Se acercaba el final de mi estancia en la India y tenía que reportarme en Agra después de un largo viaje por el norte del país. Mi plan original había sido avanzar lentamente hacia Kashmir, y a pesar de que me habían advertido cuánto puede llegar a bajar la temperatura, los meses en el calor del subcontinente hicieron que dejara de creer que el frío existía. El clima y mi falta de preparación afectaron mi salud y me vi obligado a regresar, y después de unos días en Delhi hice reservaciones para salir rumbo a Agra en el tren de las cinco.
Diez minutos después de la hora prevista anunciaron el retraso del tren: llegaría a las seis. Era un tren de tercera clase y naturalmente yo era el único blanco en la plataforma, quizá en toda la estación. La gente comenzó a dispersarse y entre los vestigios de la multitud un hombre con un impecable traje occidental se me acercó seguido por un coolie que cargaba su equipaje. Mientras me tocaba el hombro me dijo con una pronunciación casi perfecta del inglés:
–El tren va a tardar. ¿Por qué no me acompaña por algo de comer?
–¿No llegará en una hora? En el norte nunca se retrasaron más de lo anunciado.
Ni siquiera los últimos meses habían logrado extinguir mi pasión por la aventura y accedí a acompañarlo. Se dirigió al coolie en un idioma que yo no pude reconocer y el sirviente me quitó la maleta gastada de las manos. Él permanecería con nuestras cosas en la plataforma, y en cuanto anunciaran la llegada de nuestro tren mandaría a alguien a buscarnos. Mi compañero insistía en que era inútil esperar en la estación sucia y ahora desierta. Me tomó del brazo y me guió hasta la salida mientras yo me volvía para ver al hombrecillo cargado de maletas, todas nuevas excepto por el cuero gastado que guardaba mis cosas.
Por el aspecto del hombre y su inglés impecable pensé que iríamos a comer a algún lugar elegante, pero nos adentramos entre las tiendas del bazaar que se extendía junto a la estación: puestos de piedras preciosas —son falsas, me dijo— y de seda —de pésima calidad. Él cada vez contrastaba más con la gente. Por fin llegamos a un restaurante casi a las orillas del mercado. Todo estaba en hindi: era únicamente para los que trabajaban por ahí.
Desde que el hombre se me acercó en la estación supe que me quería confesar algo: ser un pardeshi se presta a que la gente cuente intimidades que no le puede decir a cualquiera; quizá porque hablamos un idioma diferente o porque saben que nunca nos volveremos a ver.
A pesar del calor el hombre pidió dos tés y comenzó a hablar.
–Sé que pudo parecerle un poco extraño, pero desde que lo vi supe que usted era el indicado. Es la primera vez que cuento esto.
La cara del hombre había cambiado: desapareció la dignidad solemne y ahora miraba al vacío. Decidí que no me podría decir nada demasiado grave. Los indios son gente muy sumisa, subyugados por siglos de dominio y religión. Las cosas que me contaban siempre resultaban poco interesantes y sus grandes secretos no merecían ser si quiera recordados, pero sentía que les hacía un gran favor al escucharlos.
–Verá, yo soy un hombre muy malo —las palabras eran casi inaudibles. Carraspeó—. No debí haberlo molestado. Pero necesito un consejo. En fin. Mejor váyase, no pierda el tren.
Afuera la gente gritaba en hindi, y adentro se podía escuchar el aceite listo para freír las somosas que pudiéramos ordenar. No había nadie más que nosotros. Después de unos minutos me paré.
–Bueno, muchas gracias por el té —hice un gesto hacia el vaso aún lleno— creo que ni siquiera sé su nombre.
Cuando le di la espalda escuché su voz:
–Mi nombre es lo de menos. El único nombre que importa es el de ella: Anushka —miré al hombre, cuya cara estaba ahora enterrada en sus manos, y luego mi reloj. Eran las cinco y veinte. Volví a la mesa—. Quizá haya algo de mi historia que le interese.
“Verá, yo hace mucho que no viajo en tren. Ocho años, para ser preciso. La última vez que lo hice no era un trayecto largo. En el mismo compartimento iba una señora con su hija. Quedé inmediatamente prendido de la niña, pero como es correcto solo entablé una conversación con la madre.
