La Reforma en Materia de Telecomunicaciones abarca la televisión pública. Ante los cambios promisorios que se avecinan en este terreno, vale la pena estudiar la experiencia de otros países, en aras de obtener el mayor provecho de esta oportunidad.
Los fundadores de la BBC creyeron que la radiodifusión podía transformar el mundo y convertirlo en un mejor lugar. La intervención del sector público aseguraría que su sorprendente poder creativo —enriquecer al individuo con conocimientos, cultura e información sobre su entorno; formar comunidades más integradas, e involucrar a la gente del Reino Unido y de todo el planeta en un nuevo diálogo sobre quiénes somos y a dónde vamos— trabajaría en beneficio únicamente de la sociedad.1
Si ha sido pertinente destacar la cita anterior es porque la reflexión que ofrece constituye un parámetro oportuno, adecuado e incluso idóneo para enfrentar una de las tareas sustantivas que se derivan de la Reforma Constitucional en Materia de Telecomunicaciones:2 el establecimiento de un organismo público con autonomía técnica, operativa, de decisión y de gestión, cuyo objeto es justamente el suministro del servicio de radiodifusión sin fines de lucro.
En efecto, la definición que la BBC ofrece del papel de la radiodifusión pública remite tanto a la capacidad creativa —innovadora por necesidad y cultural por naturaleza— que desde siempre ha tenido la televisión y que en la actualidad se acrecienta, como a la conversión de ese enorme potencial en capacidad transformadora, en plataforma flexible que coadyuve en el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos y la colectividad nacional. Entronizar esta última función, implantarla suficientemente en el nuevo organismo y garantizar su permanencia como objetivo fundamental son propósitos que responden plenamente al diagnóstico que el segundo documento político fundamental de hoy, el Pacto por México, ha establecido. “El siguiente paso de la democracia mexicana”, se argumenta, “es la creación de una sociedad de derechos que logre la inclusión de todos los sectores sociales y reduzca los altos niveles de desigualdad que hoy existen entre las personas y entre las regiones de nuestro país”.3 La correspondencia, entonces, resulta evidente.
Sin embargo, a la necesidad social de operar una televisora de naturaleza pública se añade el imperativo de modernización tecnológica que hoy permea la totalidad del ecosistema mediático. La interactividad propia de las redes de telecomunicaciones y su empleo en el acopio, intercambio y aprovechamiento de contenidos, implican que el ciudadano conectado pueda seleccionar estos con libertad, elegir los que mejor satisfagan sus expectativas culturales y de ocio, o bien de aprendizaje y formación. Para algunos autores, esta individualización del consumo cuestiona el sentido mismo del servicio público de radiodifusión, porque en el mercado se encuentran ya alternativas suficientes y diversas que están al alcance de todos. Y esta disponibilidad pone en entredicho el rol habitual de las televisoras públicas en tanto agentes de redistribución en el intercambio simbólico, y el encargo de facilitar que todos los ciudadanos obtengan contenidos adicionales y distintos de los que el programador privado selecciona y que se pliegan al intercambio económico. Si la oferta se ha ampliado y crece inclusive en forma exponencial, esa intervención ya no tiene sentido porque ahora el mercado la realiza, y con mayor certeza además. La preferencia de los jóvenes por las propuestas de las televisoras privadas y el consumo en la red son ejemplos estadísticos de ello. 4
Frente al universo comercial, se añade, la función de la radiodifusión pública es ahora, en todo caso, corregir las posibles fallas de mercado y cultivar una intervención precisa, quirúrgica si se quiere, que mantenga la redistribución en segmentos sociales muy específicos, así como en situaciones de coyuntura. El adelgazamiento del papel social de la televisora pública es incluso recomendable por el impacto económico que tiene esta, el cual puede causar una inflación de costos por la competencia que se genera con el emisor privado. Por estas razones, que algunos especialistas describen como una crisis del medio,5 parecía que los días de la televisión pública estaban contados y solo quedaría el paso franco del mercado en la radiodifusión.
