Estamos viviendo ya el evento deportivo más esperado, tal vez el más visto y comentado: la Copa Mundial de Futbol Brasil 2014. Nuestra atención está puesta en las jugadas, los equipos, su desempeño, y quizás es imposible no enterarnos de cómo se reflejarán los resultados en el orgullo nacional de los países contrincantes, en especial en el del nuestro. Sin lugar a dudas, somos testigos de distintas muestras de nacionalismo exacerbado: los himnos cobran un papel preponderante, al igual que las banderas que los aficionados ondean en las tribunas y toda la parafernalia. No solo están en juego las posiciones en la tabla, sino también el “prestigio” de las naciones contendientes. El futbol se ha politizado a tal punto que, por ejemplo, se llama “guerra de las Malvinas” al partido entre Inglaterra y Argentina. Es un acontecimiento en el que se conjuntan toda clase de emociones, posturas políticas, preferencias deportivas, sentimientos nacionales, circunstancias económicas y hasta creencias religiosas: se prenden veladoras, se acude a la iglesia llevando a “niños dioses” vestidos con la camiseta del equipo nacional y, en la cancha, muchos jugadores se hincan a rezar antes del juego o tras una anotación.
A mí me gusta mucho el futbol. Confieso que no tanto como el beisbol, quizá porque, a diferencia de este, aquel nunca lo practiqué. No obstante, por circunstancias de la vida, he tenido mucho más contacto con el futbol. Mi trabajo en la Universidad Nacional Autónoma de México me ha permitido, en alguna ocasión, estar cerca de los Pumas; además, fui la primera mujer que formó parte del consejo técnico deportivo del equipo, en un intento muy claro de la Universidad de reconocer el gusto de las mujeres por el futbol. Tuve la oportunidad de tratar a destacados futbolistas y técnicos como Joaquín Beltrán, Hernán Cabalceta, Enrique Borja, Aarón Padilla, Hugo Sánchez y Luis Regueiro, todos grandes jugadores. De ellos aprendí muchas cosas que me permitieron entender el juego más a fondo.
Cuando hay una fiesta deportiva como la del futbol me pregunto: ¿por qué gusta tanto ese juego en todo el mundo?, ¿por qué despierta tantas pasiones en todas las latitudes? Creo que hay varias razones. En primer lugar, se trata de un deporte cuya práctica es relativamente accesible y barata, a diferencia del beisbol o del americano; solo hacen falta unos shorts, una playera, zapatos adecuados y un balón. Una portería puede “armarse” poniendo dos piedras, unos travesaños, en fin, de mil maneras: cualquier terreno es, en potencia, una cancha de juego.
En segundo lugar, el futbol es, aparentemente, un juego sencillo. Digo que es sencillo porque pegarle con el pie a una pelota no parece nada del otro mundo. También es sumamente ágil. En el futbol es fácil ver a los jugadores moviéndose durante prácticamente los 90 minutos y todo el mundo entiende que, en última instancia, lo que hay que aplaudir es el gol. Cualquiera puede emocionarse sin necesidad de saber si es mejor una estrategia de 3-3-4, una de 3-5-2, una de 4-4-2 o una de 4-2-3-1. Para disfrutar de un partido tampoco hace falta saber lo que es una triangulación o un movimiento por las laterales. Y entender el fuera de lugar no es nada complicado —aunque a veces parezca que ni los propios jueces de línea lo entienden, como hemos visto.
En tercer lugar, es un deporte en el que no suele haber un número importante de interrupciones. El futbol solo se suspende durante 15 minutos para marcar el medio tiempo, después de haber disfrutado casi siempre de forma continua los primeros 45 minutos, más la compensación. Por lo general, podemos calcular lo que durará un juego: 90 minutos, más 15 de descanso. Algunos juegos se prolongan cuando no pueden terminar en empate; en tales casos, hay periodos extra o se deciden en series de penales. Es previsible calcular que nunca estaremos más de tres horas en un estadio por un partido de futbol.
Indagando sobre los juegos más largos en la historia del futbol profesional, no logré encontrar ningún registro que causara sorpresa. Esto no sucede en otros deportes; por ejemplo, en Wimbledon existe una placa alusiva a la partida de tenis entre Nicolas Mahut y John Isner, quienes, en 2010, en el quinto set, llegaron a un marcador de 70-68. En beisbol, en 1910, los Dodgers de Brooklyn y los Bravos de Boston disputaron 26 entradas y el juego no pudo concluir porque entonces los estadios carecían de iluminación artificial. Estos casos marcaron un récord, pero no es raro asistir a una partida de tenis que dure seis horas o a un juego de beisbol que se prolongue 14 entradas.
Podría seguir hablando de las virtudes del futbol, pero insistiré solamente en que, de los momentos deportivos, sin duda el más bello es el de la jugada de gol. Difícilmente puedo imaginar en otro juego un instante como aquel en el que la pelota entra a la portería o golpea la red. Ciertos goles se graban para siempre en la memoria y pueden ser tema de charlas domingueras toda la vida. Cómo olvidar el gol del malogrado y brillante jugador inglés Paul Gascoigne en el juego entre Inglaterra y Escocia en la Eurocopa de 1996. Cómo no tener en la mente algunas de las genialidades de Pelé, Maradona, Zidane; las chilenas de Hugo Sánchez; los avances y las definiciones de Messi, por citar algunos ejemplos.
