Lamentablemente, uno de los mayores iconos de la época democrática en México ha sido nada menos que el Chapo Guzmán.
Fue él que armó el primer escándalo del sexenio de Fox, cuando escapó de Puente Grande en enero del 2001. El guanajuatense pudo dirigir Coca-Cola en todo México, pero su gobierno se demostró incapaz de manejar algo tan simple como una prisión. El escape y la libertad del Chapo se convirtió en la imagen duradera de una supuesta incompetencia que siguió a Fox por todo su gobierno.
Bajo Felipe Calderón, el tema de la inseguridad se convirtió en la guerra contra el narco, y fue el asunto político dominante casi cada momento de su presidencia. De nuevo, el Chapo era la figura máxima del momento, un símbolo del enfoque del presidente y todas sus limitaciones. Su impunidad fue la mayor demostración de la incapacidad oficial. El Chapo se convirtió además en la primera referencia mundial para México bajo Calderón, el ricachón de Forbes y la estrella de cuantiosos perfiles mediáticos.
Además de la vergüenza que implica tener a un narcotraficante como una referencia tan importante, la fama de Guzmán ha sido doblemente maligna porque él y sus colegas criminales han ocupado tanta atención, tanto del gobierno como de la población civil, cosa que ha limitado los avances en otros entornos. Por más de una década, México no ha tenido la opción de ser un país normal, en que la inseguridad es un solo tema entre muchos. Gracias al Chapo principalmente, ha sido un país que lucha contra la anarquía, en la mente popular si no en los hechos.
Hay cierta ironía —y si usted quiere, justicia— en el hecho de que el Chapo haya caído durante el mandato de Enrique Peña Nieto, cuyo gobierno se ha dedicado a un cambio del narrativo mexicano. A Peña Nieto no le interesa que hablemos de los éxitos en el combate contra el crimen organizado, con tal de que no se toque el tema de ninguna forma. El contraste entre Peña Nieto y Calderón el presidente de la oliva militar que ganó comparaciones con Eliot Nes— ha sido comentado de sobra, pero fue el gobierno del primero que concretó el mayor éxito contra los capos.
El cambio publirrelacionista deseado por los peñistas se ha logrado, cosa que la evolución en las portadas de la revista Time demuestra de sobra: hace tres años, se hablaba de The War Next Door, o La guerra de al lado. Hace unas semanas, como usted seguramente se ha enterado, el mensaje de la misma publicación fue muy diferente. El título Salvando a México representa un paradigma inapropiado y hasta incoherente, y por supuesto oculta mucho de los cuantiosos desacertados, obstáculos, y pendientes que le quedan a Peña Nieto. (Los títulos mediáticos se prestan a esto.)
Hasta el momento, los éxitos de Peña Nieto en casi cada ámbito político han sido más cosméticos que de fondo, sobre todo en la seguridad. Hay menos gente hablando del crimen organizado hoy en día, eso sí, pero la tasa de homicidio sigue muy alto, las tasas de la extorsión y de secuestro van subiendo, y hay lugares donde el estado de derecho efectivamente dejó de existir. En este sentido, el México de Peña Nieto no es tan diferente que el de Calderón.
En tal contexto, lo que hace la caída del Chapo Guzmán es que borra uno de los pendientes más conspicuos del tema de seguridad. Y es un logro verdadero, no de relaciones públicas. El capo-estrella más famoso ya no está, y mejor aún, lo más probable es que sus herederos sean de menos perfil.
Así pues, se cierra un capítulo desafortunado en la vida mexicana, y abre espacio para otro. Ojalá y sea más sano, más productivo, y más próspero.