No obstante, la visión anterior pierde fuerza justo al considerar el entorno digital donde se genera cotidianamente la enorme oferta de contenidos de las televisoras comerciales y la red. En contra de aquellos argumentos, estudiosos reconocidos de la comunicación, como Jesús Martín Barbero, reafirman la importancia de las televisoras públicas, que radica en las diferencias esenciales de sus contenidos respecto de los de esos otros medios:
Justamente por la fragmentación que introduce el mercado, se hace más necesaria una televisión que se dirija al conjunto de los ciudadanos de un país, que contrarreste en la medida de lo posible la balcanización de la sociedad nacional, que ofrezca a todos los públicos un lugar de encuentro, así sea cambiante y precario, que permita a los que lo quieran poder enterarse de lo que gusta a la mayoría cuando esta no se define por el rasero del rating, sino por algunos gustos y lenguajes comunes, como los que proporcionan ciertos géneros televisivos en los que convergen matrices culturales y formatos industriales.6
La concurrencia social que se describe, el sentido de identidad que subyace en el encuentro con el otro, y los intereses, anhelos y expectativas comunes son metas deseables, empeños codiciados y afanes ciudadanos que deben dar núcleo a la televisión pública del siglo XXI; en México, esta se sumaría a la actual reivindicación del liderazgo del Estado y de su función comunicativa como vector de la conducción nacional y del interés público como eje de esta conducción.
Pero alimentar y concretar tales propósitos no es tarea fácil. De hecho, como explica Luis Arroyo,7 la televisión pública en América Latina se encuentra hoy en proceso de redefinición, en el intento de encontrar respuesta a un conjunto de interrogantes “extraordinariamente simples en el papel”8 pero de gran trascendencia social, porque la penetración que logra el servicio puede y debe aprovecharse para algo más que el anuncio de bienes y servicios. Urge entonces determinar, en primer lugar, los tipos de financiamiento. ¿Quién paga y bajo qué modelo? ¿Cuotas, subvención pública, publicidad o una combinación virtuosa e incluso inédita de estas formas? La respuesta no es sencilla ni ociosa, porque tener una televisión con audiencia no es barato. “La mítica BBC le cuesta a cada hogar británico unos 180 euros (233 dólares); la televisión francesa, unos 125, y la alemana, 228 euros al año (282 dólares)”.
El segundo conjunto de preguntas se refiere al poder. ¿Quién controla el funcionamiento del medio, la ciudadanía o su representación? En este caso, ¿cuál es el papel del Gobierno? ¿No pone límite alguno o controla y censura? ¿Dónde se anida el interés público y dónde se cruza con los propósitos de informar que todo Gobierno persigue?
Si bien la respuesta a estas preguntas habrá de facilitar la estructuración y el funcionamiento de una estación pública, en el tercer grupo de interrogantes se manifiesta la inquietud básica, cualitativamente distinta: los contenidos y la programación. “¿Debe una televisión pública limitarse a ofrecer información y programación de servicio público, destinada solo a minorías, con el peligro de convertirse en un servicio menor que solo interesa a unos cuantos? ¿O podría, en el otro extremo, competir de lleno con los canales comerciales, ofreciendo programas de amplia audiencia aunque no tengan ningún contenido cívico ni formativo?”, inquiere Arroyo en este apartado.
La tradición de la televisión pública —o las mejores prácticas, para expresarlo en los términos de hoy— señala que los contenidos a transmitir deben tener por lo menos cuatro características. Debrett reafirma esta apreciación y reconoce el servicio universal como la primera de ellas, es decir el libre acceso de todo individuo y grupo social a la programación de la emisora.9 En segunda instancia, la independencia editorial del medio, la diversidad de fuentes de información y de géneros programáticos, y el pluralismo de opinión son cualidades que habrán de reflejar y mantener la autonomía de la emisora respecto al poder. Además, los materiales deben fomentar y promover la identidad, los valores y la cultura nacionales, incluyendo los propios de las minorías y de todos los grupos sociales representativos. Finalmente, la estación pública debe generar y proponer una televisión de calidad, lo que significa que sus criterios de programación no necesariamente se rigen por razones comerciales y de satisfacción de audiencias masivas.