Pero a pesar de todos los comentarios positivos que podemos hacer sobre el futbol, ahora que se celebra el Mundial creo necesario traer a colación también algunos aspectos no muy gratos que sin duda nos está tocando presenciar y que en realidad deberían eliminarse. El primero es la comercialización del deporte que, si bien no es privativa del futbol, sí se ha exagerado en él. Algunos recuerdan con añoranza “cuando solo era un juego”. Ahora difícilmente se puede negar que es un gran negocio, a veces descarado.
El segundo es la negativa por parte de la FIFA de aprovechar la tecnología existente para poder revisar las jugadas y decidir qué se debe marcar. Otros deportes la han adoptado con mucho éxito; hacerlo sin duda propiciaría un desempeño más certero de los árbitros y garantizaría su imparcialidad. No tiene caso mencionar cuántas veces hemos sido testigos de jugadas mal marcadas, sanciones no aplicadas o injustas.
El tercer problema es el de los rasgos de misoginia que acompañan al futbol, y en especial al Mundial. Para empezar, se suele considerar que se trata de un deporte de hombres que juegan en la cancha para deleite de otros hombres que los ven en los estadios o por televisión. Se asume que a las mujeres no les gusta el futbol y que, por tanto, en el seno de esta contienda deportiva solo pueden cumplir una de dos posiciones. O son las “sumisas”: esposas, novias o hijas que se sacrifican viendo los partidos en silencio porque “no saben de futbol” y cuyo papel se reduce a acompañar y atender a los señores llevándoles cervezas o botanas, aguantando a los amigos con la consigna clara de que no deben estorbar; o son “fetiches”: mujeres bonitas que acuden a los estadios o salen en la televisión con poca ropa, hermosas cabelleras largas, minifaldas y grandes escotes pero con poco conocimiento del juego. Recordemos, por ejemplo, el impacto que causó en el Mundial de México 86 Mar Castro, la celebrada “Chiquitibum”, que con alegría movía los senos de una manera voluptuosa y talentosa. Curiosamente, a pesar de sus movimientos, la marca de la cerveza que la patrocinaba nunca quedaba oculta. Estas mujeres aparecen en la prensa, en anuncios comerciales, entre el público y, a veces, en la cancha, haciendo alguna entrevista.
Si bien se reconoce que cada vez hay más mujeres que juegan futbol y que ya hay una selección nacional femenil, aunque “no profesional”, seguimos viviendo una situación que describió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, obra que, a pesar de haber sido escrita hace muchos años, todavía tiene vigencia. Para la escritora francesa, la femineidad es un rasgo que se desarrolla desde los primeros años de vida de la mujer, pero nos advierte, con toda razón, que no es una circunstancia biológica, sino impuesta por la sociedad y la cultura. Las niñas deben jugar con muñecas para empezar a desarrollar los sentimientos maternos que años después transmitirán a sus hijas. A la mujer se le enseña que es necesario agradar y, para hacerlo, debe renunciar a su autonomía y a su libertad y convertirse en objeto. La mujer “sumisa” se vuelve una sombra. Por otro lado, la mujer fetiche se convierte en símbolo sexual, a la que los hombres desean para un propósito muy determinado. Por su parte, nos dice De Beauvoir, los hombres toman su cuerpo para dominar la naturaleza, se enorgullecen tanto de sus músculos como de su sexo; a través de juegos, deportes, luchas, desafíos, construyen su masculinidad. Los niños juegan con pelotas y compiten entre sí; comienzan a despreciar el dolor y a rechazar las lágrimas. Los hombres no suelen llorar y menos en los deportes. Las mujeres pueden llorar lo que quieran, para eso existen los melodramas. Pero este no es un rasgo biológico: es una imposición cultural y social. Por ello, el pensamiento feminista ha insistido en la diferencia entre sexo y género: el primero atañe a las características biológicas; el segundo a cómo se percibe a hombres y mujeres en una sociedad.
El feminismo ha ganado varias batallas pero si examinamos las campañas publicitarias alusivas al campeonato mundial nos daremos cuenta de que ha sido derrotado en otras y una de ellas es precisamente la del contexto del futbol.
Ya estamos en el Mundial, ¡qué bueno! Veremos muchos juegos. Solo quiero insistir en algo: a las mujeres nos gusta mucho el futbol y sabemos de qué se trata. Habrá algunas a las que no, pero tampoco a todos los hombres les gusta. Ojalá que los dueños de las televisoras, de las empresas de publicidad, de los periódicos, etcétera, propicien una nueva actitud hacia el género femenino, de trato igualitario y sobre todo respetuoso. No somos sumisas ni fetiches, y sí a veces grandes aficionadas a este juego y con buen conocimiento de él. Bienvenido Brasil 2014, sigamos disfrutándolo todos juntos y exijamos el respeto que las mujeres nos merecemos.
Sumisas o fetiches son las mujeres perfectas para los mediocres que se escudan en la misoginia para ocultar su terrible miedo a la mujer inteligente que si
además es guapa pues los mata. Bien escrito Paulette