas, y sobre todo por las críticas de que fue objeto. Tuvieron mayor resonancia sus obras sobre el latín:
Nebrija —añade el doctor Moreno— fue siempre reconocido como el gran renovador de los estudios clásicos, particularmente de la lengua latina. A ello se debe que toda la enseñanza del latín, importantísima a lo largo de los siglos coloniales, se fundamentara en sus gramáticas y en sus diccionarios.
La última parte del ensayo se refiere a la presencia del ilustre español en América. El influjo nebrisense se encuentra, por una parte, en los trabajos de los misioneros que describieron y estudiaron las lenguas americanas y, por otro, en los descuidados comentarios e imitaciones del Arte de Nebrija. Como muestra de tales perversiones del trabajo del ilustre filólogo, el doctor Moreno se detiene en la “corrección” y “aumento” al vocabulario geográfico que hizo el fraile agustino Eugenio de Zeballos a uno de sus vocabularios latinos. Concluye:
Muchos errores más podrían señalarse en ese curioso vocabulario de nombres geográficos. Lo mismo sucedería, aunque quizá no de manera tan evidente, si se revisaran con cuidado las abundantísimas ediciones tardías de las gramáticas y diccionarios nebrisenses, obras que fueron perdiendo su prístina fisonomía por culpa precisamente de su enorme popularidad y por la nefasta iniciativa de sus múltiples imitadores y seudocorrectores.
He expuesto parte de los pasos que se me ocurrió seguir para tratar de cumplir con mi propósito: revisar el currículum vítae del doctor Moreno de Alba; acudir en su ayuda para comprender el papel del humanista universitario; revisar libros y artículos; barajar prólogos, reseñas, discursos y minucias de él y sobre él; así como reseñar someramente una conferencia que muestra su oficio de bibliógrafo.
Una primera conclusión: la obra del doctor Moreno ya forma parte del acervo intelectual de nuestro país de manera sobresaliente y gira en torno a un triple eje: Español de México, Español de América y Filología hispánica. Se trata de una producción bibliográfica que conjuga invariablemente y en diversos tonos la investigación con la docencia, y que expone con claridad y orden información analizada con rigor académico.
Una segunda conclusión: la aportación a la bibliografía mexicana del doctor Moreno encuentra lugar en el decidido apoyo que otorgó a los proyectos de investigación que se desarrollaban o que se pusieron en marcha en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas a su llegada como Director, como la Bibliografía mexicana del siglo xix, la publicación de las Tablas geográficas políticas del reino de Nueva España de Alejandro de Humboldt, así como en el impulso que dio con la responsabilidad que le competía a los trabajos de la Biblioteca Nacional y a la Hemeroteca Nacional, y en las gestiones que realizó para dotar a las colecciones más antiguas y valiosas de esas nobles instituciones de un espacio propio en 1992: el edificio del Fondo Reservado. Prueba de su sensibilidad por la bibliografía es el reconocimiento de la importancia de ese acervo para el estudio de la cultura del país y que resume en la siguiente enumeración:
[…] En la sección de manuscritos de ese Fondo Reservado se conserva, por ejemplo, un Libro de horas del siglo xiv; el histórico manuscrito denominado Cantares de los mexicanos y otros opúsculos; el Códice Azcapotzalco; el manuscrito de fray Juan Navarro, Historia natural o jardín americano; la Tablatura musical y la Biblioteca Mexicana de Juan José de Eguiara y Eguren, entre muchos otros. Parte importantísima del Fondo Reservado es la Colección Lafragua, integrada por mil quinientos ochenta volúmenes y más de veinte mil folletos, información valiosísima, particularmente para la historia de nuestra independencia. En ese venerable repositorio se conservan, además, muy importantes archivos, como los Cedularios coloniales; el Archivo franciscano, constituido por ciento cincuenta y seis cajas con documentación relativa a la historia de la Provincia del Santo Evangelio y a otros muchos asuntos; el Archivo Juárez, en donde podrán encontrarse testimonios invaluables sobre la situación política y militar del país entre los años de 1849 y 1872; el Archivo de la correspondencia particular de Maximiliano y el Archivo Francisco I. Madero, constituido por dos mil cuatrocientos cuarenta documentos indispensables para la historia mexicana de los años 1909 a 1911. [Ahí también se resguardan] las más antiguas y venerables publicaciones periódicas […].
Un bibliógrafo lleva un bibliófilo dentro. Quien tuvo el privilegio de conocer la biblioteca del doctor Moreno puede confirmar que su acervo revelaba la personalidad del discreto amante del libro, como él mismo anota en la presentación que dedicó a un volumen que recoge algunas imágenes de bibliotecas privadas acompañadas por los testimonios de sus afortunados dueños, la mayor parte de ellos, reconocidos intelectuales. El doctor Moreno fue un bibliófilo porque no solo se interesaba en coleccionar títulos relacionados con su profesión de lingüista y con sus preferencias literarias —era seguidor fidelísimo del Quijote— sino porque sabía apreciar al libro como objeto, gustaba de reconocer el papel, la eficacia tipográfica, la labor del buen editor, la formación general de la obra y la encuadernación.
Muchos colegas y amigos de mérito apreciaron al doctor Moreno y seguramente recordarán de mejor manera su obra y valorarán más ampliamente sus aportaciones, sirvan estas líneas por lo pronto para agradecerle su amistad y sus enseñanzas así como para conocer algo del hombre de letras que fue el doctor José G. Moreno de Alba, del universitario de tiempos completos —así, en plural— en la vida pública y privada. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y ha publicado libros como Tipos y caracteres: La prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: Testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo, recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.