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¿Qué significa ser católico y ciudadano mexicano en 2014?
Creer En México | Este País | Ricardo Pozas Horcasitas | 01.05.2014 | 1 Comentario

*La siguiente reflexión —junto con las que tras ella presentaremos mes a mes como parte de una serie— está cimentada en la Encuesta Nacional de Cultura y Práctica Religiosa “Creer en México”. Por el número y tipo de entrevistas realizadas (4 mil 313 entrevistas cara a cara en hogares de todo el país), por la segmentación de la muestra y por su nivel de confianza (95%), se trata de una investigación sin precedentes en América Latina. Este inusual y trascendente ejercicio, realizado por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc) con apoyo de Ipsos Bimsa, ha llamado poderosamente la atención tanto de las Iglesias en México como de la comunidad de científicos sociales. Para unos ha significado una oportunidad de conocerse y valorar la disciplina sociológica; para los otros, el reconocimiento de que la fe, asépticamente evadida por muchos, es una dimensión imprescindible del carácter nacional. Más allá de ello, en este material —que Este País pone ahora en manos de pensadores fundamentales, creyentes y no creyentes— ha alimentado ya diálogos entusiastas, fructíferos e improbables como los que esperamos provocar desde ahora.  Eduardo Garza Cuéllar

¿Qué peso tiene la práctica o la ausencia de una religión en la vida personal y pública de los mexicanos? ¿Quién es Dios para ellos? En el siguiente texto, el autor analiza los resultados de la Encuesta Creer en México para ofrecernos un panorama de valores y simbolizaciones religiosas comunes en la diversidad y riqueza de nuestra cultura.

©iStockphoto.com/©mstay

Yo, como todo lector de esta encuesta, como todo aquel que vuelve al mundo de lo religioso, de lo simbólico y de lo subjetivo, entro a un universo compuesto por la fe y la duda, términos de la vida que están en la base de la moral y la conducta ética de las personas, absolutos que se traman en la psicología individual del católico entrevistado. Se trata de un individuo en cuyas respuestas sobre lo sagrado, la fe y la Iglesia está también la palabra sobre Dios, e incluso en el ejercicio de objetividad calculada de una encuesta, el encuestador tiene frente a sí el problema fundamental del significado de la palabra (el verbo) y su densidad simbólica en la religión católica —como lo muestra la confesión, que es la relación con Dios mediada por el hombre.

Yo leí la encuesta con lo que soy y conozco: con todas las contradicciones que como humano siento ante Dios. Lo que está aquí es mi lectura, como una más de las posibles lecturas, con toda la densidad emotiva que implica hablar de religión y de política. En el diálogo que mi lectura establece con aquellos que responden a las preguntas se construyó el presente texto.

 

La encuesta

 

La riqueza de la encuesta está más allá de lo que su título enuncia: Encuesta Nacional de Cultura y Práctica Religiosa “Creer en México”. El 86% dice pertenecer a una religión, de manera espontánea —sin cálculos. El 92% se declaró católico. Por paradójico que parezca, y según los propios encuestados, esto no significa creer en Dios (ver la primera imagen).

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La paradoja de esta historia, que no de la fe religiosa, es que el 1% de los que se declararon religiosos no cree en ningún Dios, contradicción en los términos que los encuestadores resolvieron excluyéndolos de la encuesta.

Según los resultados de los entrevistados, esta podría ser una encuesta sobre “la cultura y los valores católicos en México, aunque su diseño y metodología buscaron la diversidad de la cultura y la práctica religiosa en México. El no ser católico no significa que no se cree en Dios, ahí están las múltiples sectas protestantes y grupos religiosos contemporáneos que existen en México”.

La diversidad está ahí, en los variados contenidos sincréticos de la cultura católica de los mexicanos, de sus numerosas prácticas religiosas y sus practicantes concretos.

