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Rocío Franco López | 12.02.2014 | 0 Comentarios
Muero de ganas de contar esta historia porque es como un cuento de las Mil y una noches contemporáneo.
Hace como dos siglos que comenzó a escribirse la historia de África. Antes de eso, su historia era transmitida de voz en voz, mediante una añeja tradición oral perpetuada por los djele (que significa “habilidad musical”), mejor conocidos por el término francés griot (una transliteración del portugués, que significa “criado”, supongo, imposición y hábito colonialista).
Como todo aquel que tiene poder sobre la palabra, un djele (aunque está más popularizado el término griot, emplearé el de djele, por obvias razones de elemental respeto) es un bardo que lleva la historia de su pueblo de manera fidedigna en su voz, además de narraciones y noticias, y de la misma forma puede destruir mediante su habilidad verbal con chismorreos, sátiras o comentarios políticos. Se le adjudican incluso poderes sobrenaturales.
Djele de Niantaso, Eugène Mage, 1872.
Salif Keitä es el tercer hijo de 13, nacido en una familia de djeles. Además, no cualquier familia, la suya es descendiente en línea directa de Soundjata Keitä, el guerrero que fundó el Imperio Mandinga en el siglo XIII.
Los djeles son muy respetados entre sus pueblos, sin embargo, Keitä no sólo nació poeta sino también albino, circunstancia que en su etnia, los bambara, es señal de mal agüero. A los albinos se les sacrifica al nacer, de lo contrario son condenados al escarnio y el repudio. Por lo que a Salif sólo se le toleró hasta muy corta edad entre su pueblo. Más tarde fue condenado al exilio junto con su madre; claro, la culpable de traer a la comunidad el signo rotundo de la oscura suerte.
En tales circunstancias, junto con su madre, Salif se vio condenado a dormir en mercados, a vagar por las calles y a cantar en cafetines de mala muerte, armado solamente con su voz. A los 21 años de edad se traslada a vivir a Bamako, en donde canta en clubes nocturnos acompañado de dos de sus hermanos, y es invitado a formar parte de la Rail Band, una banda financiada por el gobierno que tenía como propósito entretener al público del Buffet Hotel de la Gare, en la estación de trenes.
“Mandjou”, Les Ambassadeurs Internationaux
Tres años más tarde, se unió a la banda rival, Les Ambassadeurs, con quienes se mudó a Costa de Marfil, y cambiaron su nombre a Les Ambassadeurs Internationaux, quienes alcanzaron gran éxito con una composición llamada “Mandjou”, que con música narra la aguerrida historia del pueblo mandingo. Gracias a ella, en 1977 obtuvieron la Orden Nacional de Guinea, de manos del presidente Ahmed Sékou Touré. En 1987 se separó de esta banda y comenzó su carrera en solitario. Y a partir de este momento, su realeza artística lo llevará a coronarse como la Voz de Oro de África, mote con el que se le conoce en la actualidad.
Salif Keitä ha grabado 16 discos. El primero, Soro, dio muestras de su interés no sólo por la música africana si no por la implementación de otros ritmos del mundo. Me atrevo a decir que el disco que lo hizo famoso alrededor del mundo fue Moffou, con 10 sencillos de la más grande belleza. La voz de Salif es limpia y poderosa, siempre surgiendo desde la raíz del hombre, desde lo más primitivo del ritmo, que lleva a la sublimación del espíritu y del cuerpo. Como en “Yamore” (en la que participa otra gran africana Cesária Évora) o “Souvent”.
“Yamore”, Salif Keitä y Cesária Évora
Me atrevo a decir que incluso hay canciones que pueden llevarlo a la felicidad, como “Madan”, “Moussolou” o “Ana Na Ming”.
“Madan”, Salif Keitä
En sus otras grabaciones, Salif ha mezclado rhythm & blues, jazz, conga, funk, e incluso, rock, por lo que alguna vez ha sido acusado de olvidar la música africana; sin embargo, su contribución a la música del mundo, su lucha por los derechos de los africanos y los derechos de los albinos, así como su incansable búsqueda artística, lo coronan como uno de los más grandes y bellos exponentes a nivel internacional.
Si por estos días usted anda un poco triste, escuche a Salif Keitä, verá que lo llena de dicha.
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