Efraín Bartolomé,
Ojo de jaguar,
Rafael Gómez Aguilar (coord.),
Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía, Tuxtla Gutiérrez, 2012.
(Audiolibro, 2 cd y anexo impreso, 62 p.)
1
Ojo de jaguar fue no solo el primer libro publicado por Efraín Bartolomé en 1982 sino también el alumbramiento de una de las voces más seguras e inconfundibles de la poesía mexicana. En este libro inaugural fue posible por primera vez leer, escuchar y reconocer aquella poderosa poesía que se eleva y arraiga como los árboles ancestrales de la selva lacandona. Poesía que, a semejanza de una fuerza natural, hunde sus raíces en la tierra al tiempo que proyecta su fronda hacia el cielo. Han pasado poco más de treinta años desde entonces y la obra y el público del poeta originario de Ocosingo se han extendido y multiplicado con la feracidad de las aguas que descienden del Chacashib.
Se ha dicho ya, se ha dicho desde los cuatro rumbos de la lengua y desde la más variada escala de audiencias, pero hay que repetirlo: la de Efraín Bartolomé es una pluma del esplendor terrestre que percibe y fija las imágenes de la vida y sus vegetaciones, de la fauna y sus afanamientos, de la gente y sus labores y sus fatigas, con la pupila felina del cazador y el oído atento de un ave nocturna.
Ahora, a manera de celebración y aniversario de esta obra tan significativa, un grupo de artistas y profesionales de la comunicación llevó a cabo en los estudios del Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía, esta magnífica realización de Ojo de jaguar en audiolibro, acompañado de una investigación y recopilación de Guadalupe Belmontes Stringel de imágenes, críticas publicadas y un par de excelentes entrevistas que dan cuenta, durante este mismo periodo, de la recepción que ha tenido la obra de Efraín Bartolomé.
“Imaginación y música”, “ritmo encantatorio”, “pluma alerta para sorprender a la luz y a la profunda noche de la selva”, “tono magistral de profeta”, “poemas del hombre que verdaderamente pertenece a la tierra que habita”, “su palabra llega a convertirse en eco de un pueblo y en recuperación de su esencia”, “todo cuanto amamos de la selva, de nosotros en cuanto hijos de la selva, allí se encuentra, armonioso y violento, en Ojo de jaguar”. Los anteriores son algunos de los términos y conceptos recopilados en esta edición con los cuales se ha celebrado, interpretado o buscado definir a esta obra sin duda extraordinaria. Cada uno de ellos registra la energía del asombro ante una poesía tan original como genuina. Pocos autores, a decir verdad, poseen tan alta estrella y son reconocidos desde su incursión en la literatura con tan unánime interés.
Sin embargo, lo que de ninguna manera debe dejar de subrayarse en esta obra es que, si bien se presenta como una escritura claramente ubicada geográfica y culturalmente, no se trata de poesía regional ni nada parecido. Como en los casos de Carlos Pellicer, Jaime Sabines, José Carlos Becerra o Juan Bañuelos, la de Efraín Bartolomé es una palabra que desde los elementos específicos y las presencias tangibles de un ámbito particular señala una realidad trascendente. No escribe solo acerca de una región sino que describe el mundo a partir de una región que es la suya y es aquella donde el mundo se revela a sí mismo con todas y cada una de sus potencias. Eraclio Zepeda, su coterráneo, lo dice así:
Cuando se piensa que para poder trascender y ser universal es necesario desviarse de las pequeñas huellas de la tierra y ser cosmopolita, Efraín Bartolomé trae los rumores de nuestra propia raíz. Su poesía se ha consolidado como un trabajo universal por ser profundamente local. Desde que la gente del sur escuchamos los primeros poemas de Efraín Bartolomé supimos que teníamos la fortuna enorme de que nos había nacido un gran poeta. (El Universal, 27 de mayo, 1991, nota de Patricia Velázquez Yebra, p. 22)
En este sentido, la fidelidad a un entorno natal no es otra cosa que un testimonio. La voz que habla no es la de una sola persona. La voz que habla es plural. Las formas de la vida y las voces de la conciencia toman la palabra, por un momento, desde quien las presiente y un día las escucha. Pero el lenguaje de la poesía no es el lenguaje del autor: el último lenguaje es el de la naturaleza y el de la historia. Pues el mundo no es anónimo ni abstracto —parece decirnos el poeta—, no puede serlo nunca si pretendemos llegar auténticamente a nombrarlo. El lugar original, el territorio del que da cuenta esta palabra, por tanto, no es un paraje exótico ni ajeno, es el territorio transitado y transfigurado por las vidas y las voces que lo han atravesado.
