Vivimos en medio de una civilización misógina y una de sus manifestaciones más brutales es la cultura de la violación. En los últimos años y en distintos países, estudios diversos han dado a conocer algo sobre la gran prevalencia de este mal social. Desarticular la violencia implica invertir recursos en una verdadera educación sexual que transforme las relaciones de poder que hoy están implícitas en la construcción de las identidades sexo-genéricas; los derechos humanos significan una apuesta por un cambio en la cultura.
¿Quién te manda a ser violable?
Este año en Brasil el Instituto de Investigación Económica del Gobierno (IPEA) publicó un sondeo que muestra que el 65,1 % de las y los brasileños opina que las mujeres que usan ropa que muestra el cuerpo merecen ser violadas. El 58% sostuvo que si las mujeres se supieran comportar, habría menos violaciones (66% de los encuestados eran mujeres). ¿A qué se refiere exactamente el “si supieran comportarse”? (además de la ropa o poca ropa a la que alude la encuesta). Las respuestas son múltiples, a la actitud “provocativa”, a ir “solas” por la calle en la noche (sin un hombre, un dueño) o acudir “solas” a un bar…; no importa, se trata sólo de pretextos para justificar o solapar la invasión. Pues está claro que desde ese punto de vista patriarcal, las mujeres no son dueñas de su cuerpo ni de su voluntad.
En respuesta la periodista Nana Queiroz lanzó una campaña en redes sociales en donde participaron hombres y mujeres apareciendo con un letrero con el nombre y la consigna de la campaña, No merezco ser violada, #NaoMerecoSerEstrupada.
En mayo de este año se hizo un pronunciamiento conjunto en el que participaron organizaciones de la sociedad civil y la Casa blanca por medio del vicepresidente Joe Biden, para dar a conocer el informe No están solas/os, el primer informe de la Casa Blanca sobre el obligatorio combate y prevención de las universidades al abuso sexual. ¿Qué encontró el informe? Una de cada cinco mujeres y uno de cada 71 hombres han sido víctimas de abuso sexual en Estados Unidos; un alto grado de impunidad de los abusadores sexuales en las universidades; sólo 12% de los abusos cometidos en universidades son denunciados y las víctimas tienen más miedo a las represalias, la incredulidad en sus denuncias, el estigma que esto acarrea, que confianza en alcanzar justicia; entre 75 y 80 % de las víctimas conocían a su agresor; un conocido, compañero, amigo o (ex) novio.
Hace unos días Yakiri Rubio tuvo un espacio en tv abierta para exponer su caso en una entrevista que le hizo la periodista, dramaturga y feminista, Sabina Berman. Encarcelada el año pasado por matar a su violador, que la raptó y tras violarla intentó asesinarla. Su testimonio es impactante y a la vez, conmovedor. Tras una larga lucha de sus familiares, diversas organizaciones de la sociedad civil y defensores/as de derechos humanos, salió libre casi tres meses después. Dijo a los reporteros que la esperaban, “el machismo me trajo aquí”. La Procuraduría de Justicia del DF la acusó de asesinato calificado pues aseguraba que tenía una relación sentimental con su agresor. Entre las pruebas que presentó para su defensa estaban las evidencias de su relación sentimental real, con otra mujer.
Si no es casta, seguro es puta.
Aunque muchas cosas se han transformado en los últimos 50 años, modificar una cultura requiere de mucho esfuerzo, tiempo y sinergia entre las fuerzas progresistas, y no es un proceso continuo ni lineal. En muchos ámbitos sociales los roles de género rígidos y estereotipados siguen prevaleciendo y con ellos, la idea de que el erotismo de las mujeres es pasivo, renuente, contenido, se puede vivir sólo si es conquistado por un hombre con la licencia de una relación de pareja; por naturaleza. Y quienes no entra en este molde son “putas” al servicio, uso y abuso de cualquiera, porque así lo han querido.
El médico, traductor y estudioso del lenguaje Fernando A. Navarro señala en su libro, Parentescos insólitos del lenguaje, la relación etimológica entre dos términos de origen latino, casto/a, de castus, puro/a, y castigo de castigare, formado por el verbo ago –hacer y el adjetivo castus, es decir hacer puro/a. Esta lógica está profundamente intrincada en la cultura de la violación. ¿no eres casta/o? ¡Lo serás a fuerzas!
Cuando la educación acerca de la sexualidad enseña a las personas a juzgar y en su caso a castigar sus expresiones (en si mismos/as y en los otros/as) por malvadas y perversas, el escenario está puesto para que los más violentos sean jueces y verdugos, en nombre de una moral naturalizada, de quienes se manifiestan seres sexuados/as (lo que son); es decir se tiene un campo fértil para una cultura de la violación.
Más información sobre el autor en www.sexologohumanista.com
Es increíble que en pleno siglo XXI las mujeres aún tengamos que padecer prácticas feudales y de ciudadanas de segunda. Es cierto que cuando las mujeres son violadas, el acceso a la justicia es una montaña de obstáculos, ¿hasta cuando continuaremos con esta cultura machista que hace de los derechos y libertades de las mujeres algo de lo que se puede prescindir?