El acuerdo sobre este deber ser, en cuatro partes, del servicio público de radiodifusión seguramente es unánime.10 Sin embargo, ¿cómo aterrizar tales propósitos? ¿De qué asidero engancharlos para que se concreten de forma cotidiana? ¿Cómo balancear estos elementos diversos? En suma, ¿qué hacer?, ¿cómo empezar?
La experiencia internacional contribuye a forjar el juicio propio. Para atender las interrogantes sobre los contenidos puede evocarse la praxis de las televisoras públicas, que recrean la figura del curador de una exposición artística; el curador interactúa con las obras del creador para conocerlas e interpretarlas, seleccionarlas y, finalmente, presentarlas en su contexto social para el disfrute de terceros. En esta misma lógica, la televisora produce los materiales audiovisuales adecuados para el cumplimiento de sus objetivos de servicio público, y complementa su programación dictaminando y eligiendo contenidos que se adquieren de otros operadores, nacionales o extranjeros. Los acuerdos, alianzas y adquisiciones que cada organismo hace de manera habitual cumplen cabalmente esta función, cuya eficiencia depende del acierto, conocimiento y sensibilidad con que los programadores interpretan el gusto y el interés públicos. Así, la entidad televisiva estructura su parrilla programática y mide la aceptación que tiene su propuesta entre la audiencia, para seguir en la misma ruta o para iniciar de nuevo el proceso.
Este procedimiento, habitual en cualquier televisora pública, se complementa con otros mecanismos innovadores de producción televisiva que ha experimentado la misma BBC. De entrada, desde 2004 la emisora se asume como una “entidad generadora de valor público”, es decir, como creadora de activos que apoyan a la ciudadanía, colaboran con ella y fortalecen su capacidad para entender mejor el mundo que la rodea y para desarrollarse mejor en un contexto socioeconómico particular. Con este fin, la televisora sigue el esquema de producción señalado, pero este no es el único medio a su alcance. En respuesta a su mandato, la Office of Communications (Ofcom), órgano regulador británico, ha implementado un sistema de cuotas de pantalla, con el cual propicia un equilibrio entre las propuestas directas de la televisora y las de otros agentes productores. Ello ha traído frescura a la oferta audiovisual porque se traduce en temáticas amplias y variadas —de orientación, formación e incluso entretenimiento—, provoca la reflexión y la acción como actitud permanente ante el mundo, y favorece el ánimo lúdico y la relajación de disfrutar a plenitud la realidad que se vive.
Las cuotas de pantalla de la BBC abren espacios a la producción independiente y la complementan con un esquema que recuerda en mucho la idea de la “televisión de proximidad”. Conforme al Acta de Comunicaciones de 2003, hasta un 25% de la programación de la televisora debe consistir en producciones independientes, mientras que el resto deben ser producciones originales de la BBC. Desde 2007, de ese 75% del tiempo de pantalla total, 25% se maneja de acuerdo con la iniciativa denominada “Ventana de competencia creativa para televisión”, una fórmula que permite a creadores independientes competir con la televisora pública por un lugar en la programación cotidiana. Una empresa privada —la reconocida consultora PricewaterhouseCoopers, desde 2008— se encarga del proceso completo de selección y dictamen, apoyándose a veces en el conjunto de creadores que intervienen en la experiencia. Según el informe de 2013, la fórmula estimula la innovación pues, al establecer un entorno competitivo, cada parte trata de superar a las demás con contenidos cada vez mejores y más certeros en la apreciación e interpretación que hacen del entorno donde se generan. Y con ello todos ganan, según la BBC.
Los anteriores son modelos atractivos de producción de contenidos para el servicio público de televisión. Los mencionamos no porque consideremos que baste replicarlos para obtener resultados. Cada Estado es distinto y cada uno debe concebir y patentar su propia experiencia. Son solo ejemplos importantes, muestras de caminos ya andados, que sin duda enfrentarán dificultades, aunque estas sean menos visibles que sus ventajas.
