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El novelista: esa marmota indescifrable
Blog | El Domador De Polillas | Rocío Franco López | 03.03.2014 | 0 Comentarios

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Hace como dos años en la Feria del Libro Independiente que se organiza en el Museo de Arte Carrillo Gil, me encontré con una obra de la editorial alemana Bom dia, Boa tarde, Boa noite. Para ser honestos, lo más llamativo del stand era el vendedor. Me acerqué y me dijo algo así como que él estaba vendiendo la “ganga” de la feria: una edición hecha a 46 manos (o las que sean), cuya novedad consistía en que a la editora se le había ocurrido reunir sus retazos de una novela nunca terminada con los retazos de novelas sin terminar de otras tantas personas. El resultado era algo inconexo que intentaba ser un libro, unas tantas pastas superpuestas una a la otra y en el interior (creo) varias y diversas hojas, con distintas disposiciones tipográficas y algunas incluso mecanografiadas. No puedo decir aún si me pareció una tontería o una buena idea. (De hecho he encontrado el “libro” en la red y voy descubriendo que tiene a varios autores conocidos: Mario Bellatin, Carla Faesler, Heriberto Yépez, Alejandro Jodorowsky, entre otros. ¡Incluso hay dos volúmenes!). De hecho, estuve tentada a comprarlo de puro chismosa que soy, sólo para indagar en qué había terminado el experimento. Al final, sí me pareció un fraude, la dichosa “ganga” lo era (así lo vendía el chico barbado) porque te llevabas 14 autores (o no sé cuántos) por el precio de uno, a mi parecer un costo estratosférico y vergonzante (como $600).

Con esta anécdota quiero acercarme al libro del que quiero hablar ahora. Lo hago de esta forma, porque con este suceso se ejemplifican con mucha claridad todos los tropiezos por los que atraviesa quien quiere escribir. Las personas que no escriben (y que menos leen) juzgan el trabajo escritural de manera frívola, piensan —apoyados por historias del cine romántico o por leyendas de la literatura romántica— que todo es cuestión de inspiración o arrebato, idea que está por demás alejada de todo el trabajo que hay detrás de una novela o un poemario bien terminados (o no tanto, siempre hay algo que pudiese ser mejor).

De esta manera, nos encontramos con Santiago de la Mora, el protagonista de La agonía de la marmota, de Alonso Guzmán [novela acreedora del Premio Estatal para Primera Novela “Alejandro Ariceaga” del Centro Toluqueño de Escritores (CTE) en 2006]. De la Mora es un estudiante universitario que aspira a ser un novelista reconocido, sin embargo, su poco empeño, o mejor debería decirse su dispersión acerca de cómo construir una narración o quizá tendríamos que hablar de su inseguridad o su experimentación lingüísticas, lo llevan de un tema a otro, de unos personajes a otros, sin que se atreva a decidir y menos aún a concluir una novela.

agonía de la marmota

En este arduo camino conoce a Gerner, el poetita de moda en la mezquina ciudad en que viven ambos. Gerner más que aspirante a poeta, es un becario, adulado y reconocido por la farándula “cultural”. Y siempre está acompañado de Leonor, su fiel escudera que además de ser la manzana de la discordia entre ambos, no se sabe a qué se dedica.

Entre estos tres, además, podemos ir conociendo de forma incoherente y distante a la madre comatosa de Leonor (junto a la cual en un hospital, Leonor y Santiago hacen el amor), y a la madre de Santiago, personaje inasible, mutilado (le faltan los dedos de una mano), sórdido y extraviado del que quizá el protagonista siente vergüenza o un afanoso sentido de protección, por lo que siempre intenta encerrarla con las mejores cerraduras, y ella siempre logra escapar para embriagarse con los indigentes del último de los protagonistas de la novela: la ciudad en la que viven todos ellos. (Que en efecto, como en la vida real, es muy probable que se llame Toluca, así con todo y su nombre feo y su descolorida historia.)

Si usted es un lector perezoso hará mal en acercarse a esta marmota desfalleciente. La novela no presenta una historia continúa ni cronológica. Lo que se lee en cada apartado son los distintos intentos de Santiago de la Mora por escribir una novela. Puede ser una novela intimista o fantástica o histórica o biográfica, todo el tiempo está cambiando las vestiduras y los personajes, y a pesar de todo ello hay constantes: una pequeña ciudad que más que relumbrar, produce asco, por su olor añejo de provinciana mancillada de doble moral; por su mezquindad para con la vida; porque uno sabe que quizá de haber nacido en ella es probable que la muy miserable jamás te deje salir (así como la madre de Santiago).

Otra constante es el descredito con que se narra cada capítulo, sin importar del tema que trate: puede ser el de la huida de los otomíes a la llegada de los conquistadores, o el de la burla hacia el medio “intelectual” que domina la escena “cultural” de la capital cercana, quizá también la narración fantástica de un hombre que asqueado por todo lo humano termina convertido en una infecta mosca, o el amor desesperado de un misántropo incomprendido que apenas y sabe cómo llegó a enamorarse, o tal vez aquél en el que uno se pregunta por qué el cura Hidalgo no se decidió nunca a tomar la capital o también… esta novela puede ser lo que usted quiera o interprete.

El protagonista sufre, es tanto el sufrimiento que en ocasiones entume, se pudre o deja de importar. El escritor también. Los conocimientos lingüísticos, literarios, poéticos, históricos e incluso histriónicos del escritor siempre son puestos a prueba, no hay sitio en donde esconderse, claro, a menos que vivas en una ciudad famosa sólo por sus embutidos que como señora de la “alta sociedad”, como madre de la clase de parias más detestable de la nación (sí, hablo del Grupo Atracomulco) se dedica a esconder las manchas de su menstruo o el nauseabundo aroma de sus pedos. (Igual que la hija del dios Tolo, Toluca.)

Heredero de El libro vacío de Josefina Vicens (novela que en su momento fue muy elogiada por el mismísimo —con todo lo que encierra este superlativo— Octavio Paz), La agonía de la marmota es una antinovela, porque nunca sucede nada en ella, los personajes no mutan ni tienen grandes aprendizajes; no hay anécdota; no pretende ser didáctica ni reflexiva; antes bien, es posible ver el andamiaje, la cimentación del edificio, el gran dilema del hombre que narra ante el espejo y el reflejo de su propio rostro, que intenta describir de manera casi fidedigna.

A siete años de su edición, la novela está casi agotada (fenómeno raro en las letras locales, las del Establo de México), aún se pueden conseguir algunos ejemplares en el CTE, pero quizá ya sea tiempo de buscarle nuevo editor, pues aunque la novela es muy buena, la edición está terriblemente descuidada. Ojalá La agonía de la marmota no termine de morir y encuentre pronto a un editor que le haga un RCP a su medida.

* * * * * *

Me vi en un espejo de la calle y me dije, sin pensarlo: “Soy único e irrepetible”. Observé detalladamente cada rasgo de mi cuerpo. ¡Era único! No había en el mundo construcción semejante; nadie como yo.

Di unos pasos para marcharme. Completamente feliz, lleno de entusiasmo; nunca me había sentido así.

Aún no sé por qué motivo volteé: frente al espejo donde segundos antes me miraba, había otro hombre mirándose. En el rostro sentía la misma expresión que yo al mirarme; estoy seguro que pensaba: “Soy único e irrepetible”. Ese hombre se examinó cada uno de sus rasgos y se acomodó la gabardina. Pasó a mi lado muy feliz, sintiéndose único, irrepetible, completamente original.

Qué patéticos somos, Leonor, qué triste animal es el hombre.

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