Juárez, Cecilia, No te desanimes, mátate, Toluca: Diablura ediciones, 2013, pp. 36 (col. Arca de diablos, 02).
Se dice que en la literatura hay apenas unos cuantos temas de los que hablar, y quizá de ellos, el más recurrente, no sé si el más importante, pero sí aquel que de forma más ansiosa y repetitiva se habla, es el amor.
Es así, buscando el amor o alguna de sus formas, como Cecilia Juárez emprende el camino de No te desanimes, mátate. (Cuyo título ha confesado la autora es una cita de una banda de punk llamada Mutantex.)
No debe pensarse que la búsqueda de Cecilia es ese canto almibarado y saturado de sacarosa que da voz a un 50% de las mujeres poetas, tampoco pertenece a ese otro 50% de las voces femeninas de canto desesperado y a entrepierna abierta que grita, clama, suplica por ser poseído físicamente.
La búsqueda de esta mujer no tiene sexo, o mejor aún, busca desde el ser, desde otra forma de entender la vida, la poesía, el amor, o la soledad, que más tarde o más temprano se vuelven lo mismo; pues como dice Enrique Symns en un pequeño ensayito titulado “¡Guerra al amor¡”:*
El amor es un fluido que se congela cuando dos personas lo encierran en la jaula de un circuito cerrado. Las casas y las habitaciones existen como consecuencia de la maldición del amor. Las manadas fueron separadas; los solitarios, condenados; a los bares entra la policía para arrestar a los que andan desamando.
Y así, desde la voz del solitario, desde la mirada de aquel que quizás en su contra se ha visto obligado a desamar, es que Cecilia Juárez va rebuscando aquello que desde niñas nos dijeron que era el amor.
A lo largo de estos 12 poemas de verso libre y voz contundente, rotunda, vamos desde “El tiempo del amante” repensando si acaso es con flechas con el instrumento que debemos marcar a nuestro amado, qué caso tiene relamer y poseer a otro cuerpo que habrá de pudrirse como todos.
Después es “El hijo de la octogenaria” el que nos hace pensar si de verdad somos las princesas o los príncipes que llegarán al tan manoseado final: “fueron felices y comieron perdices…”, hay un momento en que sabemos que todo es una falsedad, la suprema corrupción de los frutos de la juventud, dice la poeta:
(Nos quedó el silencio.
Pudimos escuchar que cantaban los dragones.)
En el tercer poema, “El árbol del bien y del mal (Several days)”, el protagonista va tras los pasos de Lisonja, un personaje que quizás es un reflejo en el espejo. Lisonja es voluble, berrinchuda, voluntariosa, sólo quiere “su calesa”. Lisonja es esa mujer odiosa en la que nos convertimos cuando menstruamos, es la bruja del cuento, aquella a quien es imposible amar y que de cualquier forma convoca a la más profunda ternura.
Lisonja, te digo, en otro tiempo
yo sería tu hombre.
Así, montados en calesa es como llegamos al “Hombre diminutivo (Alimentary chain)”, para indagar quién es el otro, sea mujer, hombre o venado, aquel que espera ser devorado con fruición, porque ¿no es acaso el canibalismo el acto más supremo del amor? Qué pasa entonces si uno tiene la “Cama vacía”, qué sucede si a pesar de todo uno no sacia el apetito de nadie, qué si se va de cama en cama, esperando alguna tarde llenar la propia, a fin de cuentas, también, uno desea ser el nutricio pan del otro…
¿Serán pan los trapecios que sueltan al circense?
¿He sido pan?
¿Saldré de esta vida caliente y aromática?
Si esta búsqueda sin respuesta, sin reflejo, se prolonga, nunca falta el encuentro con el amor malsano (de todos el más saludable); tal vez “Pero yo amanecí donde él dormía” sólo para recibir un nefasto mantra:
Barre mi pecho, chupa mi noche, chinga tu madre,
vete de mí…
como la conjura terrible para no dejar que el amor se vuelva un témpano, para que “En martes un espejo parlante” y nuestras creencias se desgarren, para que tengamos todos los nombres de nuestras tragedias amatorias…
Me llamo Entrepierna Amoratada. Mi nombre es Primer Amante.
Soy Escoba Trapeador. Llámame Tumor Benigno, Fulgor, Cáscara Suicida.
[…]
Esta noche mi nombre es Muerte de la Madre,
si te quedas no esperes nada que conozcas.