Un hecho se impone, sin embargo. Si la televisora pública debe recurrir a la sociedad para servirla mejor, el desarrollo de proveedores audiovisuales parece ser una vía inteligente y fundamental. Es indispensable, en efecto, promover que la comunidad huésped de la televisora participe en su quehacer, no como un actor pasivo que recibe, sino como protagonista dinámico que interactúa en el espacio televisivo por cuanto interviene en el proceso de concepción y creación del contenido, en su realización y promoción, y en la crítica del propio espacio y sus productos, todo ello como parte de una clara relación dialógica donde la interlocución es inherente a toda la gestión televisiva.
Lograr estos propósitos, con producciones de altura o con cuotas de pantalla, debe ser la meta del nuevo organismo. Y aunque apenas esté en gestación, se espera que emerja, justamente, del sentir ciudadano. Para reafirmar lo dicho, un último dato: según el reporte de Ofcom de 2011, los británicos dedican 2.4 horas al servicio público de televisión, tiempo 0.1% menor al registrado en 2010. De los televidentes asiduos, sin embargo, 80% considera muy alta la confiabilidad de sus noticieros y está satisfecho con la programación. Ante tales cifras, los programadores de la BBC seguramente pueden dormir tranquilos. Esperemos que la televisora pública que viene logre esa respuesta a base de trabajo. Y, con ello, que sus programadores también puedan conciliar el sueño.
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JOSÉ LUIS PERALTA HIGUERA es ingeniero por la UNAM. Ha ocupado diversos cargos en empresas privadas de telecomunicaciones y en el Gobierno Federal. En la actualidad, es miembro de la Comisión Federal de Telecomunicaciones y tiene a su cargo distintos proyectos para el sector, como la portabilidad de números telefónicos.
NOTAS
1 British Broadcasting Corporation (BBC), Building Public Value: Renewing the BBC for a Digital World, http://downloads.bbc.co.uk/aboutthebbc/policies/pdf/bpv.pdf, 2004, visto el 8 de abril de 2013.
2 Hasta el momento de redactar estas páginas, la reforma se encontraba bajo análisis en seis comisiones legislativas del Senado de la República. La información y citas que se incluyen se han tomado de la iniciativa aprobada por la Cámara de Diputados el 22 de marzo de este 2013.
3 Presidencia de la República, Pacto por México, en http://pactopormexico.org/PACTO-POR-MEXICO-25.pdf, 2013, visto el 3 de enero del mismo año.
4 G. Mastrini, La inmaculada concepción de los medios latinoamericanos en crisis, en http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-47/la-inmaculada-concepcion-de-los-medios-latinoamericanos-en-crisis, 2011, visto el 8 de abril de 2013.
5 V. Sampedro Blanco, “Identidad y medios nacionales en la diáspora”, en Sampedro Blanco (ed)., La pantalla de las identidades (Colección Sociedad y Opinión), Icaria Editorial, Barcelona, 2003.
6 J. M. Barbero, “La única salida: Una televisión pública”, en etcétera, agosto de 2011.
7 En coautoría con Martín Becerra, Ángel García Castillejo y Óscar Santamaría, Luis Arroyo publicó en 2012 el libro Cajas mágicas: El renacimiento de la televisión pública en América Latina. Esta obra no solo es una investigación sobre el tema en el continente; también señala las rutas que cada país ha tomado para resolver sus propios problemas. Por este antecedente y por la amplia experiencia del autor, se considera que su opinión es relevante.
8 Arroyo, L., Televisión pública en América Latina: Las tres preguntas que todos nos debemos hacer, http://blogs.worldbank.org/latinamerica/es/televisi-n-p-blica-en-am-rica-latina-las-3-preguntas-que-todos-nos-debemos-hacer, 2013, visto el 10 de abril del mismo año.
8 Debrett, M., “Riding the Wave: Public Service Television in the Multi-platform Era” en Media, Culture & Society, vol. 31, núm. 5, mayo de 2009.
9 Ver por ejemplo lo que Tajonar escribe a propósito de la televisión nacional de Estado: “[…] evitar que se convierta en una televisora oficial, sujeta a los caprichos del presidente y del Gobierno en turno. Los paradigmas de televisión de Estado son claros: BBC y PBS. A eso debemos aspirar”. “Competencia, calidad y responsabilidad”, en Proceso, núm. 1900, 31 de marzo de 2013.
BIBLIOGRAFÍA
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