“El activismo a favor de los derechos de los animales está más articulado
que el activismo a favor de la diversidad lingüística y tiene mayor incidencia”
Pláticas de café
El Dr. Lylle Cambell ofreció el mes pasado en Oaxaca una conferencia sobre el Catálogo de Lenguas Amenazadas (que puede visitarse en esta dirección: http://www.endangeredlanguages.com/?hl=es). Como es de suponerse, las predicciones no son nada esperanzadoras, cada tres meses muere una lengua en el mundo, el 6% de las lenguas del mundo cuentan con menos de diez hablantes y de 1960 a la fecha han muerto 227 lenguas. Para este investigador de la Universidad de Hawaii y para el equipo que se dedica a construir el Catálogo de Lenguas Amenazadas, la pérdida acelerada de las lenguas del mundo, como nunca antes, constituye una de las más importantes prioridades a las que se enfrenta la humanidad en la actualidad. La pérdida de lenguas es el reflejo directo de que los derechos lingüísticos de millones de personas en el mundo no están siendo respetados. México, obviamente, no escapa a la situación.
Para hacer frente a esta situación, los activistas de las lenguas han logrado mucho en diferentes lugares del mundo: el hawaiano, una lengua que se encontraba antes en alto riesgo de desaparecer, ahora se encuentra en una mejor situación, es posible cursar desde el preescolar hasta la universidad en esta lengua y el número de hablantes se han incrementado espectacularmente, los nidos de lengua de los maorí en Nueva Zelanda han creado nuevos hablantes y así existen varios ejemplos más alrededor del mundo. Para lograr que nuevas generaciones aprendan las lenguas en riesgo, las acciones que deben tomarse implican un gran activismo y una militancia activa en la causa.
En México existen muchos esfuerzos para fortalecer las lenguas indígenas que cada vez más cuentan con menos hablantes; sin embargo, se concentran sobre todo en el desarrollo de la escritura y muy poco en garantizar que los niños aprendan mixe, huichol u otomí como lenguas maternas. Lamentablemente, y a pesar de que estos esfuerzos son extraordinarios, pues muchos de ellos se realizan pese a todas las circunstancias, estas iniciativas están muy desarticuladas. No basta con traducir el himno nacional al náhuatl, no es suficiente con grabar canciones y hacer loterías (mea culpa), hay que lograr que todas estas acciones respondan a un plan estratégico que tenga como objetivo que el número de niños hablantes de lenguas como el náhuatl, otomí y mixe se incremente. Para lograrlo, es necesario tomar medidas en diversos frentes de manera sistemática y planificada para conseguir el mayor impacto posible.
Entiendo que el activismo proviene siempre de la sociedad civil que presiona a los Estados y gobiernos a tomar medidas para lograr un objetivo, planteando acciones y programas concretos. Para poner un ejemplo, el activismo a favor de la equidad de género que realizan las mujeres indígenas ha hecho que el tema se haya colocado en la agenda de organizaciones nacionales, internacionales y gubernamentales. Las mujeres indígenas feministas cuentan con espacios para capacitación, se forman para hacer incidencia y realizan planeación estratégica para ir logrando sus objetivos, existen fondos y ONG’s especializadas en el tema, existen reconocimientos para su labor. Seguramente el movimiento de las mujeres indígenas aun tiene muchos retos que enfrentar pero el camino que llevan por delante en comparación con el activismo lingüístico es considerable.
Aunque muchas personas estamos conscientes de la gravedad de la situación con respecto de la pérdida de la diversidad lingüística de México, la verdad es que no estamos articulando un movimiento unificado. No existen espacios para capacitarnos sobre el tema, no hay ONG’s especializadas en la revitalización lingüística, no hay un plan estratégico a corto, mediano o largo plazo para revertir la pérdida, no se está haciendo una incidencia planificada para que el Estado tome medidas efectivas, no hay una estrategia de acciones concretas para llevar a cabo. Me atrevería decir que no hay UN movimiento de activismo lingüístico en México.