Muchos de nuestros contemporáneos y muchas de sus prácticas religiosas podrían ser calificadas, como ya lo fueron en el pasado, de paganas y herejes. Estas prácticas van desde la idolatría indígena entre los Chamulas de Chiapas, hasta las limpias en cualquier local adaptado para tal fin en una colonia de la Ciudad de México. Estas prácticas “paganas” tienen personajes históricos tan famosos como la fe depositada en ellos por su capacidad de “curar”. Tal fue el caso de los curanderos, como el niño Fidencio —que dicen que hasta el jacobino e incrédulo de Plutarco Elías Calles lo fue a ver—, como María Sabina en Oaxaca o El manito, famoso curandero del estado de Jalisco en los años noventa del siglo pasado. Estas prácticas no significan dejar de ser católico, ni traicionar a Dios, y generalmente son tomadas como una cura alternativa a la alopatía o la homeopatía.

La religión católica y los católicos constituyen la matriz múltiple y compleja de la cultura occidental, su identidad está en la sustancia de la fe: en Dios, dogma que es compartido por la mayoría, generador de comunidad y reconocimiento mutuo. El 90% de los entrevistados —católicos o no— cree en Dios. ¡Solo el 9% no! (Ver la segunda imagen.)

A la pregunta de “¿Quién es Dios para usted?”, la mayoría (50%) contestó: “Un ser superior al que se acude siempre” y “en momentos difíciles de sufrimiento” (70%) (los católicos). La religión es fe que se comparte, esperanza que se aprende en la adversidad de los que nos rodean, es materia de la socialización dada en la familia y ejemplo que se asimila en la casa junto con los padres para enfrentar el sufrimiento con la certeza en Dios. La religión es un aprendizaje del manejo de las emociones: en la adversidad se pide y en la alegría se da gracias.

En la convicción general, Dios es un ser superior y está por encima de todos y de la diversidad de las subculturas religiosas y de las prácticas particulares: tanto individuales como colectivas.

La creencia en Dios es la sustancia de la cultura católica y religiosa: lo que da unidad y sentido a esa diversidad de sus posibles prácticas. Es esta unidad de lo diverso lo que fundamenta la tolerancia entre los creyentes católicos. El catolicismo es dominante porque es diverso y los individuos que lo practican son tolerantes con los otros con los que comparten la religión.

 

Cultura

 

El problema central de la cultura católica está en los contenidos de las creencias de los practicantes y en cómo estas no son excluyentes sino coexistentes. Esta coexistencia de creencias religiosas da origen a una amplia tolerancia con las normas institucionales de la religión católica, frente a los preceptos y los discursos dados por la institución eclesiástica en coexistencia y con las reglas del Estado laico de derecho en la sociedad moderna, matriz que forma el otro sustrato cultural de los mexicanos. En la relación entre Iglesia y Estado se dan las prácticas religiosas y ciudadanas que representan el contenido de la acción individual y colectiva en el mundo nacional.

La cultura católica es mestiza (como resultado de la amalgama de diferentes subculturas) y es la matriz que estructura los valores con los que se juzga y actúa. Esta cultura católica es socialmente tolerante y, al mismo tiempo, está diferenciada de la institución y jerarquía eclesiástica que la dirige.

Los riesgos para la Iglesia con una cultura católica sincrética y siempre en movimiento son la distancia de los creyentes católicos frente a la institución y la diferenciación social de estos frente a sus autoridades.

Los encuestados nos dicen que asisten poco a la Iglesia. La mitad asiste entre 1 y 10 veces al año. La mayoría de los entrevistados opina que la misión de la Iglesia católica (p. 18) es “dar a conocer la palabra de Dios” (22%) y uno de los problemas que ayuda a resolver es “mantener la fe” (segundo lugar, 7%). Esta respuesta es clara: en la incertidumbre contemporánea, la petición de los católicos a su Iglesia es la confirmación institucional de la fe.

Para los entrevistados el primer problema que la Iglesia católica tiene que ayudar a resolver es “apoyar a la gente pobre” (12%). Para los católicos mexicanos la Iglesia sigue siendo la institución para los pobres, misión con la que surge en el mundo occidental y se mantiene en el imaginario católico hasta la fecha. En este sentido, la encuesta nos muestra el problema del mundo contemporáneo: el desamparo de los pobres en México y en el mundo y la necesidad de pedir a las instituciones religiosas ayuda material y fe.

