Vivo en un país en el que se hablan muchas lenguas y soy monolingüe: solo hablo español. Me gusta mi lengua, cómo no hacerlo si es la lengua con la que pienso y vivo, pero me parece triste que viviendo en un lugar en el que se hablan tantas lenguas yo sólo hable una teniendo deseos de aprender otra. No creo que haya algo de malo intrínsecamente en ser monolingüe, no hay que interpretarlo así; lo que me parece lamentable es que, queriendo aprender otra lengua mexicana, sea tan difícil hacerlo. Es como si, siendo de casa y con ganas de participar, una no pueda asistir a la fiesta que se está llevando a cabo en nuestra propia sala: escuchamos la música, sabemos de la diversión que hay, el baile, la alegría, pero “algo” nos impide bajar las escaleras y nos prohibe participar de esa algarabía.
Antes de plantear mis peticiones, motivo de esta carta, quisiera contarles mis aventuras y desventuras en el intento de aprender otras lenguas. Durante los años que fui a la escuela (pública, laica y gratuita) en la Ciudad de Oaxaca, me impartieron clases de inglés, lamentablemente, después de 12 años de asistir a las clases (seis años en la primaria y seis más para terminar la educación media superior) ahora apenas recuerdo aspectos básicos de la conjugación del verbo ‘to be’ y de los verbos irregulares, lejos estoy de leer los poemas de Walt Whitman en la versión original como era mi ilusión hace un par de años. Después de tanto tiempo de ir a clases de inglés, me siento defraudada, si quiero aprender esta lengua tendré que pagar por las clases en una escuela particular y lamentar las horas que perdí en las clases de inglés en la escuela. Creo que ya hasta perdí el entusiasmo por esta lengua y eso es lo que me parece más triste.
Cuando era niña, nos llevaron de excursión a Monte Albán y nos explicaron muchísimas cosas que me sorprendieron, además de historia, supe del zapoteco que hablaron las personas que edificaron el lugar en la época prehispánica, me di cuenta también cómo esa lengua era la que escuchaba yo muchas veces en diferentes espacios de la ciudad. Años después, investigando, supe que, además del zapoteco, en Oaxaca se hablaban muchísimas lenguas distintas, tantas que quedé totalmente sorprendida y el entusiasmo regresó: me prometí a mí misma que me daría una nueva oportunidad: aprendería zapoteco, una lengua cercana, una lengua oaxaqueña.
Cuando supe que México estaba en la lista de países con mayor número de lenguas me pregunté por qué es que una persona como yo, una mexicana que vive en la Ciudad de Oaxaca, sólo hablaba una de ellas. Revisé otros casos, en Suiza donde se hablan tres lenguas, los ciudadanos suizos son, al menos, bilingües. En otros países las personas hablan dos o tres lenguas aunque viven en lugares con menos lenguas que las que se hablan en México. Viviendo en un lugar multilingüe, los habitantes también lo eran.
Convencida y entusiasmada comencé entonces mis intentos por aprender zapoteco como segunda lengua. Lo primero que hice, ingenuamente, fue buscar en los centros de lenguas de las universidades de mi ciudad, en ninguna impartían clases de zapoteco. Busqué escuelas particulares pero no hallé oferta, asistí a los principales centros e institutos académicos y el resultado fue el mismo. Me pareció grave que una lengua como el zapoteco (el del Valle que es el que pretendía aprender) que es tan conocido, que es tan cercano y del que se habla y glorifica tanto cuando se estudia la historia prehispánica de Oaxaca no tuviera espacios para ser transmitida como segunda lengua.
Ante esta situación decidí investigar en el internet y en las bibliotecas, casi no encontré material didáctico y una gran parte de los estudios gramaticales especializados están redactados en inglés, lo que hizo lamentarme de nuevo sobre mi relación con esta lengua. He recurrido a otra estrategia, conocí a un hablante de zapoteco del Valle que será mi maestro, aunque él no tiene experiencia en la enseñanza de su lengua, juntos iremos construyendo el material y las estrategias didácticas. Si esto no funciona, trataré de ahorrar e irme a vivir a una comunidad zapoteca rogando que la inmersión lingüística haga su trabajo.
Esta es mi historia y de verdad me gustaría que fuera una historia que no se repitiera. Quisiera que los mexicanos monolingües del español pudiéramos tener acceso al aprendizaje de las lenguas mexicanas a través de escuelas, clases, materiales didácticos, desarrollo de estrategias de enseñanza y todo los mecanismos y recursos necesarios para disfrutar de la fiesta lingüística que se hace en la sala de la casa. La discriminación con la que se trata a las lenguas indígenas nos afecta también, nos interesa y nos indigna a los hablantes monolingües del español. Sueño con un futuro en el que mis hijos puedan asistir a una escuela bilingüe zapoteco-español ubicada en la Ciudad de Oaxaca para que ellos puedan educarse en ambas lenguas y culturas, aunque no sean zapotecos. Quisiera tener esa opción. Por ahora, a pesar de mis esfuerzos, vivo en un país en el que se hablan muchas lenguas y soy monolingüe: solo hablo español.
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