Es posible que la española sea la única lengua en la que la palabra matador no tiene una connotación negativa. Al contrario, este no solo es respetado por su valentía —una de las cualidades más valoradas entre los hispanohablantes— sino que goza de fama y fortuna. También es combativo (y admirado por ello) el gallo de pelea. Ambos motivan controversia: ¿Participan en crímenes o en manifestaciones plásticas? Lo único seguro es que, como tradiciones populares centenarias, han dado a la lengua muchas expresiones cotidianas.
“Se lidia con algo/alguien” porque los toros se lidian. Capotear quiere decir eludir un problema o entretener con engaños (igual capear, como en capear el temporal);1 lo contrario es coger/tomar al toro por los cuernos. Hacer el/salir al quite significa auxiliar a alguien que se halla en una situación comprometedora. Roland Barthes ubica el verbo citar en la tauromaquia. De poder a poder y un mano a mano implican competencia entre dos mientras que al alimón quiere decir torear conjuntamente. “Habla a toro pasado” quien opina de un asunto cuyo resultado ya conoce. Llegar/entrar partiendo plaza implica altivez que motiva admiración. Cuando alguien tiene un éxito rotundo se dice que “cortó orejas y rabo” y también que “salió en hombros/por la puerta grande”; en caso contrario, “está/anda de capa caída”. Dar la puntilla es demoler un proyecto ajeno.
En sus ternos (vestimenta), los matadores logran simbiosis entre seres vivos y metales. Así, visten de grana y oro, oliva y azabache, tabaco y plata. De la taleguilla y la chaquetilla cuelgan borlas llamadas —obviamente— machos. El propio torero “es muy macho”, sin embargo (una entre tantas paradojas hispánicas), para realizar su faena se viste de bailarina y se contonea coquetamente frente a los pitones del animal.
La gente también puede sufrir la suerte del toro. Así, se recibe/aguanta vara de un picador imaginario o bien, en el mismo registro, rejones/puyazos/puyas (comentarios irónicos o hirientes). Los toros y las personas tienen querencias, unos “de las tablas”, las otras del terruño, adonde acuden para morir. Algunos “se crecen al castigo”; los mujeriegos son sementales; traer media estocada da cuenta, en México, de una borrachera considerada incompleta. Volver al redil significa disciplinarse mientras que “está/quedó para el arrastre” una persona exhausta.
En los tendidos y las graderías, como a veces en la vida, “se ven los toros desde la barrera”, y los aficionados se dividen por clases sociales: en los de sombra, los pudientes; en las de sol, el pueblo llano. En aquellos, los mestizos compiten en hispanidad, de ahí boinas, gorras de chulo, botas de vino y puros. De las segundas suelen bajar comentarios ingeniosos. Entre los actores de la corrida también hay una estricta jerarquía. En ese microcosmos los toreros encarnarían la nobleza; los banderilleros, la burguesía, y los otros subalternos —mozos de capa y de espadas— la naciente clase media; los alguacilillos conforman la policía. En la parte baja de esa escala social están los monosabios, que serían los siervos.2 Deus ex machina es el juez de plaza.
Poner en suerte o simplemente poner se usa tanto en la jerga taurina como en la delincuencial. Los toreros y, por extensión, los condenados a muerte “están en capilla”, es decir rezando por última vez. En otro apunte dijimos que un hombre es bragado (valiente, enérgico) porque bragados son los toros de lidia negros con una mancha clara en las ancas: “toro con bragas” es igual a “hombre valiente”, “calzonudo”.
La llamada fiesta brava3 es el único contexto en donde lo zurdo tiene preponderancia: los naturales son pases realizados con la mano izquierda. La interjección de aprobación y ánimo, dentro y fuera de la plaza, es ooole en México y olé en España.
En los palenques también anida el machismo. Un corrido informa que un señor, de nombre Simón Blanco, “era un gallito muy fino / que el gobierno respetaba”. Este respeto no se debía a sus logros, compromiso social o ideología sino a su actitud, semejante a la de un gallo de pelea. Se sobrentiende, pues, que él tenía “espolones para gallo”, que no soportaba que “le picaran la cresta”, que “era un gallo muy jugado” dispuesto a morirse en la raya.4
La metáfora atar/amarrar navajas tiene un equivalente vegetal: meter/sembrar cizaña. En ambos casos, una persona hace su mejor esfuerzo para enemistar a dos amigos. “Es mi gallo”, mi candidato para ocupar algún puesto o ganar una competencia. Se dice “juega el gallo” al aceptar una apuesta, aunque a veces sea “tan malo el pinto como el colorado”. Cuando alguien afirma que otra persona “peló gallo” quiere decir que perdió —y en ese sentido parecería un albur— pero también que huyó o murió.
En El gallo de oro, Rulfo juega con las palabras: de los palenques muchos “salen desplumados”: todos los combatientes y la mayoría de los apostadores. Hace algunos años, un político exclamó, altanero, “¡no le han quitado ni una pluma a mi gallo!” para decir que habían fracasado los intentos de desacreditarlo.
Hay otras expresiones que aluden a gallos de una raza distinta, los de corral: comer gallo es estar de malas, estar como gallo en gallinero ajeno, desubicado; “otro gallo me cantara”, la posibilidad de tener mejor suerte; en menos que canta un gallo, un instante. Gallo también es mechón rebelde, serenata, misa navideña, canto desafinado, una arruga, un escupitajo, un peso en el boxeo.
En la prohibición catalana de las corridas de toros tal vez pesó más la hispanofobia que el respeto a los animales. En Coahuila también desean erradicar un toreo que, por lo demás, es poco popular en la región. ¿Se nos prohibirá también usar metáforas galleras y taurinas? ~
1 También es taurino escurrir el bulto.
2 En el Madrid del siglo xix había un grupo muy popular de simios circenses, Los Monosabios, vestidos de blanco, rojo y azul, como los actuales mozos de plaza. En este caso la crudeza de la jerarquía va demasiado lejos.
3 Tan es festiva que una banda musical la ameniza con pasodobles (mientras tanto, en los palenques, el mariachi es de rigor).
4 La arena donde tienen lugar las peleas está delimitada por rayas.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.