La visión optimista de Antonio Castro Leal —recordábamos en el artículo anterior—, sobre el porvenir de la lengua española y el de Hispanoamérica, reclamaba a quienes tenían alguna injerencia en su desarrollo y su enseñanza que comprendieran la importancia de lograr que el español se convirtiera en una lengua internacional, como “un instrumento eficaz para luchar y vencer en un mundo cada vez más difícil y complejo”. Esta preocupación glotopolítica por la unidad del idioma se inscribía en una corriente de estudios de la lingüística hispánica que daría lugar a numerosas investigaciones interesadas en la descripción de la diversidad dialectal del español a lo largo del siglo XX.
Las teorías que aseguraban la fragmentación del español se apoyaban, en su mayoría, en la historia del latín, en la forma en la cual sus variantes, apropiadas por hablantes de otras lenguas en diversas regiones, constituyeron la base de las lenguas romances o neolatinas. Lingüistas como Rufino José Cuervo consideraron en algún momento que las lenguas nacionales de los países americanos se distanciarían del castellano. El erudito Ramón Menéndez Pidal concluyó la polémica que al respecto habían sostenido el colombiano Cuervo y el escritor español Juan Valera, al rechazar, por un lado, la consideración positivista de las lenguas como organismos vivos, naturales, que nacen, crecen, se desarrollan y mueren; y, por otro, que, como hechos sociales, las lenguas se mantienen vigentes mientras haya núcleos sociales que las hablen y que con ellas logren satisfacer ampliamente sus necesidades de comunicación. Además, como han demostrado otros notables filólogos, el latín siguió un proceso muy diferente de expansión y diferenciación del que ha tenido el español en América. Tanto es así, que se puede asegurar que hay más probabilidades de que se tienda más a la unidad que a la diversidad, a pesar de lo que en una primera reflexión pudiera pensarse. En efecto, el tema del “futuro del español”, exitoso presente, tiene más soluciones que problemas.
Atrás ha quedado ya, y desde hace mucho tiempo, la idea de “pureza” o “ejemplaridad” (como “correcto”), que distinguía el español peninsular o castellano —aunque inopinadamente descubramos rastros de tal prejuicio— del español americano, como si este fuera una corrupción de aquellas formas originales. No obstante, es legítima y necesaria, para atenderla, la preocupación por una fragmentación del idioma producida por la lenta pero persistente evolución de rasgos fonéticos y la aparición de formas y voces que responden a los nuevos usos y a modificaciones de las costumbres de los múltiples núcleos de hablantes. Estos cambios son incontenibles y dan lugar a diferencias, sin duda.
El punto o afán cultural y educativo central de nuestro tiempo consiste en considerar la existencia, la realización de esas “normas” o formas de hablar y buscar la incorporación de los neologismos al caudal de la lengua. La solución de uniformidad la ha dado, desde hace tiempo, el lenguaje escrito, considerado “culto” o “estándar” o “panhispánico”, que conlleva el desarrollo de las habilidades lingüísticas adquiridas con la instrucción: leer y escribir. En este sentido el trabajo de las escuelas ha sido determinante al igual que el de las academias y los medios impresos y electrónicos, a pesar de sus evidentes y lamentables deficiencias. Existen, pues, variantes del español que no afectan su unidad, que son, en todo caso, muestras de las particularidades y del genio de los hablantes de una región o de un país, de su idiosincrasia, pero no atentan deliberadamente contra su estructura fundamental, ni pretenden desplazar voces o expresiones que han permitido el entendimiento de una gran comunidad, que ha logrado intercambios culturales con eficacia en el mundo de la comunicación global.
De esta manera, un hispanohablante medianamente culto entiende que en España una acera es una banqueta; que zumo es jugo, y que un billete puede ser un boleto. Asimismo estará a su alcance saber que grifo es en la mitología un ‘animal fabuloso, de medio cuerpo arriba águila, y de medio cuerpo abajo león’; una ‘llave de metal que regula el paso del agua o de otros líquidos en los depósitos’; y, en general, un adjetivo que indica una forma de tener el cabello, ‘crespo o enmarañado’. Que grifo en Colombia también califica a alguien de ‘entonado, presuntuoso’; en Costa Rica, a ‘quien tiene la carne de gallina’; y que en ese país como en México, El Salvador y Honduras, un grifo es un sustantivo que hace referencia a ‘una persona que se intoxica con marihuana’.
La enseñanza del español como segunda lengua debe considerar el problema de sus variantes o de la unidad de la lengua. La naturaleza o las formas en las cuales se desarrolla esta actividad toma diversas soluciones, y no todas son planeadas.
En primer término está el perfil del profesor o enseñante: un profesionista formado en una universidad con especialidad o posgrado en lingüística o literatura, un hispanohablante que con relativa formación autodidacta se asume como profesor; una persona cuya lengua materna no es el español pero que lo ha aprendido y estudiado con la intención de ser profesor y especialista; otros no hispanoparlantes que hablan español porque lo aprendieron sin estudiarlo y deciden transmitir lo que saben del idioma a otros como ellos o a paisanos suyos. Estas variantes se multiplican por las circunstancias concretas al considerar el lugar donde se desarrolla la actividad, dentro o fuera de los países de quienes la ejercen, es decir de quien instruye y de quien aprende. Lo más frecuente es encontrar profesores con formación universitaria: mexicanos, españoles, peruanos, colombianos, argentinos, chilenos, etc., que enseñan en sus países o en otros en los que no se habla español. Siguen los profesores no hispanohablantes profesionales y altamente especializados, con experiencia en algún lugar de habla española, que suelen dar clases en los países donde se usa su lengua materna ya que se han formado con ese propósito. Esta tendencia ha crecido en los últimos años en países como China, Japón y Corea.
En la medida en que ha aumentado el interés por la enseñanza del español como segunda lengua o lengua extranjera, y el Instituto Cervantes y las universidades han impulsado las discusiones sobre diversas problemáticas de la disciplina, el asunto de las variantes de nuestro idioma ha atraído el interés académico.
Martha Jurado, colega del Centro de Enseñanza para Extranjeros de la UNAM, ha estudiado con profundidad este tema y advierte, entre otras cosas que comentaremos con más detalle en otra ocasión, lo siguiente:
La respuesta a la pregunta “¿qué español enseñar?”, está determinada por el punto de vista en el que nos ubiquemos. Es importante estar conscientes de que, ya sea desde el punto de vista dialectológico, económico o didáctico, la elección de una variedad como lengua extranjera de enseñanza entraña una decisión que rebasa los límites lingüísticos y se ubica en los terrenos lingüístico-sociológicos y lingüístico-políticos. Como dice Francisco Moreno Fernández: “Aunque la adopción de un modelo implica opinar y decidir entre las diversas posibilidades ‘prototípicas’, la elección de uno u otro no puede perder de vista que los contenidos de la enseñanza deben estar cerca de las necesidades funcionales de los estudiantes y que la enseñanza de lenguas viene determinada por unos contextos, unas actitudes y unos intereses concretos.
Ni más, ni menos. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios y ha publicado libros como Tipos y caracteres: la prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo; recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto. La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.