Para Martha, Mónica y Matías
El conocido dicho popular para preservar la integridad física y mostrar la civilidad urbana a la que se aspira en las clases medias, está incompleto, o al menos, desactualizado. En este nuevo contexto donde todo mundo emite opiniones en las plataformas virtuales, debería decir: “En la mesa (red) no se discute de política, ni de futbol, ni de religión…ni de lactancia materna. Si se hace, aténgase a las consecuencias.”
En días pasados el Gobierno del Distrito Federal lanzó una campaña para promover la lactancia que causó una gran polémica en las redes sociales, más de un enfrentamiento violento en las mismas e inclusive una queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Pocas veces he recibido tantos insultos en mis redes sociales (feminazi, hipster–condechi-individualista, ni hijos tienes, reaccionaria, ignorante, radical, entre otros varios y pintorescos) como cuando emití mis opiniones sobre lo que considero una imposición a las mujeres: la (casi) obligatoriedad de la lactancia. Claro que no nos ponen un arma en la cabeza para que alimentemos a nuestros hijos con leche materna. Sin embargo, existe un discurso social legitimado y que pocas veces se cuestiona, que suele etiquetar a las mujeres que deciden no amamantar a sus crías, como madres a “las que no les importa la nutrición de sus hijos” o al menos no les importa lo suficiente. Este es un juicio del que ni las que no pueden lactar se salvan porque según las más radicales promotoras de la lactancia materna, que no son todas, pero las hay, “siempre se puede amamantar porque el cuerpo de la mujer está hecho para eso. Sólo es cosa de que sepas hacerlo”. Este discurso es transmitido de generación en generación, reproducido en menor o mayor medida por gran parte de las mujeres de las que una se rodea, hayan lactado o no, y legitimado y sostenido por organizaciones como la famosa (y temida por varias) Liga de la Leche, los medios de comunicación y el estado. No es obligación, cierto, es algo así como cuando ante la solicitud de un permiso en la adolescencia, nuestra madre nos respondía con un “haz lo que quieras” que significaba, “si lo haces, te las verás conmigo”, o sea “no lo hagas”.
Las opiniones violentas en mis redes sociales llegaron de diversos frentes: mujeres madres que ya han amamantado y que están convencidas de que “la fórmula es veneno”, mujeres trans que no entienden “por qué las mujeres biológicas nos negamos a amamantar teniendo senos naturalmente diseñados para esa función”, mujeres no trans que aún no son madres pero que cuando lo sean amamantarán porque “es lo natural”, varones que consideran el cuerpo de la mujer como “sagrado, mágico, único por su capacidad de dar vida”, feministas que “a pesar de serlo promueven y defienden la lactancia como parte del empoderamiento de las mujeres”, personas que decían cosas como: “con todo respeto, si abrieron las piernas, ahora que enfrenten las consecuencias”. Tuve que aclarar con insistencia, como hago ahora, que no estoy en contra de la lactancia, que no se trata de negar sus beneficios, sino de abrirnos a otras posibilidades de prácticas alimentarias, de respetarlas y sobre todo de ampliar la mirada sobre las condiciones reales en las que se promueve la lactancia.
Por supuesto que hubo muchas opiniones que no fueron violentas y que argumentaban su postura a favor de la lactancia y buscaban dialogar sobre ello. Sin embargo, mi interés en el tema se incrementó exponencialmente al observar el revuelo que causaba la campaña y las diversas opiniones sobre ella y sobre la lactancia en general. Definitivamente este interés no es fortuito y nos habla de la sociedad en la que vivimos y la forma en que esta se organiza con base en símbolos y prácticas.
La obligatoriedad de las prácticas sociales se regula por medio de distintos mecanismos que las más de las veces pasan desapercibidos por las personas. Uno de los más eficaces es la culpa, otro, la simplificación de las opciones para decidir algo o ser alguien. Blanco o negro, conmigo o contra mí, hombre o mujer, buena madre o mala madre. Nos enseñan a sentirnos culpables por casi todo: por tomar decisiones, por comportarnos de determinadas formas, por contradecir a nuestros “mayores”, por ser diferentes, por ser felices. Lo aprendemos tan bien que nos es difícil darnos cuenta de que es el “sentimiento de culpa” y no nuestra propia decisión y sus consecuencias lo que nos da vueltas en la cabeza, lo que nos hace sentir incómodas.