El maleficio nos lleva a buscar en el otro, no en nosotros, nos lleva a “El oficio de odiarse”, ¿quién no se ha odiado a sí mismo por no ser suficiente ni bastante (recuerde el “Envío”, de El idilio salvaje de Manuel José Othón), quién no se desasosiega ante el abandono, dice Cecilia
¿Qué hay de malo
En no querer nada con una misma?
Qué hay de malo en querer ahogar el llanto en tangos, por qué siempre se debe elegir lo que se es, porque rechiflao en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre vida paria sólo una buena mujer; porque sólo así, al preguntarse es como se reafirma el pútrido sistema construido en torno nuestro, la casa en ruinas que durante siglos nos han dicho que es nuestra, la casa del matrimonio, de las relaciones “bien habidas” pero si uno abre bien los ojos y los sentidos, ser niño se termina “como la niñez ante el hachazo del vello púbico”.
Uno se percata de que eso de matar dragones, rescatar princesas y luchar contra los siete ex de tu amado son actos de “Heroísmo” que perviven en la ficción o en la literatura. Uno pude reflejarse en las pupilas del otro para decirse:
Qué lejos queda el heroísmo
De esta navaja en la que vivimos.
Qué lejos.
La búsqueda comienza a terminarse. El camino está por concluir, por eso es mejor que “No te desanimes, mátate”. Es mejor que te desnudes y salgas a gritar tu impotencia por las calles, es necesario
…beber el agua de beber, de matar, de morir
y todo el odio cabe en una metralleta.
Como en aquel Día de furia de Michael Douglas, aquel martes en se debe salir por las avenidas a exterminar a todos aquellos que no entienden, no entenderán. Salir armados para deshacernos de los viejos patrones, de las estructuras preconcebidas, de nuestros padres, de nuestra madre
Matar a mi madre y comérmela mientras
lloro, comienza a ser cansado, cada martes.
Para que al final de nuestra rabieta, nos sentemos a llorar como niños desamparados de nosotros mismos, llorar por no haber puesto fin a la historia mientras pudimos.
Y lamento estar aquí y no haberme
comido
a mí misma
cuando pude.
Casi para llegar al final del camino, cuando uno se da de topes contra la pared intentando comprender, comprendiendo, uno confirma que el amor no está en los otros, quizá tampoco en uno mismo, uno aprende a desamar, uno entiende por fin que…
Querer es una actividad de mal gusto y
sólo debería estar permitida en cuatro estados:
desgracia, ebriedad, locura
y tal vez Illinois.
Porque “un carnicero tendrá siempre sueños de carnicero”. Porque para llegar al final del viaje quizá sea preciso el suicidio. Es posible que quienes no comprendan se avienten del Golden Gate o se internen en el bosque de “Aokigahara” (célebre por convocar a los suicidas en Japón. Pero si no se tienen los suficientes arrestos, o si no se tiene la dosis exacta de veneno, uno se quede aquí soportando la alienación. Si se es más inteligente se emprende un ejercicio total de desamorización, el entrenamiento constante de saber que el amor no es permanente, tal vez ni siquiera existe, pues para retomar a Enrique Symns*
Desde la soledad se percibe el flash de ese misterio que palpita bajo el edificio del amor. Está en el corazón de un niño perdido, pero que no busca a su madre. Está en enamorarse del amor, en los romances de las miradas, en las ternuras que caminan despacio sobre la fragilidad de una caricia, en los besos que no se dan sino que son el efecto de un viento que empuja las bocas.
Para conocer ese amor ignominioso es imprescindible declararle la guerra al amor.
Quizás haya llegado el tiempo de la traición y el sabotaje. La esclavitud existe porque se respetan las leyes de la hospitalidad. Para encontrarse hay que andar solo y perdido. Hay que andar por ahí, cerca de una estación, y encontrarse justo cuando nuestros trenes están a punto de separarnos.
Justo cuando sabemos que sólo nosotros mismos habitamos en la total sabana de nuestra soledad.
Si usted quiere adquirir este pequeño pero feroz poemario puede comunicarse con el editor, Jorge Manuel Herrera al correo electrónico [email protected]
De manera breve, pero interesante y elocuente, se describen los diferentes e importantes contenidos de este material de Cecilia Juárez. Como lector de los entusiastas litaratos toluqueños. Ya que mi padre es escritor de no menos de 40 obras con temas históricos en Toluca. Agradecería poder leer algunos materiales (poemas) de Rocío Franco López, ya que leo con entusiasmo e imaginación lo que de manera atinada y elocuente resume y describe Rocío en el Domador de Polillas. Se agradece tener entre nosotros a una talentosa de los nuevos valores literarios en Toluca. Gracias.