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Patrick Corcoran | 24.06.2013 | 0 Comentarios
Fue con mucha tristeza que los fans del programa The Sopranos se enteraron de la muerte súbita de James Gandolfini la semana pasada, mientras vacacionaba con su hijo en Italia. Para los que no lo han visto, The Sopranos fue la historia de Tony Soprano, mafioso de alto nivel en Nueva Jersey, y sus dos “familias”: la de su esposa y sus dos hijos, y la de su organización criminal, que operaba bajo la estructura de las cinco familias neoyorquinas de la mafia siciliana. Producido por HBO y lanzada en 1999, la serie duró ocho años y nos dio casi cien horas de programación, con Tony de Gandolfini sirviendo de atracción central.
A veces se siente tonto entristecerse por la muerte de un desconocido, por más famoso y querido que sea, pero en este caso la tristeza tiene sentido. Para empezar, Gandolfini era un hombre joven al momento de su fallecimiento, de apenas 51 años, papá de una hija de menos de un año. Más aún, era un genio. David Chase, creador de The Sopranos, contó al New York Times de las muchas veces que le decía a Gandolfini (que no era amante de la fama), “Tu no entiendes. Eres como Mozart.” Puede que sea un poco exagerado su halago, pero no tanto. En la opinión de su bloguero, su retrato de Tony Soprano representa la obra artística más importante de los últimos 25 años, más allá que cualquier novela, disco de música, cuadro, o película. Aunque haya sido por un solo personaje, Gandolfini ha dejado un legado cultural muy profundo.
La experiencia de ver a Gandolfini habitar el cuerpo de Tony Soprano no es comparable a otros actores en otros papeles. Vimos cada aspecto de la vida de Tony, incluso los asesinatos que planeó o las palizas que otorgó, pero sobre todo lo acompañamos en lo cotidiano y lo normal. Vimos como festejó la graduación de la preparatoria de su hija, como se peleó con su hermana y su madre, y como se preocupó por la falta de ambición de su hijo. Pasamos horas viéndolo reflexionar sobre sus emociones más profundas y sus miedos más arraigados en la oficina de su psiquiatra, la doctora Melfi. También estuvimos con Tony en sus momentos aburridamente íntimos; lo escuchamos respirar, suspirar, masticar. (Jamás he visto una película o serie que ponía más atención en los sonidos corporales de su estrella.) Las escenas más intensas e inolvidables no eran las matanzas, sino las discusiones con su esposa Carmela (interpretada por Edie Falco, también sobresaliente).
Era fácil identificarse con los protagonistas, especialmente con Tony, imaginarse o recordarse en situaciones parecidas. Así pues, Gandolfini nos hizo simpatizar con un matón miserable, aunque regularmente nos hizo sentir horror.
The Sopranos representa el realismo dramático a su nivel más alto, y deja cuantiosas lecciones para la vida real.
Vi las últimas temporadas de The Sopranos desde Torreón, mientras aquella ciudad vivía un declive espantoso en la seguridad pública. Tal experiencia se prestaba a muchas comparaciones y preguntas: ya que Tony corrompía policías y políticos, mataba con impunidad, y era parte de una organización extensa y poderosa, ¿cómo se explicaba la falta de violencia en Newark comparada con el baño de sangre de Torreón y otras ciudades mexicanas?
No existe una respuesta sencilla, pero llama la atención que Tony vivía alguna especie de vida normal. Vivía en la misma ciudad, en la misma casa; nunca se convirtió en prófugo. Es una diferencia importante con los capos mexicanos. La trama central de la serie fue el intento de Tony de mantener una vida normal pese a la manera en que ganaba su sueldo, y como consecuencia la inevitabilidad de su caída. Generaba una tensión constante en el programa; en una escena la hija de Tony, junto a sus amigas, lo ve esposado y escoltado de su casa por policías el día antes de su graduación de la prepa. Pero también le daba al mafioso un incentivo importante de no portarse tan mal. Es decir, la posibilidad de seguir libre por un tiempo más imponía un límite a la violencia que utilizaba.
Ese incentivo no existe para los capos mexicanos. Desde su punto de vista, si matan a otras dos o otras diez o otras veinte personas, ¿qué más da? No pierden una vida estable, porque ya son prófugos desde hace años. No incrementa los castigos que enfrentarán en algún futuro, porque es que al ser ubicado por las autoridades, lo más probable es una muerte sanguinaria en un tiroteo o una muerte lenta dentro de una cárcel, sea mexicana o estadounidense.
Pero en fin, The Sopranos no fue memorable por sus recomendaciones para la seguridad pública, por más válidas que sean. Fue, más que nada, gracias al desempeño indeleble de Gandolfini. Y si no conocen la serie, véanla cuanto antes.
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