En el caso de la campaña del gobierno del Distrito Federal, la frase “No le des la espalda, dale pecho” utiliza la culpa para “promover la lactancia”. El estado lanza una campaña que violenta a algunas mujeres, las que no lactan, para promover una práctica que considera moralmente superior, en este caso, la lactancia (sin mencionar todas las demás mujeres que se sintieron ofendidas por la estética de la campaña). Se desplaza del terreno de la promoción de la salud y la nutrición, que debiera estar fundamentado en investigación científica sólida y actualizada, tanto en el campo médico como en el social, hacia el terreno de la promoción de moralidades que no se basa en otra cosa que opiniones y juicios sin sustento empírico. Detrás de esta intención, se encuentra otra que no deberíamos pasar por alto: la del control del cuerpo de las mujeres y con ello la reproducción de un orden social en donde las mujeres son colocadas en determinados sitios que las vulneran en relación con los varones, debido a su papel de “reproductoras de la especie y madres abnegadas”. Lo que hay detrás es un discurso que contradice aquél que se ha promovido en esta misma ciudad de México en otras discusiones como la del aborto: el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas.
¿Qué porqué abnegadas? Que ahí voy de radical y feminazi, que a ver si ya entiendo que la leche materna es muy superior a la fórmula y es una necedad cuestionar esto. ¡Momento! Detengámonos en la idea de abnegación, definida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como “sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o por altruismo”. En este contexto la abnegación se vuelve una condición necesaria para las madres trabajadoras que deciden dar leche materna a sus hijos. Si no quieren ser juzgadas por ser malas madres tendrán que “sacarse la leche”, empaquetarla, organizarla, preservarla, dejársela a la abuela, suegra, niñera (cuando se puede y se quiere), o si no correr a la guardería para darle la lechita a la criatura (cuando se puede y se quiere), cargar en el rebozo al nuevo ser e instalarlo en la oficina (cuando se puede y se quiere) o de plano dejar de trabajar (cuando se puede y se quiere). Lo cierto es que la abnegación no siempre alcanza, la mayoría de las veces no se puede. Algunas de ellas no se quiere.
¿Por qué? Un dato duro importante en esta discusión es que el porcentaje de mujeres que amamanta a sus hijos es de 14.4%. Osea que tenemos un 85.6% de mujeres que no lo hace.[i] Interpretar de manera simple este dato nos lleva a resultados catastróficos como la campaña mencionada, (realizada por un escritor de sketches cómicos de Televisa, por cierto, y no por especialistas en el tema) que parte de la idea sin fundamento empírico de que las mujeres que no amamantan lo hacen por egoísmo y porque no quieren “perder la línea”. Resulta ser que la realidad social es bastante más compleja que eso. Hay que empezar por pensar en las condiciones estructurales que rodean la vida de las mujeres, de ese 85.6% que no amamanta a sus hijos. Lo más probable es que sus horarios de trabajo no les permitan dar pecho y que las condiciones económicas y sociales que las rodean (imposibilidad de sacarse y guardar la leche, escasa red social, recursos económicos limitados para transportarse, distancias significativamente largas para desplazarse del trabajo al lugar donde se encuentre el niño, reglas que impiden dichos desplazamientos o la presencia de criaturas en los espacios laborales) les impidan dar pecho a sus hijos, aun con toda la abnegación que socialmente se les exige, entendida muchas veces como “instinto maternal” y “capacidad de sacrificio innato”. En estas condiciones el “no quiero” debería de sorprendernos y ofendernos menos de lo que en realidad lo hace. Los varones evidentemente no tienen estos problemas y el estado parece considerar la crianza como una tarea sólo de mujeres. No existe lo que en otros países: una licencia por paternidad-maternidad compartida en donde el padre participa en los primeros meses de vida de la criatura en donde por supuesto se incluye la alimentación, sea esta con leche materna o fórmula. En México tenemos una incapacidad por maternidad que apenas llega a los tres meses, que no necesariamente se otorgan después de que el niño nace. Y un ridículo permiso por paternidad de cinco días, recientemente aprobado. Así que fácil no la tienen las madres lactantes. Ni las no lactantes.
Por cierto, ¿alguien les ha preguntado por qué no lactan? Sí. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012. Las tres razones principales son porque no tuvo leche, estuvo enferma o el bebé no quiso la leche, seguidas de “no me gustó”. Las cuestiones laborales aparecen con un escaso 1.3%, debajo de la favorita del creativo de la campaña “quiero conservar mi figura” con 1.6%. Las cifras más que contundencia sobre las motivaciones, me generan curiosidad sobre la metodología de la encuesta, en particular sobre la forma en que se diseñaron las preguntas y las posibles respuestas, además de la posibilidad de que las mujeres buscaran evitar el estigma de “mala madre” respondiendo con la primera opción de la lista: no tuve leche (o alguna otra). Es por esto que se vuelve prioritario realizar más investigación sobre el tema de la lactancia desde diversas disciplinas y con distintas metodologías. Desde lo social, no se sabe lo suficiente sobre las experiencias de las mujeres tanto con la lactancia, como con la alimentación por fórmula. ¿Cuáles son las experiencias corporales, emocionales, sociales y subjetivas de las madres? ¿De las madres trabajadoras? ¿De qué formas operan las representaciones simbólicas para ordenar las prácticas en torno al ser madre? ¿Cómo se elaboran, transforman y conviven los derechos de las personas, tanto de la mujer que se convierte en madre, como de la persona que nace y se integra a un grupo social?