“Poco a poco comenzamos a forjar una amistad. Nos veíamos en lugares públicos. Quizá usted ha estado suficiente tiempo aquí como para comprender lo que eso significa, pero yo creía que solo a través de la madre podría acercarme a los ojos grandes y manos delicadas de la hija. No me mire así; recuerde que aquí es muy común que las niñas se casen antes de los quince años.
Acerqué una mano con cuidado al pequeño vaso de vidrio que tenía enfrente y comprobé que ya lo podía tomar, mientras que el de mi compañero permanecía intacto. Imaginé a la niña sentada en la mesa con nosotros: sus ojos se agrandaban mientras él proseguía la historia.
–Un día Anushka alargó el brazo y noté un moretón. Comenzó a llorar y a contarme cómo la maltrataba su esposo. Aunque ella sabía que era su deber soportar los abusos de su marido, quería separarse.
“Yo me levanté indignado y juré que nunca más la vería. Ella buscó la manera de encontrarme, y cuando regresé de un viaje me invitó por primera vez a su casa. Su marido no estaba. Me dijo que podría ofrecerme algún trabajo administrando las propiedades de la familia.
“Esa noche la hija de Anushka se escapó de mi futuro para siempre.
“Con los años y mi cuidado la propiedad fue creciendo, y yo crecí con ella. Pude comprar una casa, contratar sirvientes, empezar a usar trajes occidentales. Me gané la confianza del esposo de Anushka mientras ella seguía insistiendo en dejarlo y casarse conmigo.
“Quizá usted sospecha que lo que se interpuso entre nosotros fue la religión, o que ella sea mayor que yo, y no estaría equivocado. Pero la verdadera razón por la que yo nunca accedí a sus peticiones fue por mi familia. En los cuatro años que llevaba viendo a Anushka, mi hermana, gracias a la dote que pude darle, se casó y tuvo dos hijos. Por respeto a ella nunca podría casarme con alguien que estuviera en las mismas condiciones.
El hombre por primera vez pareció notar su té. Llamó al mozo para exigir que le cambiaran el vaso helado por uno nuevo, y en cuanto llegó lo tomó de un trago. Pidió dos más.
–El esposo de Anushka, por supuesto, siguió maltratándola hasta que ella decidió que ya no podía soportarlo. Pidió el divorcio.
“En cuanto me enteré de lo ocurrido le expliqué que nunca me casaría con ella, luego me fui. Unos días después supe que estaba en el hospital porque se intentó suicidar.
“‘¿Sabes en lo que me conviertes si no te casas conmigo?’, me preguntó entre sollozos en la habitación blanca.
“Al final le aseguré que nos casaríamos. Pero para salvar su vida habían tenido que operarla. Ella tenía cuarenta y cinco años ahora y los doctores… discúlpeme, pero no puedo ser tan indiscreto.
El hombre me miró por primera vez desde que comenzó su historia, y casi sonrojado continuó:
–Cuando terminaron los trámites del divorcio me confesó lo que había pasado y me anunció que ya no podía tener más hijos. Yo ya tenía treinta años. Anushka me dio la noticia llorando.
“El esposo se volvió a casar con alguien de la edad de su hija. Ya tiene una nueva familia, y decidió casar a la niña con uno de sus empleados. Ella ahora vive como si fuera la sirvienta en la casa donde creció. Anushka está con su madre, una mujer ciega. Viven del poco dinero que les puedo mandar. Naturalmente yo tuve que dejar el puesto y salir sin recomendación alguna.
El hombre empezó a tomar el té a sorbos. ¿Cómo era posible que ese hombre tan bien vestido hiciera alarde de tener poco dinero? Pareció adivinar lo que pensaba.
–Muchas gracias por escucharme. Ahora debe irse o perderá el tren que, como sospechaba, querido amigo, partirá a la hora anunciada.
–¿Y usted?
–Yo he decidido nunca más subirme a uno.
Faltaban cinco minutos para las seis. Corrí a la estación y encontré el tren, que ya tocaba el último silbato. No me molesté en buscar al coolie con mi maleta, pues entendí que no estaría. ~
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ANA LAURA MAGIS WEINBERG es lectora, traductora, y escritora. Estudió Letras Inglesas en la UNAM y fue becaria en el área de narrativa de la Fundación para las Letras Mexicanas. Sus traducciones y cuentos han aparecido en publicaciones como Punto de partida, Hermano Cerdo, Cuadrivio y la Revista Fundación. La pueden encontrar en
<http://lauramagis.wordpress.com>.