Uno de los aspectos de la cultura mexicana inmediatamente evidente para los extranjeros es la creencia común en la mano oculta, en las conspiraciones como una causa de los grandes acontecimientos.
Sobran ejemplos, me acuerdo de escuchar a muchas personas opinar que la influenza de 2009 fue una pantalla para legalizar el uso de las drogas. Encuestas en 2008 revelaron que una buena cantidad de mexicanos creyeron que el accidente aéreo de Juan Camilo Mouriño fue producto de un sabotaje. Y no es solamente cosa de la gente normal, hasta una periodista reconocida publicó una versión del escape del Chapo Guzmán en 2001 en la cual Vicente Fox recibió un pago multimillonario para dejarlo huir.
Claro, algunas de las teorías resultan ser verdaderas, pero en la gran mayoría de los casos, no es así. Las evidencias alrededor de cualquier suceso, sea de importancia histórica o de poca significancia, suelen apoyar el principal de la llamada navaja de Ockham: la explicación más simple suele ser la correcta.
Teorías conspirativas y otras ideas peligrosas, un nuevo libro de Cass Sunstein, profesor de la Universidad de Chicago y ex-zar regulatorio en el gobierno de Obama, profundiza sobre los porqués y las consecuencias de este fenómeno y pregunta si los gobiernos deberían preocuparse más por las creencias conspiratorias de sus ciudadanos. No se trata de México precisamente, pero sus observaciones tienen aplicación universal.
El impacto negativo de creer en las conspiraciones es amplio. Tales personas son menos propensas a participar en la política, cosa que impulsa una brecha creciente entre el gobierno y los ciudadanos. Tal brecha ayuda a que las agendas gubernamentales tengan poco que ver con las necesidades de la población general; si no van a participar de todas formas, entonces ¿cuál es el incentivo del político de tomar en cuenta la ciudadanía?
La creencia en las conspiraciones también pueden alentar la violencia. En el Medio Oriente, por ejemplo, muchos musulmanes ven a los israelíes como los autores de cualquier tragedia, desde los ataques del 11 de septiembre hasta el arranque de la crisis financiera del 2008-09. Claro, Israel ha sido el autor de varias tragedias en el mundo musulmán pero ignorar la evidencia y culpar al país de cualquier cosa alienta el odio que, a la vez, inspira el terrorismo. De la misma forma, ya que una mayoría de musulmanes rechazan las evidencias que responsabilizan a Al Qaeda por los ataques del 11 de septiembre, tales pueblos no han tenido que enfrentar las fuentes internas de terrorismo.
Como explica Sunstein, las teorías conspirativassuelen surgir como respuesta a un vacío de información creíble. En muchos casos, el vacío se debe a que la gente desconfiada que no cree la versión oficial o aceptada por las razones que sean, suele asociarse con gente que piensa igual. Así, aislándose en subgrupos de mentes parecidas, se reafirman sus sospechas mutuamente, de manera continua.
En México, el fenómeno mencionado en el párrafo anterior existe, pero no explica todo, ya que la creencia en las conspiraciones es más extensa. También pesa el legado de un sistema autoritario, especialmente las décadas en que la vida pública fue poblada por políticos sinvergüenzas, capaces de cualquier maniobra, y una prensa censurada o comprada. Teóricamente los mexicanos formados en la época democrática deberían inclinarse menos por las conspiraciones, pero tampoco es seguro que tal cambio se dé. En todo caso, resulta que superar 70 años de priísmo no es cosa de un día a otro.
Es por eso que pese al impacto negativo de las teorías conspirativas, no queda claro que al gobierno le queden muchas opciones para frenarlas, por lo menos a corto plazo. Para pueblos saliendo de un régimen cerrado, la desconfianza popular tarda mucho en disminuir. Para gobiernos autoritarios, abrirse a la inspección detallada va en contra de su esencia. Y para los subgrupos aislados, lo más probable es que una explicación no logre aliviar las sospechas.
Así que las creencias erróneas siguen muy presentes.