Por otra parte, si bien los beneficios de la leche materna son innegables, no hay suficiente investigación actualizada sobre las diferencias reales en nutrición entre la leche materna y las distintas fórmulas lácteas. Por lo tanto, la mayoría de los argumentos sólo son opiniones personales y no evidencia empírica sólida que compruebe los beneficios a largo plazo de una sobre otra en la salud de las personas. En este sentido y tomando en cuenta las cifras arrasadoras de mujeres que no amamantan y que por tanto utilizan fórmulas, también habría que hacer investigación científica sobre la calidad de estas últimas y con ello dar seguimiento a la calidad de las fórmulas que el estado otorga a las derechohabientes para que alimenten a sus hijos. Yo no he visto que nadie cuestione esto y se preocupe por la nutrición de estos niños que ya consumen fórmula y que no van a consumir leche materna aunque la Liga de la Leche y sus seguidoras se retuerzan de dolor. Valdría la pena desplazar el dedo que señala a las mujeres que no lactan hacia las instituciones de salud, tanto a nivel estatal como nacional para revisar este punto con seriedad y rigurosidad.
Este texto no pretende ser una discusión que plantee dos posturas opuestas, es decir, a favor y en contra de la lactancia. Pero no se trata de defender la lactancia, porque en mi opinión si algo hay que defender es el derecho a decidir de las mujeres sobre sus propios cuerpos y la crianza de sus hijos, máxime si no existen políticas que faciliten dicha práctica ni promuevan paternidades responsables o co-parentalidades igualitarias. Hemos de defender el derecho a decidir aunque esa decisión no sea la misma que tomaríamos nosotras, aunque no nos guste. ¿Con qué derecho defendemos fervientemente algo que no todas las mujeres desean o pueden tener? ¿Con qué derecho culpamos a las que no lactan? Si el estado o las organizaciones civiles deciden promover la lactancia, adelante, que en condiciones ideales de salud de la madre es un alimento completo, gratuito, y accesible en la medida en que se den las condiciones para ello. Pero que no se haga culpando a quienes no lactan, sino como una más de las opciones que tienen las mujeres para la alimentación de sus hijos.
Mi primer acercamiento al tema de la lactancia en las redes sociales y sus álgidas discusiones fue el provocador y pertinente artículo “Estoy en contra de la lactancia materna” de Beatriz Gimeno. Al leerlo y encontrarme después con los comentarios me sorprendió la reacción más frecuente y violenta, que parecía negar cualquier posibilidad de razón en los argumentos de Gimeno, a pesar de ser clara y contundente en su texto, hablar de amor, vínculos y crianza compartida como características de la alimentación con biberón. Parecía que las lectoras no alcanzaban a leer los argumentos y reaccionaban frente a un dolor o una ofensa muy grande. Ella tuvo que apelar a su propia experiencia como madre ya no sólo en el contenido del texto, sino en los comentarios al mismo. Yo haré algo parecido para concluir este texto: voy a apelar a lo anecdótico con el afán de seguir la tradición de las últimas discusiones virtuales, en donde se intentó deslegitimar mi postura por no ser madre.
En primer lugar diré que conozco casos en donde la alimentación con formula permite la co-responsabilidad de ambos padres o madres (considerando los distintos tipos de parejas posibles hombre-mujer, mujer-mujer u hombre-hombre) en la alimentación y crianza, lo cual me parece afortunado no sólo para la madre, sino para los demás miembros de la familia, incluida la criatura, así como para la sociedad en general. En estos casos el famoso «vínculo exclusivo entre la madre y el hijo por lactancia», se pone en cuestión. En una relación heterosexual, el varón participa en el ritual de la alimentación por medio de la mamila y con ello se permiten y fomentan relaciones más igualitarias en la crianza de los hijos. Qué no transforman todo el sistema desigual, pero contribuyen en algo.
