Bebedizo de Isidoro Enríquez Calleja para Efraín Huerta
José Ramón Enríquez
Fue ampliamente conocida la generosidad con que Efraín Huerta acogió a los exiliados españoles a su llegada a México. Con muchos de ellos tejió lazos de amistad que se conservaron durante décadas. Un grupo de refugiados españoles, escritores en su gran mayoría, tomó el nombre de Aquelarre en referencia a las reuniones de brujas que llevan ese nombre en vasco y lo hizo sello editorial con el cual publicó una buena cantidad de libros. Quisieron, en 1950, homenajear por su amistad y talento a Efraín Huerta. Se tenía la costumbre brujil de ofrecer bebedizos, con su respectivo brindis, al homenajeado. Este bebedizo lo ofreció Isidoro Enríquez Calleja cuyo nombre en el Aquelarre era el de Bruja Barrigona. Creo que las referencias se explican por sí mismas. Yo tenía entonces cinco años. Hoy, con seis décadas y pico más, y en el centenario del inolvidable Efraín, he querido que se alzaran las copas en su honor, al conjuro del bebedizo de entonces.
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En su variada vida como artista, JOSÉ RAMÓN ENRÍQUEZ (Ciudad de México, 1945) ha transitado de los escenarios teatrales, en los que ha sido actor y director premiado, a la escritura de textos dramáticos —entre ellos Jubileo (1989), La cueva de Montesinos (1995) y La Rodaja (1996)— y, finalmente, al espacio íntimo de la creación poética. Producto de esta última faceta son los libros Ritual de estío (1970), Imagen protegida (1975), Figuras del Pantheon (1984) y Supino rostro arriba (1999). Ha incursionado también en el género del ensayo, con Pánico escénico (1997) y Nueve reflejos en los Siglos de Oro (2001), entre otros títulos. Enríquez es además editor, promotor cultural y, sobre todo, maestro fundamental de varias generaciones.
A Efraín Huerta
Isidoro Enríquez Calleja
Mi querido amigo, en la noche aquelárrica de mi espaldarazo como la Bruja Barrigona, te doy este bebedizo que, por ser mío, es callejero sin remedio.
Yo conozco tu generosidad para con mis paisanas, las brujas literarias, que no es poco saber en esta hora de desmoronamiento de los valores humanos y de venenoso existencialismo. No te conozco mejor porque si vuelo por las calles del Distrito Federal, llevo en mi escoba las basurillas de unas particularísimas preocupaciones: la búsqueda angustiosa de seres humanos a quienes aleccionar privadamente, sacándoles unos quintos para evitar que mis retoños hayan de brujear mañana saludando con el forro de los pantalones. Las brujas, aunque volemos por encima de las nubes, no nos alimentamos de los microbios del aire, como los camaleones, a pesar de que esta Barrigona modesta, según el hombre de Unos hombres —“libro en mi opinión divi si encubriera más lo huma”— dé una sensación camaleónica. Desde ese ángulo imaginativo del formidable humorista amigo nuestro, quizá nos conocemos tú y yo, amigo Efraín; pero te aseguro que no soy así más que en caricatura y a flor de piel y no en el fondo, ya que los recovecos del alma están cuajaditos de ternura hacia el género humano cuando sigue los caminos rectos. Mi brujería más honda consiste en aceptar lo bueno sin parar mientes en su procedencia. Una vez fui sectario y me malhirieron las sorpresas de una humanidad repuñetera. Por eso la miro ahora a flor de escoba y solo correspondo cariñosamente a las muestras de aprecio incotizables, siempre que no sean endiablados, que allí donde presiento al demonio, lo ahuyento pronto, escudándome en la señal de la Cruz. ¿Asombroso, verdad, el contraste entre mi gesto de salvación religiosa y mis brujerías? Ah, pero es que no solo hay brujas endemoniadas, sino también angelicales. Y yo procuro ser de estas últimas: pura bruja contradictoria que parte de las noches ansiosas del alba. Y ello por manchega y, además, por lectora de uno de tus libros.
Precisamente en tu Géminis 1935-1944 aprendí yo que las brujas a mi estilo:
Estamos en el ruido del alba
En el umbral de la sabiduría,
En el seno de la locura.
Y solo puede vérsenos temblar al amanecer de esos días anodinos que son los domingos con su luz inmóvil y sosa y su “tempo” cargado de tedios. Los domingos de traje recién planchado que empaqueta nuestra alma, y la ata con lacitos para regalo. Huyéndole a un pajizo domingo e introducida en el agujero de mi biblioteca devoré versos tuyos, descubriéndote como poeta esencial y de personalidad auténtica, ante una exclamación inefable como esta:
Qué bien comprendo la imposible suavidad del amor
Hecho de sangre humana y jugo de claveles.
Pero en ese domingo único maravilloso de tu descubrimiento me humedeció una triste niebla porque en el rotundo poema “Los hombres del alba” silenciabas a las brujas, para quienes la noche, amigo mío:
Es un dulce tormento, un consuelo sencillo,
Una negra sonrisa de alegría,
Un modo diferente de conspirar,
Una corriente tibia temerosa
De conocer la vida un poco envenenada.
Las brujas, Efraín, también danzan por las calles enredadas en hilos delgados de luna y se detienen en la contemplación de los momentos serenos de la angustia; pero no le tienen terror al alba. Es raro, pero algo había de darnos cierta dimensión profunda. Y es que, ofreciendo lecciones de cordialidad maciza e impecable, viven unas brujas que, en peregrina metamorfosis, se están tornando en los hombres del alba de un mañana muy poco lejana.
Nuestros bebedizos, según los reglamentos, no deben pasar de dos páginas si quieren lograr el sortilegio de los oídos; si el mío traspasa esa extensión, tú, Efraín, tienes la culpa por haber sembrado tu libro de campanillas azules para que uno no lo cierre nunca al toparse con poemas resueltos en versos muelles cual plumas de serafines:
Alba de añil vagando entre palomas,
asombro de montañas y de plumas,
blanda manta del día, perfecta causa
de los estanques con violines claros.
Alba de añil soñando por jardines,
con sorpresa de estatuas y ventanas,
puliendo los deseos, dando serenas
y templadas columnas al olvido.
Alba de añil, apresurada fruta,
deshecha estrella reclamando sitio,
lluvia de cabelleras, miel sin ruta,
alba suave de codos en el valle.
Alba de añil hiriéndome la muerte
que tenemos por sueño y por amor,
desesperando besos, despedidas,
tirando espejos en el mar del día”.
Ya vendrán ocasiones, de los poetas verdaderos, como tú, todo se espera, en que te dediquemos adecuados estudios. Por ahora, recibe el apretado abrazo nocturno de
LA BARRIGONA
Fin del año 1950
[Firma y fecha manuscritas]~
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ISIDORO ENRÍQUEZ CALLEJA (Torre de Juan Abad, Ciudad Real, 1900 – México, 1971) fue un pedagogo, periodista y ensayista español. Tras la Guerra Civil, llegó a Veracruz a bordo del Sinaia, donde los republicanos emigrados editaban el Sinaia. Diario de la primera expedición de republicanos españoles a México. Fue profesor de lengua y literatura en la Escuela Nacional Preparatoria y colaborador de la revista Las Españas (1943-1963). Formaba parte, como se menciona en el texto, del Aquelarre, al que también pertenecían Mariano Granados, José Ramón Arana, Anselmo Carretero, Francisco Rivero Gil y Otaola.