2
Una de las experiencias que vivamente recobro con frecuencia es la primera vez que escuché leer a Efraín Bartolomé sus propios poemas. Fue algo impactante. Leyó junto con otros poetas en un auditorio pequeño y el ambiente no era, por cierto, el más propicio para escuchar. Lo primero que llamó mi atención fue el silencio, el círculo de silencio que en torno a su palabra fue abriéndose paso paulatinamente hasta solo percibirse la resonancia de cada una de sus palabras. Como lector suyo, de años atrás, tenía yo más o menos frescas las huellas de algunos de sus versos; pero al escucharlos caer como lluvia desde su propia voz, con sus justísimos vocablos rodando con el ritmo de un rito, supe que hasta ese momento estaba oyendo en su cabal esplendor la poesía de Efraín Bartolomé.
Las particularidades propiamente sonoras de su poesía adquieren un primer plano en esta realización, que es algo más que un audiolibro convencional, pues posee la calidad de una producción radiofónica. Ojo de jaguar, en esta nueva versión, además de la voz del propio autor, es objeto del trabajo de Rafael Gómez Aguilar (en la dirección y producción), de David López y Rafael Gómez (en la música), de Héctor Hugo Camacho (en el montaje y diseño sonoro), de Édgar y Fausto Arrellín (en el diseño gráfico) y de la coordinación de Fernando Híjar Sánchez.
En una entrevista realizada por Marco Antonio Campos, a propósito del poema “Audiencia de los confines” (entrevista y poema incluidos en esta audiopublicación), Efraín Bartolomé da cuenta de un particular episodio vivido por él en diciembre de 1992 al contemplar el valle de Ocosingo desde la altura del gran cerro Chacashib, episodio que le reveló entonces no solo el sentido de la escritura de aquel magistral poema sino, muy probablemente, desde mi punto de vista, la misión central de quien recibe el don de la palabra y, en reciprocidad, debe escuchar con atención y traducir el lenguaje al que aún la palabra no accede:
Era como si de pronto los confines hablaran a través de los múltiples manantiales, arroyos y arroyuelos. Oía a los confines hablando a través de las fuentes. Esos hilos de agua que forman el gran río de repente se antropomorfizaron, empezaron a hablar, a contar su historia y su paso por la tierra, por esa tierra. Y el río real fue de pronto el gran río del tiempo, el río de la historia. Cada manantial, cada arroyo, cada arroyuelo fue un personaje de los muchos que han armado la historia de esos valles. Cada fuente habló en mi oído y se escribió en mis versos. (“Audiencia de los confines”, entrevista de Marco Antonio Campos con Efraín Bartolomé publicada originalmente en El poeta en un poema, Coordinación de Difusión Cultural, UNAM (Serie Diagonal), México, 1998, p. 36-37.)
Innumerables son, hoy en día, las tradiciones y los cánones a través de los cuales se pretende definir a un determinado poeta. Acortaría en este punto la discusión, con la certeza que me ofrece esta revisita a la voz de Efraín Bartolomé, para afirmar, en síntesis, que desde mi particular convicción la poesía verdadera, la más refinada e infalseable, es como la luz del sol: está ahí todos los días, en todas partes, con puntual evidencia para quienes puedan o sepan recibirla. ~
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JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS (México, 1965) es poeta y ensayista. Sus libros más recientes son Principio de incertidumbre (Era, 2007), Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, y Si en otro mundo todavía. Antología personal (Almadía / Conaculta, 2012). Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.