La multiculturalidad parece contraponerse siempre a la idea de una nación, de un solo estado, de un solo país. Pensar en la construcción de México como una unidad con una sola identidad que la cohesione y con un conjunto de símbolos sobre la que se articule en el pensamiento de sus habitantes, choca con la existencia de pueblos disímiles entre sí, pueblos con historias particulares, con lenguas tan distintas, con identidades complejas. No hay penacho de Moctezuma, ni mariachi, ni huapango de Moncayo ni china poblana que pueda borrar ese hecho. La multiculturalidad niega la idea de nación tal y como fue pensada en sus inicios por los que la proclamaron.
Para que México fuera posible era necesario que todos hablaran una misma lengua, desarrollaran una misma identidad e incluso profesaran la misma religión. Bajo esa lógica, se implementó un combate frontal desde el Estado contra la diversidad de las culturas y las lenguas. A 200 años de vida independiente, el resultado está ahí aunque con un discurso diferente. Los efectos de esas políticas nacionalistas en contra de las particularidades justo ahora rinden frutos: las lenguas se están extinguiendo, la diversidad cultural y lingüística se encuentra en peligro, la velocidad con la que mueren las lenguas es inusitada, casi imparable. No podemos negar que esa situación es una consecuencia directa de la obsesión por construir una nación. Sacrificamos México en aras de crear la idea de México.
En esta obsesión por borrar las diferencias, el gobierno mexicano emprendió tareas integradoras con distintos grados de éxito pero casi todos con consecuencias catastróficas para los sujetos de integración. En 1925, Plutarco Elías Calles inauguró La casa del estudiante indígena en la Ciudad de México, un “maravilloso experimento sicológico y social” en las propias palabras del secretario de educación de la época. Para llevar a cabo este proyecto, se reunió a un grupo de “indios puros” para llevarlos a la Ciudad de México e internarlos en esta Casa, el objetivo era civilizarlos, transformar su mentalidad, sus tendencias y costumbres de manera que, una vez que regresaran a sus comunidades, pudieran ser agentes aculturadores que integraran a sus comunidades a una nación monolingüe en español y monocultural. Además, La casa del estudiante indígena tenía como objetivo demostrar que los alumnos podían tener el mismo nivel de inteligencia que la población no hablante de una lengua indígena.
Para integrar esta casa, se pidió a gobernadores y presidentes municipales que enviaran a “indios de raza pura”, varios de ellos fueron prácticamente raptados para poder cumplir con la cuota. A pesar del interés presidencial, las condiciones de hospedaje eran terribles y con el tiempo, la Casa fue sufriendo un gran abandono y decaimiento, de manera que la calidad de vida de los alumnos se vio seriamente afectada, en muchas ocasiones faltaba el agua para las necesidades básicas y las condiciones salubres eran deplorables. La beca inicial que la SEP les había asignado fue suspendida después de poco tiempo. Muchos de ellos murieron por enfermedades o escaparon. Aunado a todo lo anterior, los alumnos de la Casa fueron tratados como animales de experimento: se les medían las proporciones físicas y se les aplicaba pruebas sicológicas para determinar si eran indios puros y demostrar que no eran menos inteligentes que los alumnos de la ciudad.
Además de estas condiciones ambientales, los alumnos debieron sufrir graves daños sicológicos considerando que fueron traídos de sus comunidades con la intención de civilizarlos en un contexto totalmente distinto. Nunca pudieron pertenecer al nuevo contexto pero al mismo tiempo la pertenencia e interacción con sus comunidades había sido interrumpida. Según se consigna, muy pocos volvieron a sus lugares de origen a iluminar a sus pueblos con la antorcha nacional “civilizatoria”. La mayoría se negó a regresar a sus comunidades para “redimir a sus hermanos”. Fueron desterrados a un limbo identitario que negaba su lengua materna pero que tampoco los reconocía como perfectos hablantes de la lengua nacional. Sin embargo, La casa del estudiante indígena insistía en que los alumnos no olvidaran sus lenguas pues por medio de ellas podrían civilizar a sus hermanos, para transmitir las ideas nacionalistas de progreso. Uno de los pocos aciertos de esta casa fue crear clubes de idiomas en los que los alumnos podían enseñarse mutuamente sus lenguas maternas, pero al final, las lenguas indígenas se veían como un un medio mientras el español llegaba a sustituirlas.
Bien mirado, antes estos “experimentos” lo sorprendente no es que la diversidad cultural y lingüística esté desapareciendo, lo sorprendente es que esa diversidad siga existiendo. Desde el movimiento de reivindicación, la resistencia de los pueblos indígenas es algo de lo que estamos orgullosos, pero es algo indeseable. Resistir implica la existencia de una agresión, resistir desgasta: estamos orgullos de los quinientos años de resistencia pero lo ideal es que viviéramos en un país en el que no hubiera motivos para resistir y ese país es el que nos interesa construir: un país en el que no sea necesario resistir para hablar nuestras lenguas, ni sea necesario resistir para ser lo que somos.
________
Referencias
Elisa Ramírez Castañeda. 2006. La educación indígena en México. UNAM.
Engracia Loyo. “La empresa redentora. La casa del estudiante indígena”. Engracia Loyo. COLMEX