Los distintos territorios y espacios sociales en los que se aplicó la encuesta a 4 mil 313 adultos en cinco regiones del país, con características urbanas, rurales y étnicas diferentes, forman el sustrato multicultural de los entrevistados y el contenido polisémico sobre el que se edifica la cultura religiosa en México.

 

La riqueza de la Encuesta

 

Una de las riquezas de la Encuesta es que, a través de las respuestas, los entrevistados entraran en contradicción. La religión como convicción, como construcción racional y como vivencia emocional no la ejercen los creyentes a través de opiniones uniformes y monolíticas, siempre hay contradicciones.

Lo que la lectura de la Encuesta nos deja como saldo es la convicción de la flexibilidad y la tolerancia religiosa de los mexicanos: para la mayoría (42%) “es importante creer, pero cada persona puede decidir libremente qué es lo que practica” (p. 41); es claro que para nosotros, los de la cultura católica mexicana, la diversidad de las prácticas religiosas no niega la fe.

Si la religión forma la matriz de nuestros valores y da sentido a nuestra moral pública y a los contenidos de nuestra ética personal, no resulta temerario pensar que esa tolerancia, tan nuestra, tan sincrética, tiene un sustrato religioso y una aceptación de la diversidad de sus prácticas, que aparecen definidas y aceptadas bajo el mismo nombre: catolicismo.

Solo los no católicos piensan, en un 51%, que se “debe creer y practicar al pie de la letra lo que mi religión dice”. Seguramente son protestantes (p. 41).

Esta diversidad en el mundo de los católicos se resuelve en los acuerdos consigo mismos, tanto de los individuos como de los grupos sociales y frente a las principales instituciones modernas: la familia, la Iglesia y el Estado.

Abordaré de manera sucinta dos temas de la Encuesta que nos estimulan a pensar sobre la sociedad y sus instituciones: la familia como la institución base y la confianza en los individuos e instituciones políticas.

 

La familia

 

Lo primero que quiero abordar es la relación de los entrevistados con los valores de la familia. La importancia es clara, la familia es el ámbito primigenio de la socialización humana y de la socialización religiosa. A la pregunta (p. 57) “¿Quién ha influido más a través de los años de su vida como católico y en la práctica religiosa?”, la mayoría de los católicos (63%), los cristianos no católicos (62%) y los no cristianos (46%) contestó: la familia y los amigos.

A tener una religión se aprende no solo con el discurso sino con las prácticas familiares: en los ejemplos y en la diversidad de sus contenidos. La familia es el ámbito institucional de la sociedad en donde se aprende, a través de la ética privada, la relación con la moral pública.

El catolicismo es una religión que socializa a través de prácticas individuales, es la primera religión universal porque es personal y no de un solo pueblo. La religión católica se sanciona en ritos y el rito se confirma en ceremonias (somos ceremonia, diría Michel de Montaigne) y la condición de adulto católico se consuma en el matrimonio y el matrimonio en la boda religiosa.

Del total de los entrevistados, más de la mitad, el 59%, se casó por lo civil y por la Iglesia; únicamente el 6% se casó solo por la iglesia. Del total de los entrevistados, el 95% (p. 57) afirmó que su actual matrimonio era el primero. “Casado solo una vez”, no hay nada más católico que esta aseveración. En la cultura nacional el matrimonio conserva un sustrato mítico que le viene de lo sagrado, que a su vez proviene del catolicismo.

La cultura católica mexicana ha amalgamado lo jurídico moderno del matrimonio, como contrato civil, con la tradición religiosa católica de ser un acto único de unión de un hombre y una mujer ante Dios. Esto está en el sustrato de la cultura y en la concepción de la familia.

Parte de la cultura tradicional mexicana es no anular el matrimonio. A la pregunta de si trató de anular su matrimonio, el 69% respondió que no (p. 7). La no anulación no implica que la pareja permanezca siempre en el matrimonio y que no tenga “otra u otras familias”. Los datos de la familia monoparental femenina son un referente de esta forma de relación de pareja y de familia en México.

La percepción de la ley civil es tamizada por los valores católicos de la permanencia del matrimonio. Del conjunto de los entrevistados y probablemente del conjunto de los mexicanos (p. 30), el 55% considera que tener varias parejas sexuales es algo completamente inaceptable y solo el 9% considera que es algo que se puede aceptar.