Para finalizar, en cuanto a este vínculo que se dice natural y único de la madre con la criatura por darle de mamar, he de decir que yo no me acuerdo de absolutamente nada que tenga que ver con mi etapa lactante. Mi madre sí, pero ella dice que no es trascendente en su vida y en su relación conmigo. Lo es mucho más mi primera caricia hacia ella, mis carcajadas de bebé, leídas por mi madre como actos de complicidad entre ambas, las cartitas que le escribí en la primaria, mismas que guarda hasta el día de hoy en su cartera, mis logros personales y profesionales, y un sinfín de eventos de los que se siente parte fundamental porque fue la persona que me crió mucho más allá de “darme chichi”. Mi madre me dio pecho durante seis meses, y soy una persona relativamente sana. Pero la salud no dura para siempre y tengo algunos achaques: insomnio por estrés, uso lentes, durante mi infancia me enfermé con frecuencia de las vías respiratorias, me sangraba la nariz, después me pasé las tardes adolescentes comiendo toda clase de comida chatarra a escondidas de mi madre, lo cual me dejó secuelas de gastritis, misma que hasta ahora no me preocupa como para dejar de tomar las grandes dosis de cafeína, limón y sal que supuestamente no debería consumir. Ya ni hablemos de mis años de fumadora activa y pasiva. En mi opinión la salud y la enfermedad son bastante subjetivas y difíciles de medir como para limitarlas a la nutrición en los primeros meses de vida. Son muchos los factores que influyen en la nutrición y salud de las personas.
Sin embargo, es muy probable que cuando yo sea madre, (si es que tengo un hijo biológico porque no es la única opción posible, por fortuna), mi primera opción sea la lactancia. Pero no por ello la consideraré como la única, ni la mejor. Y estoy convencida que no seré una mejor o peor madre por ejercer mi derecho a decidir sobre mi cuerpo, mis emociones y mi felicidad. Seré mejor madre en tanto la criatura tenga las herramientas suficientes (y posibles, porque tampoco es una garantía) para estar sana, ser feliz y plena no sólo durante sus primeros meses de vida, sino cuando sea adulta. El reto, más allá de alimentarla con todos y cada unos de los nutrientes y anticuerpos necesarios para la vida humana, será formarla como una persona respetuosa de la diversidad de formas de vida, de opiniones y de los derechos propios de los demás. Eso pienso ahora, dicen las voces que cuando tenga hijos pensaré distinto. Honestamente, lo dudo. Mientras tanto propongo que se realice investigación seria sobre la lactancia, dado que es un tema que nos atañe a todos y sobre el que todos parecemos tener una opinión válida. Una verdad más que imponer sobre los cuerpos de las mujeres.
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[i] Encuesta Nacional de nutrición y salud 2012.
Tu discurso es claro, tus opiniones muy reveladoras. Me parece que argumentas en contra de la obviedad y la inercia. Las campañas son irremediablemente banales, tu artículo me hace pensar que la política pública en este tema debiera ser mejorar las condiciones laborales de mujeres y hombres para que puedan elegir juntos o por separado lo mejor para sus hijos… Muchas gracias, cambies o no la opinión de otras personas (como lo has hecho con la mía), me parece muy valioso que inicies una discusión en términos distintos.
Ana Paulina,
con el comentario anterior, no tengo problema si me correjis las faltas de idioma ! Al contrario !!!
EXCELENTE el articulo….por fin !!!!
Comparto la idea que «seguramente» la leche materna es lo ideal.Seguramente.mmmmhhh…la forma de comer, alimentarse,fumar,el stress ? que hacemos de so ? No se trata de so.Se trata que no vivimos en un mundo » ideal», para empezar y SOBRE TODO,cuando por fin vamos aceptar que la mujer y la pareja son capacesy LES CORRESPONDE decidir lo mejor por su hijx.Hasta las feministas defienden , y lo comparto, el derecho al aborto, el derecho de la mujer a decidir si mantiene o no un embarazo, pero siguen con cierto » terrorismo de la teta».TOTALMENTE de acuerdo con la idea que el biberon permite introducir mas temprano un tercero en la relacion.AAAAAHHH quizas que es eso que no queremos perder, nuestro pequeño poder sobre nuestrxs hijxs !!!!Ademas con que derecho nos apropiamos del placer de alimentar el bebe, la beba.Cuando por fin vamos entender que lxs hijxs se nutren de leche y de mucho mas que eso, miradas, brazos diferentes, olores,calores, ruidos etc.Felicitaciones, me encanto.Voy a ser abuela por primera vez, mi hija tiene 26 años, y no puede ser que » temble» a la idea de vivir la presion del medico, del entorno con el tema de la lactancia.Quiere ella misma sentir y evaluar con su pareja lo que es mejor para ella, para el bebe-beba y ESTA PERFECTO.Beso enrome por lo escrito !!!!!!
claire ( belga) desde uruguay
Mi mamá no me amamanto y tenemos un maravilloso vínculo. Soy una mujer sana y no creo que tenga alguna secuela de salud por eso. Me encanta este artículo. Gracias por realizar un análisis profundo acerca de la otra cara de la promoción de la lactancia y sus implicaciones en los cuerpos de las mujeres
— Saludos Ana, tu perspectiva es bastante clara y coincido en tu enfoque porque en la realidad es requeteMUY difícil «chiflar y comer pinole»… el tema es sensible, mucho, y la propaganda tal cual no ayuda por tendenciosa …