Con esto no quisiera desacreditar los extraordinarios esfuerzos de muchas organizaciones y personas que luchan diariamente por mejorar la situación en distintas trincheras pero pienso que deberíamos articularnos más. Pienso en lo deseable que sería que los activistas que trabajan con Mozilla México localizando (traduciendo) el navegador Firefox al zapoteco de la Sierra Sur, al chatino o al mixe, establecieran colaboraciones con los abogados del “Centro Profesional Indígena de Asesoría Defensa y Traducción A.C.”, que trabajan por los derechos lingüísticos de los hablantes de lenguas indígenas que se encuentran en las cárceles sin haber contado nunca con un intérprete durante su juicio. Imagino a los escritores de lenguas indígenas hablando con las personas que diseñan diagnósticos de vitalidad y a ellos, colaborando con politólogos que nos ayuden hacer incidencia en la agenda pública y política como bien me lo explicaba Tajëëw Díaz. Imagino también que sería posible articular de mejor manera el trabajo académico de los lingüistas con el quehacer cotidiano del activismo.
Hay mucho por hacer y la tarea parece inconmensurable, como el reto; sin embargo, es necesario comenzar. Por fortuna, las interacciones sociales están mediadas por las lenguas así que desde diversos espacios es posible trabajar por el fortalecimiento lingüístico y garantizar nuevas generaciones de hablantes. Tengo la impresión de que desde diversos espacios, incluyendo al propio movimiento indígena, la lengua se sigue visualizando como un asunto cercano a las manifestaciones culturales como la danza, el canto y las prácticas tradicionales que englobamos bajo el término vago de “actividades culturales”. Yo creo que es más que eso, la lucha por frenar la pérdida de la diversidad lingüística es sobre todo un asunto político y está íntimamente ligado a la lucha por la autonomía de los pueblos indígenas de México. Mientras no nos demos cuenta de eso, el “rescate de las lenguas” será visto igual que el “rescate del traje típico”, como ya alguna vez alguien me explicó.
Además de eso, necesitamos construir alianzas con otros movimientos y hablantes nativos del español. Creo que podríamos lograr mucho si el tema de la pérdida de las lenguas fuera también parte de la lucha del movimiento indígena por la autonomía, de la defensa de los territorios, de los derechos de las mujeres indígenas. Necesitamos posicionar el tema en diversos espacios que luchan por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y los derechos humanos en general. La extinción de las lenguas es una de las consecuencias directas de la injusticia social y dentro de este contexto debe atenderse.
Es un poco desesperanzador cuando aquellos directamente involucrados en asuntos relacionados con los pueblos indígenas comentan que “rescatar” la lengua solo significa impulsar concursos de “poesías” o encuentros de “cancioncitas” tradicionales como alguna vez oí decir despectivamente. No, se trata de algo más radical, la lengua no es sólo un “asunto cultural” entendido como espectáculo, no es folclore: el propio movimiento indígena debe pensarse y discutirse a sí mismo y sus objetivos en las distintas lenguas del país. El movimiento indígena debe usar las lenguas indígenas como lenguas oficiales para el análisis y la construcción de propuestas. Como nos lo ha evidenciado el caso del euskera y el catalán, el asunto de las lenguas es evidentemente un asunto político también. Mientras esto no suceda, es probable que hagamos muchas acciones que pocas veces tengan por resultado frenar el decremento de hablantes y espacios de uso de las lenguas de México.
Los activistas de los derechos de los pueblos indígenas de México podrían convertirse también en activistas a favor de las lenguas de México. De lo contrario, la tendencia puede continuar: los hijos de los líderes del movimiento indígena y de los profesores bilingües tienen muchas más probabilidades de no adquirir la lengua de sus padres y solo adquirir español como lengua materna.
La situación misma nos lanza preguntas que podemos resolver entre todos porque aún no alcanzo respuestas claras: ¿Cómo construir el activismo lingüístico? ¿Cómo articular estrategias concretas y graduales? ¿Cómo hacer incidencia para que se lleven a cabo políticas y programas específicos entre las diversas iniciativas que ya existen? ¿Dónde recibir formación para llevar a cabo el trabajo? ¿Cómo frenar la muerte de las lenguas y la violación de los derechos lingüísticos de sus hablantes?