Este dato muestra que el valor católico de la fidelidad es ampliamente aceptado, conocido y no negado en la respuesta de una entrevista, es un deber ser. Aunque la sexualidad sea más libre y abierta. La pregunta es: ¿cuál es el status contemporáneo de la infidelidad?

Dado el nivel de crisis en las instituciones básicas de la sociedad contemporánea, creo que un tema central al que la Encuesta nos lleva es la necesidad de una amplia encuesta e investigación sobre la familia católica en México. Tomo crisis en el sentido primigenio del término: tiempo de decisiones. El Imdosoc es la institución que ha probado tener las cualidades científicas y la autoridad moral para hacerla.

De manera muy sucinta, termino con un repaso de las respuestas sobre los cargos electos.

 

Un posible epílogo

 

La desconfianza es la sustancia de lo incierto y las sociedades son ingobernables en la zozobra. Cuando el Estado carece de recursos para fijar las reglas de conducta posible de los individuos y en la sociedad se han desdibujado las normas que le dan sentido y cohesión a las costumbres, las colectividades se anegan en lo anómico, término de la teología católica (ho anthropos tes animias; literal: “el hombre de la ausencia de ley”, en la Vulgata), categoría resignificada por Émile Durkheim, quien es uno de los fundadores de la sociología, una disciplina moderna del conocimiento social.

En los albores del siglo XVI, Nicolás Maquiavelo se preguntó, en el prólogo de la Historia de Florencia: “Cómo crear un Estado en esta sociedad tan corrompida y, por lo tanto, tan desconfiada”. La corrupción desbordada y socialmente aceptada como conducta inerradicable genera la inseguridad generalizada y rompe la condición necesaria de confianza en la acción colectiva que toda sociedad requiere para reproducirse.

He aquí mi lectura de la página 17 de la Encuesta, titulada: “Confianza en instituciones y personas”.

A la pregunta “¿Qué tanta confianza tiene en esa institución o persona?”, el 47% de los encuestados (tanto de católicos como no católicos) contestó que la confianza en la Iglesia es importante. Los encuestados le tienen confianza a la Iglesia, solo por debajo de la Marina y el Ejército. Esta actitud colectiva de confianza hacia la Iglesia es significativa y no equivale ni es comparable con la confianza hacia las dos instituciones armadas, que se diferencian por la condición existente de guerra entre grupos de delincuentes y por la violencia armada en la que vive el país. En la actual situación, la seguridad física y la supervivencia dependen de la protección de los que tienen armas para defender a los ciudadanos del crimen organizado y la violencia con la que operan. La iglesia, en cambio, posee recursos simbólicos que dan, desde su origen en el siglo IV d. C., esperanza frente a la muerte.

Pero los datos más significativos son la poca confianza que los creyentes mexicanos le tienen a los políticos electos para los cargos del gobierno del Estado. Piénsense en el proceso de deterioro que ha sufrido la confianza en la política en México, cuando hace 20 años, en la crisis de 1994 —la más seria de las fracturas políticas de la segunda mitad del siglo XX en México—, la democratización y la ciudadanización de la autoridad electoral apareció ante los mexicanos como la posibilidad de estabilidad política y paz social, elementos construidos con base en la convicción de la autonomía y la imparcialidad de la autoridad del Estado (IFE). Veinte años después la imparcialidad no existe en la opinión pública como elemento distintivo de la autoridad electoral y la violencia social y política desmoronan la confianza.

El presidente se encuentra en el octavo lugar (por debajo de Televisa) y solo el 36% de los entrevistados le tiene confianza. En el extremo, el 1% declaró no conocerlo.

Este dato es significativo si uno hace el recuento del siglo XX mexicano, que fue el siglo del presidencialismo en nuestro país. Hubo quienes pensaron que el retorno del PRI a la presidencia era una restauración, pero todavía hay mucho que restaurar, sobre todo la confianza perdida en los políticos y las instituciones públicas. La sociedad es otra y aún no tiene expresión social orgánica consistente en los partidos políticos existentes. Hay una falta de representatividad e identidad de los partidos que aumenta las posibilidades de la violencia como acción política y amenaza con el distanciamiento frente a su función ciudadanizadora.

