Hace cien años este mes, los europeos se encontraron en el inicio de un conflicto que cambiaría la historia del continente: la Primera Guerra Mundial. Cuando se acabó, en 1918, las monarquías de Alemania y Rusia habían caído, los Imperios Otomano y Austrohúngaro habían desaparecido, y Estados Unidos se había anunciado como una potencia mundial. Los supuestos ganadores en Francia e Inglaterra, que perdieron la mayor parte de una generación, renunciaron a cualquier apetito bélico. Es decir, todo cambió, y para siempre.
Si bien los conflictos más recordados del siglo XX son la Guerra Fría y la Segunda Guerra Mundial, la Primera Guerra Mundial sigue siendo fundamental, un tema de alto interés hoy en día para historiadores y periodistas, funcionarios y teóricos de relaciones internacionales.
La relevancia actual de un conflicto de hace cien años se debe a varios factores. Primero, el nivel de destrucción fue espantoso, sobre todo en la pérdida de la vida humana. La Primera Guerra ofreció una vista previa de los horrores que vendrían 25 años más tarde, con 17 millones de muertos, 7 millones de ellos civiles. Se ha dicho que es la primera guerra industrializada, en la que se usaban varias armas —tanques, aviones, gas mostaza— que casi no se habían visto antes. Muchas de las matanzas se debían a los asaltos frontales de la infantería contra posiciones defensivas protegidas por metralletas, cosa que condenaba a la muerte a millares de soldados cuando se lanzaban contra armas modernas.
La Primera Guerra Mundial también se destaca como un ejemplo de los riesgos de la arrogancia en las relaciones internacionales. Las tensiones que estallaron en agosto de 1914 iban creciendo desde hacía décadas, pero nadie en el momento pensó que una guerra larga y destructiva fuera posible. Muchos intelectuales prominentes del momento —sobre todo Norman Angell— pensaron que los vínculos económicos entre los poderes principales de Europa imposibilitaba una guerra duradera. Los líderes militares estaban convencidos de que sus planes traerían un triunfo inmediato. Los líderes políticos contaban con cuantiosas alianzas militares, concretadas durante los últimos años del siglo XIX, para desalentar a sus rivales.
Sin embargo, todos los optimistas fueron trágica y terriblemente desmentidos. El sistema de alianzas se construyó para ser una garantía de paz, pero en realidad obligó a los rivales más potentes a intervenir en pequeñas disputas que mejor hubiera sido que ignoraran. Gracias a un asesinato en un rincón aislado de Europa, lejos del corazón del continente, los principales países de la región desataron una matanza jamás antes vista. Nadie quería ni esperaba una guerra tan terrible, pero la arrogancia de los protagonistas provocó una serie de escaladas mutuas que destruyó el continente.
Además, la Primera Guerra Mundial es relevante porque marcó el fin del sistema mundial que había guiado las relaciones en Europa —y, por lo tanto, en muchas partes del mundo— desde la caída de Napoleón. Las monarquías conservadoras perdieron su legitimidad, si no sus reinos enteritos. En todo caso, los sistemas políticos tenían que abrirse a escuchar más voces de más clases económicas, cosa que creó el espacio para el comunismo y el fascismo. Tardaría casi lo que restaba del siglo XX para poner fin a este debate que se abrió con la Primera Guerra Mundial.
Las referencias a esta conflagración han aparecido a menudo este verano, obviamente por el centenario, pero también porque hay ciertos aspectos en que las relaciones internacionales hoy en día se parecen a la situación hace un siglo. Hay amplios ejemplos actuales de líderes arrogantes subestimando los riesgos de sus acciones. Y gracias al expansionismo ruso en Europa Oriental, la alianza formal más importante hoy en día, OTAN, no parece una garantía de paz sino una posible provocación de una guerra mayor.
Pero quizá la conexión más relevante es que estamos en un momento en que las instituciones internacionales no son capaces de lidiar con los problemas que enfrentan. El sistema internacional que se erigió después de la Segunda Guerra Mundial no ha sido capaz de lidiar con el problema principal de esta época, que es el cambio climático. Falta ver si puede acomodar una China en alza, o un Estados Unidos cuya influencia relativa está disminuyendo mientras las expectativas de liderazgo siguen como siempre.
Son muchos retos fundamentales. La inhabilidad de la versión actual del sistema internacional habla de la necesidad de una evolución pronto. Una guerra mundial es un escenario casi imposible, pero lo de arriba suena a 1914.