En el trayecto de la caída de la confianza están los senadores, en el décimo sexto lugar y con una confianza de solo el 15% de los entrevistados, y con el 4% que declara que no conoce lo que son. Los senadores de la república están por debajo del sindicato de maestros en el momento de la Encuesta, aún bajo la influencia del liderazgo de Elba Esther Gordillo —personaje de la política nacional que logró condensar en su persona todos los vicios de la política nacional, cuya condición devaluada ha sido reiterada cotidianamente por la prensa nacional y por las redes sociales.

A los presidentes municipales y delegados que están en el décimo lugar les tiene confianza un 23%, y a los gobernadores y el jefe de gobierno solo el 20 por ciento.

Abajo, pero muy abajo, en el último lugar, están los diputados; solo el 12% de los encuestados les tiene confianza y el 3% ni siquiera sabe para qué ni quiénes son.

¿Frente a qué estamos? ¿Qué pasó con la democracia y la reacreditación del régimen político y el sistema de partidos, si a sus más importantes representantes —los representantes de la sociedad en el Estado— no se les tiene confianza, que es la materia prima de la calidad política de la representación social?

Uno de los problemas centrales, que marcan los límites de los gobiernos, es la autorreferencialidad de sus políticos, de los individuos y los grupos que forman las coaliciones gobernantes, y la incapacidad que tienen estas de romper el cerco tendido por la maraña cortesana y la cultura patrimonial que la sustenta. El diálogo entre los ciudadanos que representan y los que son representados es condición esencial de la democracia moderna, es la sustancia de la representación política de la sociedad en el Estado.

La autorreferencialidad es una forma de negación y una manera perversa —en el sentido sociológico del término— de creer que los problemas sociales se resuelven negándolos y convenciéndose solo entre aquellos que toman las decisiones, por y para los otros. Aquí, la frase de Octavio Paz es contundente: “En México —cito de memoria— una manera de resolver los problemas es negarlos”.

Una última propuesta: la riqueza de la página 17 —como de todas las de esta encuesta— nos permite plantearnos la necesidad de una pregunta sobre el escenario por venir.

En este nivel de desconfianza nacional en los políticos y en las instituciones representativas, ¿cómo ven —los católicos y no católicos— el futuro de la sociedad mexicana y de los gobiernos? Es preciso preguntarles: ¿qué es aquello que producirá la nueva confianza social en la política y los políticos? Y en este proceso de construcción de certeza, ¿qué papel jugarán la Iglesia y la autoridad católica que aún es depositaria de confianza en este descrédito generalizado de las instituciones políticas y civiles?

_______

RICARDO POZAS HORCASITAS es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

Una respuesta para “¿Qué significa ser católico y ciudadano mexicano en 2014?
  1. Cristel Rojas dice:

    C. RICARDO POZAS HORCASITAS

    Hola

    Me parece sumamente interesante cómo plantea cada punto del tema. Considero que esta encuesta nos brinda un panorama antes desconocido sobre la percepción de la religión en México y de las posibles áreas de oportunidad que esto puede implicar.

    Actualmente me encuentro realizando la tesis de Maestría en Diseño Editorial por la Universidad de LaSalle Bajío y realizando investigación sobre el tema de la percepción de la religión en México, ambas áreas apasionantes para mi.

    Como colegas en la investigación y difusión de la información, me pregunto si Usted tendrá un ejemplar digital en formato .pdf de esta encuesta que me pueda proporcionar, puesto que la página de IMDOSOC ha deshabilitado los links hacia la página de la encuesta. Cuento con el importante respaldo de su artículo aquí publicado, sin embargo, como bien sabe, la fuente bibliográfica de origen es fundamental. Me atrevo a hacerle tal petición por el análisis tan completo que ha mostrado y por que como investigadores, tengo la firme convicción de que la libre difusión de información es importante para el desarrollo de la investigación.

    Agradezco de antemano su consideración a mi osada petición. Que tenga Usted un muy buen día.

    Atte.
    MDE. Cristel Rojas Acosta
    [email protected]

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